LA TEMIBLE SALAMANCA DEL GUALICHO
Por Jorge Castañeda (*)
El
Gran Bajo del Gualicho. La travesía horrible al decir del cacique Casimiro
donde solo quedaban las blancas osamentas de los atrevidos que se internaban en
ella. Jornadas bajo el sol ardido de los veranos y el cloruro de sodio
enloqueciendo a hombres y bestias. El lugar de la “casa del diablo”.
Gualicho,
el Alto Dios de los tehuelches, traducido como la “giradora” o
“circunvolucionadora”, porque al decir del Profesor Rodolfo Casamiquela la
figura era femenina. La casa del Gualicho, guarida temible de un Dios
irascible, el “Ulüngasüm” de los
tehuelches. Autor de las figuras
rupestres, del viento en los cañadones, de la sal de las sierras, “el que
secuestraba a los niños, el que poseía el poder de petrificar y auto
petrificarse a su antojo, gigantesco en su faz maligna, femenino claro, pétreo,
a él pertenecen los huesos petrificados envueltos en su carne (toba), que se
manifiesta en la muerte de sed en las travesías y por eso había que propiciarlo”.
Es
el “epehuén geyú”, el allí es Gualicho, que observó el Perito Moreno y otros
viajeros. Así lo vio Claraz en el diario de su viaje al río Chubut cuando
escribió que “en el fondo del Bajo existe una capa de yeso y en ella muchas
conchas. Bajo tales capas sobresalientes los indios colocaban antes sus
ofrendas; pero ahora la capa ha caído. Sin embargo, ellos siguen ofrendando en
ese lugar. Lo denominan la “vivienda del Diablo”. Los indios tienen que pasar
allí la noche en toldos, maneando bien todos los caballos y tienen que llevar
agua para su uso. Llaman a este paradero “pelado”. Creen que el diablo es el
dueño de este bajo y que les hace toda clase de malas jugadas. Hace que pierdan
los caballos y se encuentren en apuros. Por eso ofrendan crines, para que los
caballos no se fatiguen, y trapos y jirones que arrancan de sus ponchos o
trajes, para que no les suceda nada malo. Introducen todo esto con el cuchillo
en las blandas capas de yeso e imploran al dueño del bajo para que les sea
propicio”.
El
salesiano Pedro Bonacina contaba que partió del Fortín Castre para Valcheta y
que “a llegar a la mitad del camino me detuve a descansar en la Piedra del
Gualicho. Bajé de la mula y me puse a observar lo que había arriba de esas
piedras: encontré una caja de fósforos, un pañuelo de mano y un papel de
cincuenta centavos, todo dejado por los viajeros que han pasado por aquí”.
Casamiquela
precisa que el sitio conocido como la Salamanca del Gualicho se ubica
aproximadamente en el deslinde de los lotes 5 y 6 de la Sección I Colonia de
San Antonio Oeste. El lugar queda a unos 60 km. al sur del paraje El Solito, en
el extremo oeste del salitral o Gran Bajo del Gualicho. Existen dos grupos de
pobladores más o menos cercanos que viven en la margen norte del bajo. El
primero, cerca de la laguna del zorro (doña Ana Gaviña y familiares), es
probablemente el más próximo (3 leguas), pero no nos pudo facilitar medios para
llegar hasta la piedra del Gualicho misma. El otro está integrado por la viuda
de Beltrán y por el señor Honorio Beltrán (este último fue el que nos acompañó
a caballo como baqueano). Desde la casa de Machado hasta la piedra del Gualicho
hay aproximadamente 4 leguas y en el recorrido se pasa junto al jagüel de Eldo
Gaviña, más o menos a mitad de camino”.
Macedonio
Belizán, un pionero de la zona de Valcheta le supo contar a la historiadora
Josefina de Ballor que “Yo trabajaba en jagüeles, por la laguna “La Escondida”,
viniendo con dos carros del Bajo del Gualicho, en una oportunidad a unos
setenta metros del camino, sobre mano derecha, observé una piedra blanca que
brillaba igual que un cristal. Estaba rodeada de paredones de piedras, con una
puerta a la salida del sol; nos bajamos los cuatro carreros que me acompañaban:
Gaspar Mailín, Ignacio Zárate, Juan Linares y yo. La piedra tenía un escrito,
decía que todo el que pasara, algo debía dejar, para poder seguir.
“Los
cuatro hombres rodeamos la misteriosa antigüedad. Había a su alrededor monedas,
cajas de fósforos, colas de caballos, géneros, botellas conteniendo líquido,
tabaco, cigarros, también prendas personales. Gaspar Mailín, incrédulo de lo
espiritual se rió; se tomó el atrevimiento de levantar las monedas y
guardárselas. Salimos del lugar, como a 500 metros desatamos los animales para
almorzar; sobre las 15, preparamos el regreso, atamos los caballos… estos no
dieron un paso adelante! Empacados, no
hubo forma de que anduvieran. Nos tomó la noche; al otro día tuvimos que hacer
25 km. hasta “La Escondida” en busca de agua; tomamos nosotros y le dimos a los
animales; en un descuido nuestro Mailín devolvió las monedas; pero, la verdad
es que tuvimos tres días de castigo, que no pudimos salir”.
La
temible Salamanca del Gran Bajo del Gualicho, esa que supo reconocer y merodear
Bernabé Lucero, “el salamanquero”, toda una leyenda de los pagos rionegrinos.
(*) Escritor de Valcheta (Provincia de Río Negro)
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2 comentarios:
creer o reventar!! y que las hay , las hay!! mejor respetar por las dudas !!!muy buen relato!!
Interesante relato el de Jorge Castañeda, que une a sus datos certeros una prosa atrayente y amena; a la cual no son ajenas las notas poéticas y los pensamientos profundos. Es un estilo muy particular y definido el que ofrece el autor en sus escritos, que ya conocemos por los dos artículos anteriores publicadas en Literasur. Con respecto al tema elegido, que forma parte de la rica mitología patagónica, fue tratado entre otros autores por los dos hermanos Casamiquela: Rodolfo – a quien Castañeda cita – en su libro “En pos del Gualicho”; y su hermano René, en la ficción “Por los caminos de Elümgassüm”. La descripción de Castañeda logra rodear al lugar de una atmósfera de desolado misterio; donde flota la sombra de la deidad.
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