Memorias del Viento – Capítulo 8
Por Hugo
Covaro
(*)
Yo voy al viento y desde el viento
vengo a contar sus memorias, a nombrar a los hombres de la tierra que habito.
Vuelvo de sus silencios en
minúsculas partículas en las que reparte el día su pan desmemoriado. Pueblos
casi de barro. Tierra sobre tierra. Y el viento acezando en las trutrucas sus
minerales nuevos, llenándole la boca de canciones al hombre y puliendo los
cuarzos de sus ojos paisanos.
Yo voy al viento y vuelvo
cuando el viento es un aire redondo en manos de los indios, hecho jarrón
oscuro. O remolino –viento trenzado– que hunde su trépano de arena en la raíz
olorosa del tomillo. Vuelvo en el viento obsesivo, que envejece todo lo que
toca; que lo cubre de un olvido amarillento al monte, cuando el otoño, pisando
la hojarasca, se trepa a la paz de los piñones dormidos. Que cordillera
adentro, desde su médula de frío, donde los arroyos nacen arrastrando su sombra
húmeda, se esconde en los ojos del puma la niñez del relámpago, atizando
fuegos.
Voy al viento y vuelvo con el viento
bajando de un cielo alto hasta los árboles, andando esta tierra, de preñez,
ávida de lluvias generosas, regresando a contar sus memorias como un escalofrío
en el poncho de los gauchos, cuando el viento asienta su sombra silenciosa en
la raíz dormida del chacay.
Veo llegar de lo hondo del tiempo a Cecilio Quezada, cargando
su borrachera y esa alegría breve como un beso que el vino sopla con sus fuegos
para incendiarle al pobre la boca de tonadas. El viento andaba en la guardia
del caballo que frente al boliche pisaba a cuatros patas la espera y en la
muerte, que dormía su antiguo frío en el filo de los cuchillos. El viento
anduvo tapándole las buenas huellas a los zorreros y Márquez vino a completar
la pena con una copa amarga. Dicen algunos que fue en defensa propia. Otros no
dicen nada.
Amaneció tirado, con una copla muerta
a medio salir de su garganta arenosa. Todo tenía la quietud de la leña. Sólo el
sauce le soltaba una llovizna de hojas doradas y en lo alto el cielo mostraba
sus lentas quemazones.
Lo cargaron en un carro y se
llevaron para velarlo. Iba, con una sonrisa marchita, ahorcada por el pañuelo
negro que como una sombra de cuervo le acogotaba todos los sueños. Iba, entre
ranchos tristes y ladridos a lo más profundo del viento para entrar en sus
memorias...
(*)
Escritor comodorense. Es una de las figuras más importantes de la Literatura
Patagónica; cuya trayectoria y permanente presencia en las letras regionales,
ampliamente conocida, no requiere mayor presentación. Obtuvo numerosos premios
y distinciones; y además de la creación literaria, tiene una significativa obra
musical. Es autor, entre otros, de los siguientes títulos: “Canto Joven”
(poemas, 1970), “Rastro Moreno” (poemas, 1972, “Inquilino de la Soledad”(relatos.
1975), “ “Luna de los Salares” – Relatos, 1985 . “El Chamán y la lluvia”(novela
breve, 1996), “Trampa para Duendes”(relatos, 1997),“Con los ojos del puma”
(novela, 2000), “Pequeña historias marineras” (relatos, 2005), “Mi Land Rover
Azul” (relatos, 2003) y “Nada ocurre antes del viento” (relatos, 2012). El
presente relato fue tomado de su libro “Memoria del viento”, de 1983.
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