GUÍAS TURÍSTICAS
Por Jorge Eduardo Lenard Vives
Viajar
ha sido siempre una pulsión del ser humano. Motivada en los tiempos primigenios
por la necesidad de la supervivencia –moverse de un lugar a otro para obtener
recursos– conllevó también la innata curiosidad por conocer qué había más allá
del horizonte. Con el tiempo se incorporaron otras “importantes excusas para
viajar”; como titula una sección el conocido “Diario del Viajero”. Ulises,
Marco Polo, Magallanes, el doctor Livingston, Edmund Hilary y Tenzing Norgay,
tuvieron importantes excusas para viajar.
Pero
el homo sapiens, homo ludens al fin, comprendió que se podía deambular por el
simple placer de conocer nuevos sitios. Y nació el turismo. Y los libros de
viaje, con representantes como Pierre Lotti y, más tarde, José María Gironella.
Y esa publicación especializada que se llamó “guía turística”; un libro de
viaje condensado, lleno de consejos útiles que permiten al peregrino disfrutar
de la mejor manera posible los atractivos de la región recorrida. Surgieron así
en Europa, a partir de fecha tan temprana como 1835, las clásicas “Baedeker”,
las “Murray” y, más tarde, a principios del siglo XX, las “Blue” y las
“Michelin”.
La
Patagonia tenía todas las condiciones para atraer a los buscadores de bellezas
naturales; lo que hizo que fuese surcada en múltiples direcciones por numerosos
expedicionarios. Muchos de ellos asentaron las impresiones de sus periplos en
documentos que obraron a modo de proto – guías; como la crónica de Pigafetta,
la descripción de su vida entre los patagones de Musters o la marcha de Claraz
desde Bahía Blanca al Valle del Chubut atravesando la meseta de Somuncurá. La
comarca que despertó mayor interés, relegando al principio a un segundo término
los encantos del mar y la meseta, fue la cordillera; y poco a poco comenzó a
evidenciarse un especial interés por conocerla.
Dos
pioneros del excursionismo en la zona reflejaron sus impresiones en escritos
que se pueden interpretar como verdaderas guías. Emilio B. Morales, desde 1914
a 1923, hizo varias travesías por los andurriales y llegó al lago Winter. De
sus paseos surgieron las obras “Bellezas Andinas, montes, lagos, cascadas y
nevados”, “Lagos, selvas, cascadas” y “Nahuel Huapi”. Por su parte, Ada María
Elflein, dejó grabadas las experiencias que obtuvo al transitar estos parajes
durante 1916, en “Paisajes cordilleranos”. Pero la primera guía con este título
en la región, parecería ser la “Guía del Nahuel Huapi y Parque Nacional del
Sud”; publicada por Hans Hildebrandt y Otto Meiling antes de 1920.
Hacia
1927 se conoce “Nahuel Huapi”; texto editado por la empresa de Ferrocarriles
del Estado, con datos sobre el lago y sus inmediaciones. Y en 1937, la
Dirección de Parques Nacionales imprime la “Guía del Parque Nacional Nahuel
Huapi”, subtitulada “Historia. Tradiciones. Etnología”. Ilustrada con mapas y
fotos, contiene aspectos tales como etimología, etnología, arqueología, usos y
costumbres de los pampas, araucanos y tehuelches; y leyendas y vocabulario
autóctonos. Años más tarde, en 1948, esa dependencia, ahora con el nombre de
Administración General de Parques Nacionales y Turismo, presentó la “Guía de
los Parques Nacionales del Sur - Nahuel Huapi - Lanín - Los Alerces - Los
Glaciares – Copahue”.
Otra
institución señera en el turismo argentino, el Automóvil Club Argentino, inició
a difundir itinerarios para auxiliar a los incipientes motoristas que se
aventuraban por las rutas nacionales. Es así que en 1941 divulga la “Carta de
turismo. Nahuel Huapi”; mapa entelado que incluía un opúsculo descriptivo de
los puntos cartografiados. En 1943 publica su serie “Guías de Viaje”, objeto de
varias ediciones posteriores. La integraban varios tomos; entre ellos uno
dedicado a la “Zona Sur”, que compendia enjundiosa información sobre los
territorios al sur del río Colorado.
Entre
1945 y 1946, el sacerdote salesiano Alberto María De Agostini, explorador, andinista,
fotógrafo y escritor, redactó una serie de volúmenes a los que llamó “Guía
turística de Magallanes y canales fueguinos”, “Guía turística de los lagos
australes argentinos y Tierra del Fuego” y “”Paisajes magallánicos. Itinerarios
turísticos”.
Fueron
numerosas las publicaciones de este tipo que aparecieron con el correr del
tiempo. Entre otras, se pueden citar “Ya… Guía Álbum del Parque Nacional Nahuel
Huapi - S. C. de Bariloche”, en 1950; “8 Días en Bariloche” de Federica Seif,
en 1962; “Vuriloche” de Angélica
Fuselli, en 1968; y la “Guía Turística del Neuquén”, de Raul Izaguirre, en
1969. En los setenta, Eduardo Gallegos escribió “Chubut: Tierra de contrastes”;
donde describía el magnífico paisaje chubutense. Si bien no era en forma
estricta una guía, fungía como tal para orientar al visitante.
Podría
discutirse la inclusión de las guías entre las creaciones literarias. Sin
dudas, son obras del género didáctico; que brindan una serie de datos que hacen
más cómoda la vida del viajero lejos de su hogar y le dan aviso de aquellas
características destacables de una región, de su historia, su geografía, su
cultura, meritorias de una atención especial. Quienes han tenido que usar estos
prácticos manuales, saben de la importancia de su claridad, veracidad
informativa y actualización. También de la necesidad de una calidad de lenguaje
y estilo que hagan amena su lectura; aspecto que las hermana a las otras
manifestaciones literarias y las acerca al corpus de la Literatura Patagónica.
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