LOS POETAS Y LOS RÍOS
Por Jorge Castañeda (*)
Supo decir Ciro Alegría que “el hombre es igual al
río, profundo y con sus reveses, pero voluntarioso siempre”. Y razón tiene.
Poetas de las más diversas edades y regiones han glosado la magia de sus ríos.
El uruguayo Aníbal Sampayo dejó una de sus mejores
metáforas al escribir que “El Uruguay no es un río, es un cielo azul que
viaja”. Y mucho antes uno de nuestros primeros vates, Manuel José de Lavardén
dejó uno de los primeros elogios de nuestra literatura a nuestro río padre:
“Augusto Paraná, sagrado río, / primogénito ilustre del océano, / que en el
carro de nácar refulgente, / tirado de caimanes recamados/ de verde y oro, vas
de clima en clima, / de región en región, vertiendo franco, / suave frescor y
pródiga abundancia”. Pero ya más cercano Jaime Dávalos con profunda voz lírica
le cantó al mismo río con aires de zamba diciendo “Brazo de la luna que bajo el
sol/ el cielo y el agua rejuntará/ hijo de las cumbres y de la selva/ que
extenso y dulce recibe el mar”.
El gran humanista español don Miguel de Unamuno
sintetizó en cuatro versos los ríos de su país para que nadie los olvide:
“Ebro, Miño, Duero, Tajo, / Guadiana y Guadalquivir./ Ríos de España que
trabajo/ irse a la mar a morir”. Una versión popular le agrega toda la sal
española al decir “Ega, Arga y Aragón/ hacen al Ebro varón”.
Y otra vez Ciro Alegría en lírica lucha le
increpa: “Río Marañón, déjame pasar. / Eres duro y fuerte, no tienes perdón. /
Río Marañón tengo que pasar. / Tú tienes las aguas; / yo mi corazón”.
Pablo Neruda, poeta nacional de Chile, en su
“Canto General”, glorifico a los grandes ríos de América. Dijo al Bío Bío: “Tú
me diste el lenguaje/ el canto nocturno; / mezclado con lluvia y follaje. / Y
luego te vi entregarte al mar/ dividido en bocas y senos/ ancho y florido/
murmurando una historia/ color de sangre”. En su “Oda de invierno al río
Mapocho” le pide que “una pata de tu espuma negra/ salte del légamo a la flor
del fuego/ y precipite la semilla del hombre”. En cambio al Orinoco le pide
“déjame en las márgenes/ de aquella hora sin hora/ Orinoco de aguas escarlata/
río de razas, río de raíces”. Y al Amazonas lo encumbra como un “padre
patriarca” y le dice que es la “eternidad secreta de las fecundaciones”.
¿Acaso Miguel Hernández no escribió que “Podrá
porfiar el Tíber/ su vetusta grandeza de siglos/ arrumbándose en siete colinas.
/ Podrá regar las fuentes/ del derecho y la belleza/ quedó al mundo, Roma/
severas leyes, / y extendió por doquier su blasón latino”. Y recuerda memorioso
que junto al Tíber “escribió Virgilio de su inmensa/ y pródiga lira/ con tanta
fama la Eneida”.
¿Acaso Julio César no dejó una de sus frases
inmortales cuando afirmó que “hay que cruzar el Rubicón”, con todo lo que ello
implicaba para los enemigos de Roma? ¿Acaso no son famosos los ríos que nombra
el Génesis donde estaba el paraíso terrenal: El Éufrates, el Tigris y el Pisón?
¿Y no dijo el sabio Salomón que “todos los ríos van a dar a la mar”?
No le han faltado rapsodas a los grandes ríos del
mundo como al Nilo, el Volga, el Sena el Támesis, pero sin embargo al Danubio
le cupo la gloria de inmortalizarlo a un músico, el maravilloso Johann Strauss.
Y salvando las grandes distancias entre estos
grandes maestros de la literatura universal, yo poeta rionegrino, no pude menos
que dejar los versos de la “canción para mi río”, por darme siempre una lección
de grandeza y de fugacidad: “Quiero mojar mis manos en el río/ su agua fresca
bajando del Limay/ viajar en las lanchitas por sus aguas/ buscar el sol en su
boca de sal. Nostalgia del Río Negro en la comarca/ de frutas y manzanas me
hablará/ su corazón perfuma en las riberas/ como mis penas sus aguas se
van. Quiero dejar mis horas en tu cauce/
hablando de mis cosas al pasar/ me saludan los sauces y los mimbres/ y esta vida
con ganas de soñar. En la arteria de tus aguas quedaré/ y en tus olas su espuma
de cristal/ cómo pasa el caudal de tu corriente/ pasan también mis años que se
van.”
(*) Escritor de
Valcheta.
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