ARTE Y PARTE
Por Juan Carlos Moisés (*)
Vemos a esos
patos nadar
corriente abajo,
sin esfuerzo,
y a esos teros,
rasantes, revolotear sobre peces escurridizos
y decimos: los
patos son cómicos,
y algo salta en
el agua durando
un instante en
los ojos,
y todo el río
parece hablar
en voz baja, y
observamos,
en la pausa, cómo
llega el atardecer
y los
movimientos comienzan
a confundirse
como un teatro de sombras
chinescas
dibujadas por el sol
tras la hilera
de sauces enmarañados,
-y decimos: los
patos son cómicos, lo son-
y hay que ver a
esos patos silvestres
perseguirse sin
que se les rasgue
un pluma,
erguidos, las patitas
escondidas bajo
el agua,
y pensamos: el
vuelo de esos teros
no tiene una
pizca de comicidad,
aunque hagan el
último esfuerzo
por despertar a
gritos
el lugar que se
adormece, y vemos
una silueta muda
de caballo que baja
su cabeza a
beber donde se hace playa
la corriente –y no
nos ha visto,
o si nos vio
poco le importamos-,
y ya no vuelven
los patos
que perdimos de
vista mucho antes
de que se los
llevara el codo del río
donde se oye
algún que otro
chapuzón
perdido,
y ahora, en el
frescor,
con leve
alboroto, como los teros
o los patos
nuestras miradas
a su modo buscan
sostenerse
en el día que se
angosta,
hasta que de a
poco se hace la noche
de arriba abajo
y quedamos a solas,
ínfimos bajo el
cielo estrellado,
sin movernos de
la orilla del agua,
lejos de la
gente y de las ciudades,
de todo y de
nada.
(*) Poema incluido en su obra “Animal teórico” –
Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2004.
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