ONELLI, ESCRITOR
Por Jorge Eduardo Lenard Vives
A fines del siglo XIX
surgió en la Argentina una generación de individuos talentosos que reunían
marcadas aptitudes políticas con una profunda curiosidad científica y arrestos
para el Arte, especialmente para la Literatura; lo cual les permitía exponer
sus ideas y describir sus logros en forma amena y fluida. En sus espíritus
marchaban de la mano pensamiento y acción; y se sentían tan cómodos escribiendo
detrás de un escritorio como explorando un territorio desconocido. La joven
república, plena de espacios vacíos, no sólo en su geografía sino en la
administración pública, en las ciencias y en las disciplinas artísticas, era
terreno fértil para que criollos e inmigrantes desarrollasen tales cualidades.
Uno de estos personajes
es Clemente Onelli. Nacido en Roma en 1864, llegó al país en 1888; impulsado,
según cuenta en su bosquejo autobiográfico “35 años de América”, por el deseo
de conocer la Patagonia; anhelo que siendo niño había despertado en él la
lectura de las libros de Julio Verne. Por sus conocimientos en el campo de las
ciencias naturales, a poco de su arribo Francisco Pascasio Moreno lo incorpora
al Museo de La Plata; y lo manda por primera vez al sur a buscar piezas
arqueológicas y fósiles.
De regreso en el norte,
y mientras catalogaba en el Museo la colección reunida, Onelli colaboró en el
periódico “El Diario”. Con el auspicio de este medio, realizó una expedición al
lago Argentino; movido, entre otros motivos, por la pretensión de hallar oro. A
su regreso, el mismo diario lo envió al Neuquén como corresponsal; para
informar sobre el tendido de las vías que unirían esa zona con Bahía Blanca.
Más tarde, el perito
Moreno convoca a Onelli y le encarga colaborar en el trazado de la frontera en
la región patagónica. Es entonces cuando realiza el célebre desvío del río
Fénix. Tiempo después, desafectado de su puesto por cuestiones económicas, el
ministro de agricultura Wenceslao Escalante le encomienda reconocer el
territorio de Chubut. Estando allí, llega al país el árbitro inglés, Thomas
Holdich, quien lo cita para integrar la comisión de límites. Al finalizar la
tarea retorna a Buenos Aires; donde, desde el cargo de Director de Tierras,
promueve el poblamiento del territorio austral.
En 1904, el presidente
Julio Argentino Roca lo nombra Director del Jardín Zoológico de Buenos Aires,
en reemplazo de Eduardo Ladislao Holmberg. El multifacético hombre permanece al
frente de esta institución hasta su muerte, el 20 de octubre de 1924.
Su campo de interés
literario era amplio, como lo demuestran algunas de sus varios escritos, con el
nombre de “La muerte del tarro de leche”, “El norte y el sur del continente”,
“Automovilismo sin caminos”, “Arquitectura de la Atlántida sumergida”, “El
cultivo del algodón”, “Árboles: no fiesta del árbol”, “Cartilla de la tejedora
provinciana”, “Alfombras, tapices y tejidos criollos”, “La filosofía de la
avicultura práctica”, “Cartilla del criador de gallinas a campo”, “Limpia, fija
y ¿da esplendor?”, “Las glorias de San Isidro: conferencia de poca pulpa”,
“Ensayo de hagiografía argentina”, “Las pequeñas industrias o El huevo de
Colón”, “Atlas del cerebro de los mamíferos de la República Argentina” (con el
científico Christofredo Jakob), “La evolución en el patriotismo”, “Biblioteca
medicina del alma”, “Pequeño manual de mineralogía”, “Geología”, “Dos opiniones
imparciales sobre la propaganda protestante”, “El Chaco que pasa” y
“Conversación familiar a las madres”, entre otros.
También es importante la
obra derivada de sus experiencias al frente del Zoológico, que incluye títulos
como “El animal compañero del hombre: algunas de sus costumbres”, “Un pobre
gato y otros ensayos”, “Aguafuertes del zoológico”; y los artículos
“Idiosincrasias de los pensionistas del Jardín Zoológico”, publicados entre
1905 y 1910.
Sin embargo, su mayor
lucimiento como escritor se produce cuando habla de la Patagonia; en especial
en el libro “Trepando los Andes”, de 1903. No es la única pieza literaria que
dedica a la región. En sus numerosas conferencias, artículos relatos y ensayos
breves, figuran muchos textos sobre la zona, como “Impresiones patagónicas:
Neuquén, Limay y Santa Cruz”, “Un entierro tehuelche” y “Verano (Penumbras del
Sur. El destilar de los hielos)”; del cual se toma este párrafo:
“Veo Nahuel Huapi, el lago divino, de aguas azules, de islas de
esmeralda, de fijorsd misteriosos, donde los árboles reflejan tranquilos su
corteza gris, y las montañas se desploman a pique, pronas sobre las aguas, con
las mil cúspides del gótico cerro catedral, con las aristas de silueta elegante,
que detienen los vapores, que allá arriba, algodonosos se desprenden de las
eternas nieves.”
Onetti no volvió a las
comarcas sureñas luego de asumir al frente del zoológico. Pero su alma tiene
que haber quedado allí, entre los bosques y los lagos, sobre las montañas y la
meseta; en esa tierra que lo atrapó y para la cual auguraba un futuro
promisorio, según dice al introducir “Trepando los Andes”:
“Y porque las manifestaciones imponentes de la naturaleza se
despliegan en un conjunto grandioso y variado en los dos mil kilómetros de la
cordillera andina que he recorrido, y porque, con excepción de algunas
descripciones de puntos determinados, no se han abarcado en una reseña los
paisajes inolvidables de esas regiones desiertas, ricas y desconocidas, guardadas
por bosques impenetrables, coronadas por nieves eternas e inaccesibles, por
precipicios lóbregos y pavorosos, entre los cuales están engarzados como joyas
alpestres miles de lagos que han bebido todo el azul del cielo, que reflejan
fantásticos templos góticos, ruinas de monumentos romanos, sombras siniestras
de gigantes negros…; y porque creía mi deber dar una idea de esas maravillas a
sus legítimos dueños los señores de la tierra, pensé en publicar estas
impresiones.”
Incluso uno de los
momentos culminantes de su vida, el envío de la expedición del ingeniero Frey
en búsqueda del plesiosauro que decía Martín Sheffield haber visto en la zona
del Epuyén hacia el año 1922, no sería más que una excusa para que el mundo
fijase la vista en esas latitudes, aun poco conocidas.
El signo distintivo de
su vida parece ser esa pasión por la Patagonia; que lo llevó una y otra vez a
la región donde obtuvo fama de explorador. Pero su figura también se invoca
como la de un investigador apasionado por la naturaleza; en especial, por la
fauna. Y no es menor su destacada actuación como funcionario público, sirviendo
al país durante muchos años. Todas esas vertientes de su personalidad ya han
sido evocadas. Por eso esta nota intenta rememorar una de sus facetas menos
conocidas, pero a la altura de su relevante desempeño en otras disciplinas. Lo
recuerda, simplemente, como Onelli, escritor.
Comentario:
los dos principales biógrafos de Onelli, de cuyos estudios se tomaron los datos
de esta nota, parecen haber sido Julián Cáceres Freyre, prologuista de la
edición de “trepando los Andes” de Marymar en 1977; y el innominado editor de
la Editorial Huarpes que publica, y prologa, en 1944 “Un pobre gato y otros
ensayos”. Ambos recurren al bosquejo autobiográfico de Onelli “35 Años de
América”. Al igual que en anteriores artículos, por razones de espacio dejé
afuera parte de su bibliografía; que aquí completo. A las obras mencionadas en
la nota, se deben agregar los trabajos “Árbol”, “Obstetricia agreste y
vislumbres treponémicas”, “Psicología estética: de indígenas sudamericanos”,
“Una reliquia venerable: cráneo de un español muerto en La Plata en el Siglo
XVI”, “Los microbios del corazón” y “Entre bosques y parques”. Y probablemente
otros más; porque su labor como escritor fue realmente prolífica. No quieren
ser estas listas de títulos meros enunciados “enciclopedistas”, fáciles de
hallar en internet. Su objetivo es mostrar la labor de esos escritores que sin
computadoras, ni “red”, ni procesadores de texto, y en condiciones seguramente
más precarias que en la actualidad, tuvieron una producción literaria de
significación; que a veces no es conocida.
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