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martes, 11 de diciembre de 2018

LA NOTA DE HOY




MUY SUCINTA HISTORIA DE LA LITERATURA PATAGÓNICA


Por Jorge Eduardo Lenard Vives




Parafraseando el estilo de los títulos de algunas de las obras del historiador Armando Braun Menéndez, se encabeza esta sintética reseña cuyo tema amerita un trabajo más concienzudo. La nota sigue el marco teórico fijado por la autora fueguina Leonor Piñeyro en su “Ensayo de historia literaria patagónica”, de 1963; que ordena la Literatura Patagónica en cuatro períodos: el de "grupos autóctonos" (tradición oral), el de "descubrimientos" (crónicas de expediciones españolas y extranjeras), el de "organización" (relatos de las expediciones argentinas); y el de "evolución" (obras de escritores nativos y arraigados).

1. Período de grupos autóctonos (hasta 1520)

Siendo ágrafos los habitantes primigenios de la Patagonia, su tradición literaria oral se conoce por la transcripción que hicieron de la misma los investigadores del tema. Es difícil la datación precisa de las obras, dado la dificultad que entraña la cronología protohistórica.

Hay varios antecedentes de cronistas, sobre todo españoles, que durante los primeros viajes a la zona registraron las tradiciones autóctonas; como la referencia a Setebos que hace Pigafetta. Pero es en las postrimerías del siglo XIX cuando se inicia la tarea científica de reunión de datos. Uno de esos estudiosos es el alemán Roberto Lehmann-Nitsche, quién obtuvo el testimonio directo de sus informantes originarios. Más adelante, surgen investigadores locales como Bertha Koessler-Ilg (“Cuentan los araucanos”, 1954), Gregorio Álvarez ("El tronco de oro", 1968) y Rodolfo Casamiquela ("Canciones totémicas araucanas y gününâ kënná", 1958). Otro pionero del asunto es Federico Escalada, con “El Complejo Tehuelche” de 1949.

En la actualidad, al igual de lo que sucedió cuando los hermanos Grimm tomaron los antiguos mitos europeos y los hicieron relatos infantiles, algunas leyendas tradicionales de la Patagonia se transformaron en cuentos para chicos; de la mano de varios autores.

2. Período de descubrimientos (1520- 1810)

Este período se caracteriza por la obra de escritores extranjeros, que veían a la Patagonia como una tierra agreste; con la que no se identificaban pero que les atraía por su misterio. Comienza con el asiento de Antonio de Pigafetta sobre el primer avistamiento de la costa patagónica el 1 de abril de 1520. Pero no puede precisarse cuándo termina; porque tuvo manifestaciones muy recientes y es probable que las siga teniendo. Sin dudas, los escritores nacionales que hablan de la Patagonia a partir de 1810 ya no pertenecen a este período; pero sí lo hacen los autores foráneos que siguieron viendo a la Patagonia con ojos extraños.

A las crónicas de los navegantes españoles se deben sumar las de visitantes de otras naciones. Luego de la Revolución de Mayo, continuaron llegando forasteros que dejaron su particular visión del lugar; como Charles Darwin en 1833, Jorge Claraz de 1865 a 1866, George Musters hacia 1870 o Florence Dixie en 1879. Algunos escritores tardíos de este período son Paul Theroux y Bruce Chatwin; a fines del siglo XX.

Deben incluirse en esta etapa ciertos autores de ficción, como Julio Verne, quien dedica a la región dos novelas, “Los náufragos del Jonathan” (1909) y “El faro del fin del mundo” (1905); y Emilio Salgari, que ambienta en los canales fueguinos su obra “La estrella de la Araucanía” (1906). Más tarde pueden citarse “Up, into the singing mountain” (1960) y “Down where the moon is small” (1966) de Richard Llewellyn; obras ambientadas en la zona, que prolongan la saga iniciada con “Cuán verde era mi valle”.

3. Período de organización (1810 – 1910)

También en este período los escritores son ajenos a la región. Sin embargo, al ser argentinos la analizan ahora desde una óptica de pertenencia. Quizá los archivos de Carmen de Patagones guarden las primeras crónicas de la Patagonia hechas desde este punto de vista. Tal visión se afirmó con el arribo de los primeros exploradores norteños. Pero la masa de los cronistas argentinos llegaron a la región luego de 1852, durante la organización nacional.

Surgen así testimonios de numerosos viajeros, muchos de los cuales ven a la Patagonia como una tierra de promisión. Un ejemplo es la obra de Roberto Payró, “La Australia Argentina” (1898); así como los diarios de expedicionarios que recorrieron la zona al terminar la 19na centuria: Ramón Lista, Luis J. Fontana, Francisco Moreno y otros. “Mar Austral”, de Fray Mocho, agrega la ficción. Admite también algunas creaciones tardías. Verbigracia, los artículos de Roberto Arlt en su viaje de 1934, reunidos con el nombre de “Aguafuertes Patagónicas”; e incluso textos de autores más modernos, cuya mirada sobre la zona a veces resulta llamativa.

4. Período de evolución (1910 hasta nuestros días)

¿Quién fue el primer escritor patagónico nativo de la región? El dato podría precisar el inicio de este último período; que por convención se fija en 1910. Leonor Piñeyro menciona dos: el poeta maragato Zacarías Herrero, nacido en 1845, y el narrador fueguino Lucas Bridges (1874-1949), autor de “El último confín de la tierra”, editado en 1948. Pero así como en Carmen de Patagones podrían hallarse los trabajos de los más antiguos cronistas nacionales; tal vez en esos archivos exista un escrito del período iniciado en 1810, que sea obra de un autor nacido en la Patagonia anterior a los citados.

Otra de las fuentes de la Literatura regional en este período, es la originada en la Colonia Galesa asentada en el Chubut en 1865. Aquí podrían hallarse las manifestaciones iniciales de los escritores patagónicos “por opción”. Por ejemplo, los libros de Abraham Mathews y Lewis Jones sobre la Colonia, datan de 1894 y 1898; y “Hacia los Andes”, de Eluned Morgan, se publicó en 1904. Además, desde su llegada los colonos intentaron instalar la tradición del Eisteddfod; aunque recién en 1880 se entregó el primer sillón bárdico. Sin dudas, los poemas ganadores de este premio, que por lo general tenían temas regionales, se incorporan a la Literatura austral.

Lo cierto es que de a poco comienzan a surgir las plumas patagónicas, adquiriendo mayor presencia desde mediados del siglo XX a principios del XXI. Entre sus muchos cultores se encuentran, en el ensayo, los ya citados Gregorio Álvarez y Rodolfo Casamiquela; a quienes pueden agregarse Juan Hilarión Lenzi, Hipólito Ygobone y Arnoldo Canclini. En poesía, Irma Luna, Irma Hughes, Raúl Entraigas, Gonzalo Delfino, Ana Pescha de Aracena y Aurelio Salesky Ulibarri. La narrativa larga se hace presente con Rodolfo Peña; existiendo antecedentes como las novelas “Los Tchenques” de Orestes Trespailhié, de 1933; y “El valle de la esperanza”, de Carlos Bertomeu, en 1943. En tanto, el cuento corto muestra nombres como Virgilio Zampini, Virgilio González, Oscar Vives, David Aracena, Asencio Abeijón, Donald Borsella y varios más.

Para cerrar este resumen, se mencionan tres premisas que guiaron el texto. La primera es que no se tomaron los periodos con un criterio cronológico estricto – podría ser una opción más didáctica -, sino que, para incluirlos en cada ciclo, se buscó el espíritu que animó a los literatos.

Otro axioma fue tomar el concepto de "literatura regional ampliada" de Piñeyro; para quien una obra con temática patagónica puede incorporarse al corpus regional aun cuando sea de un autor afuereño. También añade las obras de autores patagónicos pese a que no traten sobre el lugar; pues - según Piñeyro - ven lo universal con los ojos del sureño. Agrega, además, las creaciones de escritores nacidos en otras latitudes que pasaron su vida, y la dejaron, al sur del río Colorado; y las de quienes, sin nacer ni morir en la comarca, tuvieron en ella vivencias tan trascendentes, que, en la lejanía, la evocan en sus textos.

Por último, se adoptó como postulado sólo mencionar en el artículo los autores que ya legaron sus escritos a la posteridad. Estas páginas citan apenas la obra de los creadores fallecidos, por varios motivos. Uno de ellos es porque los literatos difuntos han resistido la prueba del tiempo. Si hoy los evocamos, es debido a que su obra sobrevivió a su muerte; sencilla ambición de todo escritor.


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