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jueves, 15 de mayo de 2014

EL CUENTO DE HOY




LA CASA AZUL


Por Gladis Naranjo (*)




   A pesar de mis esfuerzos, no puedo borrar la imagen de mi mente, y los puntos del tejido bailan ante mis ojos, y las agujas no obedecen a mis manos.
   Porque yo los vi bien. La mamá y los dos niños. Ella muy delgada, con el cabello oscuro recogido en una larga trenza, los hombros bajos, la pala en la mano. Los niños con los ojos arrasados en lágrimas, el mayor con un brazo sobre los hombros del más pequeño.
   Salían del baldío de la esquina, a la tardecita, caminando lentamente, como si quisieran retardar su marcha, y entraban a  la casa azul.
   Yo miraba la escena desde la ventana de la sala de mi casa. Vivo en un barrio de los suburbios, de casas bajas, veredas de césped muy verde y solitarias lámparas en las esquinas. Pero  aunque mi vista ya no es la de antes, yo los vi bien: ella con la pala, los niños llorosos, con pasos inseguros. Entraron a la casa azul y corrieron las cortinas.
   Mis ochenta y dos años y la artritis que me maltrae desde hace algún tiempo, me obligan a  pasar la mayor parte de las horas diurnas en el sillón junto a la ventana, con mi labor de agujas. Desde allí veo deslizarse el tiempo y la gente, y conozco bien a mis vecinos de enfrente, los que viven en  la casa azul. Y yo los vi bien.
   El día anterior, por ejemplo, me sobresaltó un fuerte chirrido de neumáticos en el pavimento, y luego un auto blanco pasó lentamente frente a mi ventana. Eran las primeras horas de la tarde, esas horas plácidas y a veces abrumadoras en que los niños están en la escuela, los adultos en sus trabajos y el barrio entra en un sopor expectante.
   Unas semanas atrás había visto llegar al hombre de la casa azul. Siempre se ausentaba por algunos días y cuando regresaba todo era alegría. Yo los miraba desde mi ventana, a pesar de que mi vista ya no es la de antes. La mujer y los niños salieron a recibirlo. Él bajó del auto, sonriendo,  sosteniendo una caja de cartón del tamaño de una caja para zapatos, y con sumo cuidado la depositó en las manos impacientes de los niños. Luego abrazó a su mujer y entraron todos a la casa.
   Al día siguiente el hombre se fue. Desde ese día hasta hoy, cuando los niños volvían de la escuela, la mamá, como siempre, los esperaba en la puerta. Llegaban a la casa y al poco rato comenzaban a corretear por la vereda de pasto tierno jugando con su cachorro color castaño que había crecido bastante en las últimas semanas, y que iba y venía persiguiendo una pelota, sus orejas de terciopelo rozando el pasto, respondiendo con reverencias tiernas al juego y a las voces s de los niños. Ellos reían, y sus risas me llegaban tan claras que contagiaban a mi viejo corazón, que reía con ellos.
   Pero hoy no. Hoy los niños llegaron  de la escuela, su mamá los abrazó, y  entraron a la casa. Todo fue silencio. No sé bien qué pasó después,  pero no consigo borrar la imagen de mi mente. Porque  ya  mi vista no es la de antes, pero yo los vi bien. Los vi cuando volvían del baldío, y sé que están muy tristes: la mujer con la pala, los hombros agobiados, y los niños, el mayor con un brazo sobre los hombros de su hermano…
   Es una imagen de tristeza infinita, y mi viejo corazón llora con ellos.



(*) Escritora nacida en Zapala.


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domingo, 11 de mayo de 2014

EL POEMA DE HOY




El viejo Arcano


Por Jorge Baudés (*)



La tarde tiene un dejo de nostalgia
no quiere abandonar ningún instante
en pocas horas ya será pasado
la noche ocupará el lugar vacante

Habrá dejado atrás como caricias
en rostros que envolviere con sus manos
matices de brisas cincelados
y un cordón de sol, en sus mejillas

No quiero irme con ella, y sin embargo,
presiento que en su seno la acompañan
las miradas que se fueron. Trago amargo.

En espesos nubarrones, escondido,
con los nombres bordados como hilos
va el destino tejiendo filigranas.




(*) Escritor chubutense.
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jueves, 8 de mayo de 2014

EL CUENTO DE HOY




SAN EMILIANO (*)


Por Luis Alberto Jones





A vos te lo puedo contar, Marisa, porque me vas a comprender sin burlarte. ¡Veintidós años hace que la llevaba en la billetera! ¿Y sabés cómo me acuerdo? Porque en la parte de atrás tenía un almanaque. San Emiliano, una estampita de San Emiliano. Tantos años y nunca me falló. La tocaba y fuerza, suerte, todo me daba, y guarda que el que piense que soy un irreverente se equivoca largo. Yo lo hago con respeto. Justo San Emiliano, el patrono de los gastronómicos, a mí, pintor.  Bah! Vos sabés, un plástico, a esta altura con cierto prestigio. Y no solo aquí, sino en Italia, Grecia, en fin… Pero me estoy yendo. Vacía, totalmente vacía me la devolvieron, Marisa. Porque, buscando, buscando, en la comisaría 31 de Cabildo al 200 alguien que la encontró la había dejado. Las tarjetas, la guita que no era mucha, importó, pero decime, ¿tenía que llevarse la estampita? ¡Es ser dañino, te das cuenta! Es como cuando te doblan la antena del auto. Si la roban y hacen unos mangos, pase, pero por daño, no puedo aceptarlo. Llevarse la estampita, ¡hay que ser, che!!! Y el lunes pasado, iba yo en el subte hasta Carranza y uno de los pibes que te dejan la estampita en la rodilla, pasa, reparte y se va hacia el fondo del vagón. Yo ni agaché la cabeza. Tanto no puedo, uno trata de ayudar aquí y allá, pero si le vas a dar a todos no alcanza. Bueno y te contaba. Cuando el pibe decide volver y retira la de la señora de enfrente, bajo la mirada y ¿de quién era la estampita ? de San Emiliano, Marisa, ¿podés creer? La manoteo, el pibe me extiende la mano, busco en el bolsillo interior del saco, elijo un cien y se lo doy. Petrificado quedó el mocoso. Todos miraron. Nadie entendió. Paró el subte justo y el pibe se mandó apenas se abrieron las puertas antes que yo me diera cuenta del error. Pobre. No me había equivocado. Era lo menos que le podía dar. Pequeña, humilde ofrenda por el milagro. Porque, sabés Marisa, fue un milagro. Ahora me doy cuenta. Todo este tiempo en que estuvimos separados, San Emiliano me andaba buscando en el bolsillo de la más humilde criatura, un pibe que mendiga. Y si no ¿cómo lo explicás, Marisa? ¿Cómo?



(*) Este cuento integra el volumen titulado “¡Hay que cuidar a papi! Y otros cuentos”, antología publicada en Octubre de 2013.
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sábado, 3 de mayo de 2014

EL POEMA DE HOY





YA HARUIN (MI TIERRA)

Por Ricardo Horacio Caletti (*)





Allí,
dónde el mundo
se rompe
en archipiélago
de pájaros,
y el viento
se lastima
sobre piedras
de vidrio.
Allí,
dónde el invierno
detiene
las cascadas,
el rumor 
de los ríos,
el débil
movimiento
de los tallos.
Allí,
donde la soledad
se multiplica,
incesante,
desde el mismo
principio,
y brilla
en las lenguas
de glaciares
eternos,
y en las costas
heridas
de mordiscos 
marinos.
Allí,
donde los lagos
insondables,
abren
su ojo ciclópeo
hacia
la curva del cielo
y a los siglos.
Allí,
hay un pueblo azul,
con techos
y habitantes,
y un campanario
y calles
y amistades
y oficios.
Una lenta
bahía 
de bostezo
geográfico,
donde se repiten
los pájaros
y el estrellerío.
Hay montañas
que entran
en el cielo,
y hay bosques
que acumulan
soles
en silencio.
Hay guitarras
y besos,
y miradas
y barcas;
hay sábanas
y el abrazo
de cada vez,
y hay niños.
Me reparto
en el fondo
de este mundo
de sueños,
como un polen
ardiendo sobre el viento
marino.
Mi alma
cabalga
en cada potro
y se rompe,
en la escarcha 
del alba
y en la copa
de vino.

Territorio del canto.
Blanca
Tierra del Fuego:
Sobre
tus islas
me inclino
como una espiga
en llamas,
como un campanario,
como una fruta,
como un racimo
de estrellas
errantes,
para pulirme
el alma
sobre tus piedras
de vidrio.






(*) Escritor y pintor de Ushuaia. Se desempeñó como periodista y realizador de programas de radio y televisión en esa ciudad. Es autor de “Siete poemas para Helena” (primer premio Buenos Aires de Poesía Joven, 1968), “Nuevos poemas para Helena” (segundo premio Buenos Aires de Poesía, 1969) y “Las dos lunas” (segundo premio Buenos Aires de Cuento, 1968). Escribió los ensayos “Homenaje a García Lorca” (1968), “Apuntes para la búsqueda de lo Latinoamericano” (1969) y “La Literatura de Tierra del Fuego” (1975).
  En la faz pictórica, restauró los murales de José Torres Zapico en Recoleta y presentó muestras individuales en Buenos Aires y Santa Cruz. Sus obras “¿Quiénes serán éstos que vuelan así” y “Mi tierra: homenaje a Lucas Bridges” obtuvieron distinciones nacionales.
   El poema publicado en el blog (“Ja haruin. Mi tierra”), obtuvo el primer premio “Augusto Laserre” de Poesía de Tierra del Fuego en 1973, y figura en su obra “La Literatura de Tierra del Fuego” (Ediciones Culturales Argentinas, Buenos Aires, 1975). Según informa el autor, fue también publicado en la revista “Karukinka” del mes de enero de 1974.

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martes, 29 de abril de 2014

EL CUENTO DE HOY



ARANCIBIA

Por Ada Ortiz Ochoa (*)



-Debo estar mal yo- pensó Arancibia.
Esa mañana no podía apartar de su cabeza, la mirada de reproche de su mujer.
Últimamente no se dominaba con facilidad. Amanecía nervioso luego de una noche sin pegar los ojos.
-¡La pucha!- por ese tema ahora tenía otro problema más. ¡Cuándo mejor debería ser su relación con ella para apoyarse mutuamente!
Intentaría suavizar el trato... ¡pero tampoco ella era la misma desde hacía un tiempo!
Se detuvo en medio de la calle, miró el final visible del asfalto que se hundía en el horizonte.
Parecía plomo caliente el sol cayendo vertical. Chamuscaba vegetales, hervía la capa asfáltica..., y él tenía el alma inundada de sentimientos de porquería.
Llegó a la casa del gringo, su patrón de tantos años. Allí recibió el pago de la quincena.
Se quedó mirando los billetes roñosos..., pero tan necesarios. No pudo sentir cólera como en otras oportunidades. Solamente una tenaza que le oprimió la garganta y el desánimo pesó en su cuerpo.
Arrastrando los pies emprendió el regreso. Pasó por almacén, compró harina, azúcar y jabón blanco. Un poco más adelante, miró como al pasar una pequeña vidriera. Algo le llamó atención.
-¿Y eso?- preguntó al dueño.
-Son hebillas para el pelo... ¿sabe? ¡Para las mujeres, Don!
Tomó entre sus manazas la frágil y verdirroja prenda. -¡La llevo!- dijo.
Se imaginó a Rosa, su mujer, llevándolo de adorno en su melena.
A la media cuadra de su casa, le recibió el perro saltando y gruñendo amigable.
Rosa alertada, se asomó sonriendo.
A él se le pegaron las palabras en la garganta. Regresaba rumiando disculpas.
-¡Mira, Rosa! Discúlpame, soy un bruto, no quise contestarte mal... Pero pasa que me negaron el aumento pedido... y lo que gano no alcanza para darte, para darnos, una vida mejor...
Pero no. La sonrisa de la joven lo desarmó.
Se detuvo indeciso...
Ella, cariñosa, le tomó de la mano y lo hizo entrar en pequeña pero prolija cocina.
Torpemente, Arancibia le dijo.
-¡Toma, esto es para vos!
Un gritito de alegría y chispitas en los ojos, mientras hábilmente recogía los cabellos con la coqueta hebilla.
Para sus adentros, Arancibia pensó.
-¡Si parece brujería! ¿Cómo hace para estar siempre linda y contenta, a pesar de la pobreza y el trabajo bruto?
Pero ahora..., se pone seria con cara de comentar algo. ¿Qué pasa?
Se acerca a él, le toma las dos manos y se las lleva hasta su vientre.
-¿Sabes? ¡Hicimos un encargo, a París, como dicen las viejas! Quiero que se llame Juan como vos. ¿Qué te parece? Si es varón se llamará Juan Arancibia como vos.
La risa de ella y su ternura, borraron la pena y la desazón de Juan.


                                        
(*) Escritora de Sierra Grande.


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