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lunes, 9 de enero de 2012

EL POEMA DE HOY




CIELO PATAGÓNICO


de Amilcar Amaya (*)



Quién puede sustraerse al encanto
del misterioso embrujo de tu cielo,
inmensidad tendida como un velo
más allá de los sueños y más alto.


De día te cubre luminoso manto
llenándonos de paz y de consuelo,
de noche, las sombras y desvelos
y encendidas estrellas para el canto.


Quién no sintió vibrar su fantasía
deslumbrado por sus atardeceres
junto al mar, meseta o cordillera


o sintió que su alma estremecía
ante la magia de tus amaneceres,
magia renovada en cada espera.



(*) El autor nació en San Javier, provincia de Río Negro. Egresado de la Escuela Normal "Eliseo I. Schieroni", de Viedma, ejerció la docencia en Río Negro, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego. Este poema mereció la Corona de Plata del Eisteddfod del Chubut en el año 1988.
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jueves, 5 de enero de 2012

EL POEMA DE HOY




Enjambres humanos

por Carlos Dante Ferrari


Ahora mismo, allí fuera
hay una multitud de seres marcando 
sus pisadas
bajo la tenue oscuridad
y la llovizna
por las frías aceras.
Seres de toda edad y condición
que se entrecruzan
sin verse, sin oírse,
sin rozarse 
siquiera.




Seres que merodean 
sin rumbo ni destino
como enjambres humanos
cegados de furor
y ensordecidos
por el bullicio urbano.


Van colmando los cines, 
burdeles y tabernas,
se paran y caminan
 a veces titubean.


Luego invaden los parques,  
inundan los paseos, 
desandan avenidas
y cruzan diagonales 
arrastrando sus almas 
como pueden
por las calles perdidas.


Yo sé que están allí
porque acabo de andar 
por esas mismas calles
bajo una fina lluvia 
y el relumbre 
de luces mortecinas.


¿Se habrán cruzado, acaso, tus pasos
y los míos
mientras buscabas tu sitio
en la colmena?


Vengo de allí trayendo 
a rastras
como siempre 
el peso inseparable
de mis penas.

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lunes, 2 de enero de 2012

LA NOTA DE HOY





GRETA GARBO, BLASCO IBÁÑEZ Y LA PATAGONIA



Por Jorge Eduardo Lenard Vives




Greta Garbo, una de las divas del cine tanto mudo como sonoro, no necesita presentación. Tampoco Vicente Blasco Ibáñez, reconocido y prolífico novelista de la primera mitad del siglo XX. Como es sabido, Literatura y Cine van de la mano. Fue así que Hollywood reunió por primera vez a la actriz y al escritor en 1926; cuando Monta Bell dirigió a Garbo en “The Torrent”, adaptación de la obra “Entre naranjos” del autor español. Su argumento giraba en torno al ambiente rural de la ibérica Valencia. Ese mismo año la industria cinematográfica los juntó de nuevo; y esta vez el guión tenía como tema la Patagonia.

“The temptress” se basó en la novela de Blasco Ibañez “La tierra de todos”, título con el cual la película fue conocida por el público de habla hispana. Dirigida inicialmente por Mauritz Stiller, fue finalizada por Fred Niblo. La cinta, sin sonido, incluía en su reparto a Antonio Moreno, Lionel Barrymore y Roy D´Arcy, interpretando los principales personajes masculinos.

El filme cuenta la historia de la hermosa Elena, “femme fatale” que siguiendo a su marido el Marqués de Torrebianca, prófugo de una quiebra dolosa en París, y a su amigo el ingeniero Robledo, arriba a la Argentina. Precisamente, al Alto Valle del Río Negro. Allí su belleza cautivadora provoca diversas vicisitudes que llevan a un dramático final. Vuelta Elena a Europa, Robledo la reencuentra varios años después en la capital de Francia donde se inició la historia; ya marchito su encanto y viviendo en la pobreza.

La película parecería merecer el galardón de ser el primer film sobre un libro ambientado en la Patagonia. La obra en la cual se basa es un típico novelón que incluye una clásica persecución a caballo en pos del bandido “Manos Duras”; raptor de Flor del Río Negro, la querida hija del estanciero don Agustín. Publicada en 1922, intervienen en su trama muchos y variados personajes, como el francés Canterac, el italiano Pirovani, el andaluz González, apodado “Gallego”, el norteamericano Watson, el criollo Moreno; habitantes todos del campamento agrupado en torno a la presa que Robledo intenta construir sobre el río Negro, para abastecer los canales que van a permitir regar el valle y hacerlo productivo. Tras la figura de Elena y su influencia sobre los pobladores del rústico sitio, aparece, como telón de fondo, la dura vida en la región y el papel de la inmigración europea en la Argentina de principios del siglo XX.

Pero, más allá del argumento, lo destacable de la novela es la presencia de varios temas patagónicos. Uno de ellos es el mito del prehistórico saurio morador de los lagos cordilleranos: “Entre los escasos habitantes acampados al pie de la Cordillera se heredaba la convicción de que existen aún en ciertos lugares del desierto patagónico bestias enormes y de formas nunca vistas, últimos vestigios de la fauna que surgió al principiar la vida en el planeta. Algunos juraban sinceramente haber visto de muy lejos al plesiosaurio hundiéndose en el muerto cristal de los lagos andinos ó pastando en la vegetación de sus riberas”.

Otro es la exploración del río Negro por el Alférez Villarino: “Sólo los que conocemos la corriente de este río podemos comprender lo que representó aquella expedición, curso arriba y con buques de vela. (...) Buscaban el mar que los indios aseguraban haber visto con sus ojos, y efectivamente, al final del Limay, continuación del río Negro, se desemboca en un mar que es simplemente el lago Nahuel Huapi...”

Pinta también el verano austral: “Aquí reinaba el verano, un verano patagónico, violento y ardoroso, sobre una tierra que rara vez conoce las lluvias y en la cual todas las estaciones son extremadas, descendiendo el termómetro durante el invierno muchas unidades por debajo de cero. La tierra yerma parecía temblar bajo el sol.”

Pero además agrega muchos otros detalles: la mención al Gualicho, “el terrible demonio de la Pampa”, “el diablo pampero, maligno y enredador”; la referencia a varios lugares de la zona, como Choele Choel, El Bolsón, Neuquen; la descripción precisa de una marcha en la desértica meseta, “una llanura siempre inmensa, siempre igual”...

¿Cómo pudo escribir el célebre autor de “Los cuatro jinetes del Apocalipsis”, con tanto detalle, una obra ambientada en nuestro sur? Porque vivió aquí. En 1910, Blasco Ibáñez dejó España con rumbo a la Argentina. Preso de un arrebato fisiócrata, al estilo de Bouvard y Pécuchet, encaró un emprendimiento rural en Corrientes llamado Nueva Valencia. Aunque el pueblo permaneció, la empresa se malogró desde el punto de vista económico. No se arredró; poco después volvió a intentarlo... en la Patagonia. Se dirigió – como Robledo - al Alto Valle del Río Negro; y allí organizó un establecimiento agrícola, cuyo nombre recuerda su interés por lo literario. Volvió a fracasar como colono. Pero de su paso por la Patagonia dejó un pueblo, Cervantes, que lo reconoce como su fundador; y un libro. Que no es poco.





lunes, 26 de diciembre de 2011

EL POEMA DE HOY




A UN CULTRUN, EN EL 
ESTANTE DE UN MUSEO 


por Juan Carlos Corallini (*)


Es como si a la tierra le arrancaran
un pedazo de corazón y palpitante
lo pusieran -silencio que nos clama-
en la vitrina de las cosas que murieron.
Si uno se arrima con el alma en la plegaria
oye moverse como un aire que abrazara
el ronco palpitar de la trutruca
o gimiera en balbuceo de pifilca.
Si uno arrimara su mano sin malicia
otras manos golpearían melopeas
por los tiempos que murieron y a lo lejos
son promesas de amor y de caricia.
Está allí -silencio que golpea-
como cosa que no ha muerto todavía, 
silencio que el bramido y el galope esperan
para buscar a Nguenechén en la montaña.
Está allí, silencio que en su seno vive
un país de cielo y piedra;
silencio, que en el cultrún palpita
un trozo del alma de mi tierra.




(*) El autor (1925-1991) nació en Pergamino, Prov. de Buenos Aires y se radicó en Esquel (Chubut) en 1958, donde desplegó su actividad cultural y docente durante largos años. Este poema fue ganador de la Corona del Eisteddfod del Chubut en 1990.
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viernes, 23 de diciembre de 2011

EL CUENTO DE HOY




EL SALÓN DE LOS RELOJES (*)


Por JUAN BAUTISTA VALLÉS


                                                      A G. Pierce



El pueblo, como gustan llamarlo sus habitantes, ocupa unas pocas manzanas, siguiendo la curva de la bahía. Y ésta sigue la línea oscilante y caprichosa que separa el agua marina de la tierra.
No más de dos mil personas conviven con las mareas y a su ritmo, intentan cada día, extraer su alimento.
Lejos de la playa, como penetrando el continente, emerge de entre las últimas casas, la iglesia. Su ubicación demuestra que llegó tarde al asentamiento el fraile que la construyera sin mezquinar sus manos, que alternaron el fratacho y la cuchara de albañil con el cáliz y el altar.
 No se ha encontrado a vecino alguno que recuerde a este padre. Salvo en dos o tres características, como su baja estatura y su poca comunicación con los fieles.
Sobran rumores cuyo origen se desconoce acerca de cosas que ocurren en el templo o en sus alrededores. Es cierto que nunca fueron comprobadas; pero se van tejiendo en leyendas que relacionan al cura, el lugar, la ubicación, con otros hechos extraordinarios que se aprecian como ciertos.
Dicen, por ejemplo, que debajo de esa capilla se encuentra el lugar de los relojes. Nadie puede decir que lo ha visto, pero mucho han oído, queriendo o sin querer, de este salón. Tampoco hay quien haya apreciado una escalera o el medio para llegar a él, aunque se han recorrido, con ese fin, el edificio de la iglesia tanto como el campanario que el arquitecto colocara a unos metros de la gran nave eclesial.
Varios interesados han preguntado por qué esa torre para contener campanas inexistentes fue construida unos metros delante del edificio del templo. Llama la atención a estas mismas personas la dimensión de la base cuadrada sobre la que se fueron apilando ladrillos unidos por el sacerdote devenido en albañil. Tanto como el haber olvidado colocar puerta alguna para ingresar al interior del edificio. Los más detallistas reparan en la falta de puertas para acceder a la torre. Los ya obsesivos hablan de la relación entre las medidas de los lados de la base y la altura, que no parecen casuales. Es fácil de observar, también, la cantidad de gaviotas que descansan sobre el techo del campanil, aún en días tormentosos.
No sé sabe cómo pero algunos han accedido a ideas fragmentarias acerca del sitio, las que reuní durante años y luego, con la paciencia de los relojeros antiguos y la de los artesanos de siempre, traté de armar en una sola versión confiable. Quise emular a los inspiradores de los rosetones de las catedrales medievales que ofrecen una imagen completa disimulando los miles de fragmentos de vidrios de colores que lo componen.
Mi conclusión, para decirlo de una vez, es que en el salón existen miles, millones, incontables relojes de tipos distintos. Los hay que cuelgan de techos invisibles, pues los planos de los que parecen pender prescinden de bóvedas y pisos convencionales. Otros se apoyan en superficies ilusorias ya que responden a la misma ley general. De paredes incomprobables se sostienen otros. La vista se pierde y flamea en las hendiduras del paisaje buscando paisajes fantásticos, pero añorados.
No hay seres, perceptibles al menos, que se encarguen de dar cuerda o atender algún otro mecanismo para que marchen. Pero lo hacen. Respetan un orden aparente que alguien impuso con una lógica que no es la nuestra.
Sólo los entendidos sabemos que cada reloj marca un ciclo vital de cada una de las personas que caminaron el mundo, o lo están haciendo en estos momentos.
Los períodos no son iguales para todos. Hay niñez extendida en la cama del tiempo, adolescencias cortas y otras largas. Juventudes que expiran apenas comenzadas y las que perduran viendo pasar otoños indiferentemente.
Los cronómetros se disputan límites convencionales robándose tiempos unas series a otras.
Cuando una finaliza, el respectivo reloj se detiene, en el mismo y único instante en que comienza a andar su camino el ciclo siguiente en otro aparato horario.
Algunos relojes se unen en el tiempo secuencial y parar y arrancar, pero ¿quién lo sabe?
Sólo un reloj de los correspondientes a cada transeúnte de la vida, al detenerse no será seguido por otro, pero nadie puede adivinar tal cosa.
El silencio se impone en todo el salón con aire discreto, pero si alguien derrama su vista u observa el movimiento de péndulos o segunderos imaginará ruidos rítmicos, suaves, continuos. Quizás porque los observadores no pueden desprenderse de ciertas experiencias de fuera del recinto.
Lo mismo acontece con la luz tan inexistente como inútil, pues no hay veedores y los que acceden por raros designios a él, hablan igual de discretas luminosidades.
Muchos del pueblo y también foráneos envueltos en las sombras de las mañanas, que son las mismas del atardecer, se allegan a la iglesia. Simulan correr las estaciones del vía crucis, yo se hincan en las gastadas maderas de los reclinatorios murmurando inaudibles oraciones, mientras su vista, obedeciendo a su verdadera intención, recorre el lugar buscando acceder al espacio de los relojes. Pero este es inviolable, escapa a las leyes de los hombres, que seguro intentarían –de poder hacerlo- intervenir en este ritmo ajeno.
Dicen también que el tiempo se escapa por debajo del sagrado recinto, al mar, y tiene que ver con el asomarse del sol en algún punto de la inmensidad oceánica. Pero siempre tras el horizonte. A  horas previsibles.


Enero de 99 - Playa Unión.





(*) De “Del largo camino de la Memoria” – Cuentos Completos – Patagonia Contemporánea – 2010.





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