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jueves, 8 de mayo de 2014

EL CUENTO DE HOY




SAN EMILIANO (*)


Por Luis Alberto Jones





A vos te lo puedo contar, Marisa, porque me vas a comprender sin burlarte. ¡Veintidós años hace que la llevaba en la billetera! ¿Y sabés cómo me acuerdo? Porque en la parte de atrás tenía un almanaque. San Emiliano, una estampita de San Emiliano. Tantos años y nunca me falló. La tocaba y fuerza, suerte, todo me daba, y guarda que el que piense que soy un irreverente se equivoca largo. Yo lo hago con respeto. Justo San Emiliano, el patrono de los gastronómicos, a mí, pintor.  Bah! Vos sabés, un plástico, a esta altura con cierto prestigio. Y no solo aquí, sino en Italia, Grecia, en fin… Pero me estoy yendo. Vacía, totalmente vacía me la devolvieron, Marisa. Porque, buscando, buscando, en la comisaría 31 de Cabildo al 200 alguien que la encontró la había dejado. Las tarjetas, la guita que no era mucha, importó, pero decime, ¿tenía que llevarse la estampita? ¡Es ser dañino, te das cuenta! Es como cuando te doblan la antena del auto. Si la roban y hacen unos mangos, pase, pero por daño, no puedo aceptarlo. Llevarse la estampita, ¡hay que ser, che!!! Y el lunes pasado, iba yo en el subte hasta Carranza y uno de los pibes que te dejan la estampita en la rodilla, pasa, reparte y se va hacia el fondo del vagón. Yo ni agaché la cabeza. Tanto no puedo, uno trata de ayudar aquí y allá, pero si le vas a dar a todos no alcanza. Bueno y te contaba. Cuando el pibe decide volver y retira la de la señora de enfrente, bajo la mirada y ¿de quién era la estampita ? de San Emiliano, Marisa, ¿podés creer? La manoteo, el pibe me extiende la mano, busco en el bolsillo interior del saco, elijo un cien y se lo doy. Petrificado quedó el mocoso. Todos miraron. Nadie entendió. Paró el subte justo y el pibe se mandó apenas se abrieron las puertas antes que yo me diera cuenta del error. Pobre. No me había equivocado. Era lo menos que le podía dar. Pequeña, humilde ofrenda por el milagro. Porque, sabés Marisa, fue un milagro. Ahora me doy cuenta. Todo este tiempo en que estuvimos separados, San Emiliano me andaba buscando en el bolsillo de la más humilde criatura, un pibe que mendiga. Y si no ¿cómo lo explicás, Marisa? ¿Cómo?



(*) Este cuento integra el volumen titulado “¡Hay que cuidar a papi! Y otros cuentos”, antología publicada en Octubre de 2013.
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sábado, 3 de mayo de 2014

EL POEMA DE HOY





YA HARUIN (MI TIERRA)

Por Ricardo Horacio Caletti (*)





Allí,
dónde el mundo
se rompe
en archipiélago
de pájaros,
y el viento
se lastima
sobre piedras
de vidrio.
Allí,
dónde el invierno
detiene
las cascadas,
el rumor 
de los ríos,
el débil
movimiento
de los tallos.
Allí,
donde la soledad
se multiplica,
incesante,
desde el mismo
principio,
y brilla
en las lenguas
de glaciares
eternos,
y en las costas
heridas
de mordiscos 
marinos.
Allí,
donde los lagos
insondables,
abren
su ojo ciclópeo
hacia
la curva del cielo
y a los siglos.
Allí,
hay un pueblo azul,
con techos
y habitantes,
y un campanario
y calles
y amistades
y oficios.
Una lenta
bahía 
de bostezo
geográfico,
donde se repiten
los pájaros
y el estrellerío.
Hay montañas
que entran
en el cielo,
y hay bosques
que acumulan
soles
en silencio.
Hay guitarras
y besos,
y miradas
y barcas;
hay sábanas
y el abrazo
de cada vez,
y hay niños.
Me reparto
en el fondo
de este mundo
de sueños,
como un polen
ardiendo sobre el viento
marino.
Mi alma
cabalga
en cada potro
y se rompe,
en la escarcha 
del alba
y en la copa
de vino.

Territorio del canto.
Blanca
Tierra del Fuego:
Sobre
tus islas
me inclino
como una espiga
en llamas,
como un campanario,
como una fruta,
como un racimo
de estrellas
errantes,
para pulirme
el alma
sobre tus piedras
de vidrio.






(*) Escritor y pintor de Ushuaia. Se desempeñó como periodista y realizador de programas de radio y televisión en esa ciudad. Es autor de “Siete poemas para Helena” (primer premio Buenos Aires de Poesía Joven, 1968), “Nuevos poemas para Helena” (segundo premio Buenos Aires de Poesía, 1969) y “Las dos lunas” (segundo premio Buenos Aires de Cuento, 1968). Escribió los ensayos “Homenaje a García Lorca” (1968), “Apuntes para la búsqueda de lo Latinoamericano” (1969) y “La Literatura de Tierra del Fuego” (1975).
  En la faz pictórica, restauró los murales de José Torres Zapico en Recoleta y presentó muestras individuales en Buenos Aires y Santa Cruz. Sus obras “¿Quiénes serán éstos que vuelan así” y “Mi tierra: homenaje a Lucas Bridges” obtuvieron distinciones nacionales.
   El poema publicado en el blog (“Ja haruin. Mi tierra”), obtuvo el primer premio “Augusto Laserre” de Poesía de Tierra del Fuego en 1973, y figura en su obra “La Literatura de Tierra del Fuego” (Ediciones Culturales Argentinas, Buenos Aires, 1975). Según informa el autor, fue también publicado en la revista “Karukinka” del mes de enero de 1974.

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martes, 29 de abril de 2014

EL CUENTO DE HOY



ARANCIBIA

Por Ada Ortiz Ochoa (*)



-Debo estar mal yo- pensó Arancibia.
Esa mañana no podía apartar de su cabeza, la mirada de reproche de su mujer.
Últimamente no se dominaba con facilidad. Amanecía nervioso luego de una noche sin pegar los ojos.
-¡La pucha!- por ese tema ahora tenía otro problema más. ¡Cuándo mejor debería ser su relación con ella para apoyarse mutuamente!
Intentaría suavizar el trato... ¡pero tampoco ella era la misma desde hacía un tiempo!
Se detuvo en medio de la calle, miró el final visible del asfalto que se hundía en el horizonte.
Parecía plomo caliente el sol cayendo vertical. Chamuscaba vegetales, hervía la capa asfáltica..., y él tenía el alma inundada de sentimientos de porquería.
Llegó a la casa del gringo, su patrón de tantos años. Allí recibió el pago de la quincena.
Se quedó mirando los billetes roñosos..., pero tan necesarios. No pudo sentir cólera como en otras oportunidades. Solamente una tenaza que le oprimió la garganta y el desánimo pesó en su cuerpo.
Arrastrando los pies emprendió el regreso. Pasó por almacén, compró harina, azúcar y jabón blanco. Un poco más adelante, miró como al pasar una pequeña vidriera. Algo le llamó atención.
-¿Y eso?- preguntó al dueño.
-Son hebillas para el pelo... ¿sabe? ¡Para las mujeres, Don!
Tomó entre sus manazas la frágil y verdirroja prenda. -¡La llevo!- dijo.
Se imaginó a Rosa, su mujer, llevándolo de adorno en su melena.
A la media cuadra de su casa, le recibió el perro saltando y gruñendo amigable.
Rosa alertada, se asomó sonriendo.
A él se le pegaron las palabras en la garganta. Regresaba rumiando disculpas.
-¡Mira, Rosa! Discúlpame, soy un bruto, no quise contestarte mal... Pero pasa que me negaron el aumento pedido... y lo que gano no alcanza para darte, para darnos, una vida mejor...
Pero no. La sonrisa de la joven lo desarmó.
Se detuvo indeciso...
Ella, cariñosa, le tomó de la mano y lo hizo entrar en pequeña pero prolija cocina.
Torpemente, Arancibia le dijo.
-¡Toma, esto es para vos!
Un gritito de alegría y chispitas en los ojos, mientras hábilmente recogía los cabellos con la coqueta hebilla.
Para sus adentros, Arancibia pensó.
-¡Si parece brujería! ¿Cómo hace para estar siempre linda y contenta, a pesar de la pobreza y el trabajo bruto?
Pero ahora..., se pone seria con cara de comentar algo. ¿Qué pasa?
Se acerca a él, le toma las dos manos y se las lleva hasta su vientre.
-¿Sabes? ¡Hicimos un encargo, a París, como dicen las viejas! Quiero que se llame Juan como vos. ¿Qué te parece? Si es varón se llamará Juan Arancibia como vos.
La risa de ella y su ternura, borraron la pena y la desazón de Juan.


                                        
(*) Escritora de Sierra Grande.


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jueves, 24 de abril de 2014

EL ADIÓS A UNA MUJER INOLVIDABLE




                      TEGAI ROBERTS
                                   (Q.E.P.D.)



     Con la partida de Tegai se va -literalmente- un riquísimo segmento de la colectividad galesa chubutense. Y no solo por su conocida y añosa tarea de rescate cultural, de la que da cuenta el Museo Regional de Gaiman. Esa labor tenaz y silenciosa es, desde ya, un mérito inigualable. Nos ha legado un tesoro que nunca terminaremos de agradecer. Ojalá sepamos cuidarlo y enriquecerlo.

     Pero además, Tegai era en sí misma una encarnación arquetípica, una síntesis representativa de los valores más destacables de la gesta galesa en la Patagonia.  En ella se reflejaban el espíritu y la esencia de los pioneros: la humildad, la fe religiosa, la perseverancia, la vocación comunitaria. Comulgaban en su personalidad los mejores atributos de las dos culturas, que en su caso lograban expresarse en un perfecto galés y en castellano, a través del conocimiento histórico, de la memoria heredada, de la música y el canto.

      Esa versatilidad le permitía desenvolverse en todos los ámbitos, desde el histórico, el académico, el literario, hasta la participación, como una integrante más, en las actividades corales y en los Eisteddfod.

    Aquilató méritos desde muy joven, con ese inquieto afán -conservado  hasta sus últimos días- por rescatar y difundir las tradiciones heredadas. La Asociación San David quiso expresarle su  gratitud hace 35 años, en 1979, a través de un reconocimiento público, ya por entonces largamente merecido. También recibió reconocimientos a nivel nacional e internacional.

        Con el temperamento siempre afable que tanto la caracterizaba, Tegai era hasta hoy la gran fuente de todas las consultas. Acudían a verla desde jóvenes estudiantes y vecinos del valle hasta los más importantes investigadores y especialistas locales y extranjeros. Además de un ser excepcional, también hemos perdido a una de las principales fuentes de sabiduría. 

      Tegai acaba de emprender el viaje hacia la Eternidad, la partida hacia el encuentro con el Señor, que cantó y alabó con profunda fe en sus largos años de vida; en los domingos de culto, en los himnos añejos y en las despedidas a tantos seres queridos que la precedieron.

       Desde esa perspectiva, deberíamos sentir una serena resignación. Sin embargo, por más que lo intentemos, hoy estamos verdaderamente tristes.

       Solo queda expresarle nuestra inmensa gratitud por siempre.

Diolch yn fawr iawn, Tegai annwyl.



ASOCIACIÓN SAN DAVID DE TRELEW
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martes, 22 de abril de 2014

EL POEMA DE HOY



BAR SERRAVALLE


Por Carlos Basave (*)




Llegada la tardecita, bajaba al bar la gringada
reuniendo a los inmigrantes, entre bochas y algazara,
una copita de vino, cervezas y una picada
como si fuera un tributo que las razas se obligaran.

Era el bar de Serravalle, una especie de embajada
frente a la naciente iglesia, confesionario de parias.
Allí todos los domingos, los fieles cruzan la calle
y se entregan a otro culto, el culto de la velada.

Había dos canchas de bochas, juego traído de Italia,
un techo sobre cumbreras, una mesa hecha de tabla,
platos con jamón y pan, y ¡el que pierde es el que paga!
Voces fuertes que animaban la partida a la distancia.

En el interior del bar, cuatro mesas, mucha charla,
unas partidas de murra, un truco, una generala,
y ese tufillo de aromas, como de vinos y grapas,
y el patrón siempre dispuesto, con la bandeja lustrada.

Fue durante muchos años, don Ruggero Serravalle
cónsul de esos inmigrantes, cotejando la palabra
les dio cobijo de amigo, fue su mano compañera,
hasta que Dios dijo “basta”, concluyendo la jugada

¡Qué hermoso que fue mi pueblo! En épocas ya pasadas,
cuánto trabajo costó, solo con pico y con pala.
Vergel del valle sureño, siempre serás mi añoranza,
por eso siempre te nombro, consultando mi guitarra.



(*) Escritor de Villa Regina, radicado en España.




Nota del autor: “Bar Serravalle”, frente a la iglesia, lugar obligado de reuniones domingueras a la salida de la misa cantada por el cura Parolini. Afuera, en la calle de tierra, las chatas con sus caballos esperando regresar a la chacra, adentro, toda la familia, los niños bebiendo “naranjina” o “bolita”, afuera en el patio toda la Europa trasplantada. Desde mi curiosa infancia, hacía acto de presencia para observar los jugadores de bochas y porque nunca faltaba algún alma generosa que me invitaba con un sanguche de mortadela. Para cuando hice mi primera comunión me llevaron con un delantal blanco a la Iglesia para recibir los sacramentos. Había quedado solo y el cura me preguntó: ¿Quién es tu padrino? ¡Yo no sabía de que me hablaba! Pero mi pueblo fue siempre tan generoso que un señor de apellido Crivisich se adelantó y le respondió al cura: ¡Yo soy su padrino! Así tomé mi primera comunión y mi padrino, (hombre buenón y servicial que tenía una chacra) me llevó de la mano para que viéramos como se reunían los inmigrantes y festejaban hablando idiomas extraños para mi infancia. Me compró un sánguche y una bebida, me anotó en un papel su nombre y la dirección de su domicilio para que lo fuera a visitar, cosa que no dejé de hacer.

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