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miércoles, 8 de abril de 2015

EL RELATO DE HOY






DON FRANCISCO


Por Camila Raquel Aloyz de Simonato




     Don Francisco, cariñosamente “Don Pancho” para nosotros, era, mirando desde atrás, un verdadero gaucho acriollado. De estatura mediana, enjuto, enhiesto, enfundado en típicas bombachas amplias, oscuras, de botones desprendidos sobre huesudos tobillos, alpargatas “bigotudas”, ancha faja alrededor de la angosta cintura, facón de plata cruzado y camisa amplia. Un gaucho baqueano sin duda; pero al darse vuelta, su alargado rostro era, inconfundiblemente, de campesino español.

     Sus facciones cinceladas por al clima patagónico, parecían talladas sobre añejo tronco. El viento huracanado, la arena, el sol y el frío, habían marcado imborrables surcos sobre su cara. Sus ojos pequeños de un azul verdoso, de mirada brillante, tierna y triste, estaban protegidos por la sombra de su tiesa y sucia boina.

     Parco, pero cortés, Don Pancho solía sentarse en un rincón de la cocina sobre un antiguo arcón “traído de laz Ezpañaz”; sobre la abovedada tapa, a guisa de almohadón, tenía un mullido cojinillo de carnero.

     Hospitalario, nos ofrecía un “amargo” y tortas fritas.

     Jamás nos atrevimos a preguntarle que había dentro del baúl, pero imaginábamos extraños tesoros: doblones de plata, una mantilla o peinetón de maja, caras de un desdichado amor… nuestras mentes infantiles levantaban vuelo como gaviotas que planean entre corriente y corriente.

     Una vez, tímidamente le preguntamos porque había venido aquí, a la Patagonia. Mirando el horizonte por encima de nuestras cabezas, dijo que “a buscar trabajo, paz y soledad”.

     Tenía Don Pancho la habilidad de hacerse entender por los animales, a los que cuidaba y quería como si fuesen niños. Su yegua “La Tostada”, junto con “Viruta”, su perro ovejero, a un simple silbido traían las gallinas y aves desde el cerro al corral, en el atardecer.

     —Falta “La Copetuda”, Viruta— le oí decir una tarde. —Vete pronto o se la comerá algún zorrino o zorro, ya. —Y Viruta salió hocico al suelo y cola en lo alto.

     Cuando recorría los potreros, mientras limpiaba los bebederos, silbaba a su yegua y a su perro; al rato éstos volvían arreando alguna oveja extraviada.

     Un día se fue Don Pancho a los campos de donde no se vuelve. Viruta aulló toda la noche, y a la madrugada había desaparecido. “La Tostada” no quiso probar más ni una brizna de alfalfa, ni se dejó poner el morrillo con avena que tanto le gustaba; vagó incierta y triste y al poco tiempo la encontramos muerta cerca de la laguna Salada.

     Cuando, con todo respeto, abrimos el viejo arcón, allí sólo habían: tres pañuelos de hilo con sus iniciales primorosamente bordadas, dos pares de medias negras, una camisa blanca y un par nuevo de alpargatas. En un rincón, dentro de un sobre amarillento, encontramos unas fotos cuyas imágenes se habían desvanecido. Ese fue el tesoro material que legó Don Pancho; pero en las noches calmas, cuando la luna pinta de plata los coirones y las matas, allí en lontananza lo veo: erguido, “Viruta” atento a sus pies, y su mano cariñosa peinando la crin de “La Tostada”.





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viernes, 3 de abril de 2015

EL CUENTO DE HOY




LA CASA

Por David Aracena (*)




La idea de la casa comenzó un domingo por la mañana.
 — Está haciendo frío— dijo ella.
 Después miró el mar. Las paredes lisas, despintadas de la casa.
El hombre acercó un tronco de molle al hogar. El fuego, ardía confiado en la mañana gris, entre el hilo delgado del horizonte, el lento chillido de las gaviotas que parecían rebotar en la superficie blanda de los médanos, en la espada aguda de los olivillos.
Trató de recordar la historia que iba apareciendo en la memoria con ese aire que tienen los rostros; vistos desde un tren. Precisó el color de la cal, y las paredes recién levantadas. El orgullo de su padre.
Pero todo eso estaba lejos. Había que construir una casa nueva.
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Por la mañana, bien temprano había venido el carpintero. Flaco, demasiado flaco, indefinido como una hilacha, con sus herramientas y una caja larga. Después supo que contenía un violín.
Supo también que el carpintero se llamaba Juan. Nada más que Juan.
Pocos sabían —el mismo Juan, casi no lo tenía en cuenta, solo de tarde en tarde, en forma confusa, aparecía la noche, los aplausos, los curiosos en torno suyo, el arco bajando, con ese movimiento lento de los juncos, sobre las cuerdas tensas, (sí, sí! era como tocar la lluvia, el lomo de las olas, un pequeño pájaro golpeando el mar. Esto era todo, pero quizás no. No lo sabía bien.)— que a veces pre­guntaban con un poco de timidez al principio, por el carpintero, para los sábados, y lo buscaban a lomo de caballo, en el sulky chico.
Y Juan desaparecía como una sombra.
Alguna vez había contado en el boliche, los días que había vivido en la cordillera. Cuando cae la nieve, el canto del gallo se escucha más lejos. El olor de la madera en los aserraderos se incorpora a la sangre, de la misma manera que la tiza se pega en las manos frente al pizarrón. Después, la madera bajo el cepillo, las virutas hurgando el aire.
Podía traer el cepillo de pa, su rostro feliz. Lo miraba a veces en el brillo de la tabla, que era pulido como el agua cuando está quieta y hay un buen sol.
Un día dejó de hacer muebles y se vino cerca del mar. Y ahora está ahí, midiendo la luz entre el ruido del taladro, los clavos, las virutas que parecen langostas saltonas.
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La casa crecía. Se escuchaba el mar, batiendo la restinga, el viento del sur, sobre todo de noche. Por la mañana, las gaviotas copiaban un cielo bajo.
Resonaban los golpes en el campo. Altos, como si fueran banderas.
Juan, seguía amontonando clavos y cola. Las ventanas que daban al cielo eran lo más importante. Los pisos y las paredes podían pasar, pero las ventanas, no.
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A veces, Juan dejaba las herramientas y tocaba el violín. Los chicos, primero, y luego los grandes, se acercaban confiados y se iban despacio, escuchando las notas, bailando a veces, cuando la tarde se demoraba con un lento ruido de jume, cayendo en granos redondos y verdes.
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Las ovejas pastaban en la península, indiferentes a la vida y a la muerte, al crecimiento de las mareas.
(Ahora estoy sentado. El faro de Punta Norte volverá a prenderse a la noche. Es posible que los hijos vayan el domingo, a ese sitio crecido en el acantilado, al aire salado de las olas, al chasquido del agua. Es posible que la casa una vez terminada tenga luces para verla de lejos. Pero Juan no tiene hijos. No hay que dejar que las palabras nos cansen las manos, sabía decir su padre, que siempre estaba renaciendo de la herrumbre y el polvo).
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Un buen día, el constructor habló con el hombre, con don Mariano, el dueño de casa.
Planteó las dificultades. Se dio el veredicto. La casa seguiría construyéndose y volvieron a escucharse los golpes, pero Juan se estaba quedando sordo. Cuando tocaba el violín, la luz no se quedaba en la carpintería.
Juan, miraba el rostro de los que llegaban a la ventana buscando aprobación, pero todos se iban sin hablar.
Las ventanas ya no tuvieron preferencia alguna.
Cuando la casa se terminó la gente tuvo que opinar que era algo nunca visto.
Pero cara, ¿no?
Pero linda, ¿no?
El mismo Juan casi no lo tenía en cuenta. Sólo de tarde, cuando las palabras tienen más memoria de lo que han vivido, algún vecino decía:
Hay una diferencia de nivel en el techo, el salón grande.
¿El que tiene ventanales amplios?
Sí, el que da al mar, y al cielo.
Y mira al faro.
Se picó la pared. Se trabajó de nuevo. Y se recomenzaba. Don Mariano, el dueño de la casa, seguía con su fe limpia como la madera recién cepillada, porque le gusta recordar el color de la costa, los pies en la restinga, el lomo rosado de los cangrejos "en el mar siempre sin cesar empezando" de Valery, o acaso el de Milhoz, donde los muertos están borrachos de lluvia, pero vivos, resplande­cientes como el dorso de los peces de mediodía.
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Los defectos de la casa, crecían más rápido que los trabajos de reparación. A veces, se colocaban cinco ladrillos, diez, y se caían veinte.
Juan estaba sordo como una tapia. De cuando en cuando volvía a su violín y ensayaba unas notas. Entraba al viejo olor del bosque, a los altos pinos de la cordillera, cuando el sol corría arroyo abajo como una liebre blanca.
(Ahora está comenzando a crecer una melodía, estoy seguro de eso. El cepillo canta como un gallo y lo escucho saliendo de la nieve, alejando el viento del sur, sobre las olas, cerca de los médanos polvorientos. La gente vuelve a crecer y sobre todo los niños a mi alrededor. La muerte no existe).
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Cuando no quedaron más que los cimientos, don Mariano, comenzó a formular nuevos proyectos. La casa se levantaría de todas maneras.
Cuando Juan tocaba el violín, la luz comenzaba a inundar la habitación como antes.
La casa se terminaría.
Afuera, las ovejas parían. El pasto y el verano, también.
Y el mar.





(*) Escritor de Comodoro Rivadavia. Nacido en 1914 en San Luis, llegó al Chubut en 1919. Vivió en varios lugares de la provincia antes de radicarse en Comodoro Rivadavia hacia los años ‘60. Escribió en el diario “El Patagónico” durante casi veinte años; dónde publicó la columna diaria “Las Palabras y los Días”, que firmaba con el nombre de “Juan de Punta Borjas”. También usó el seudónimo ”Marinero de Aljibe”. Sus textos se difundieron durante muchos años en diarios, revistas y antologías. En 1986, a instancias de sus amigos, publicó “Papá botas altas”. En 2009, se editó  una selección de las columnas que publicó entre 1967 y 1986 en El Patagónico, que también se llamó “Las palabras y los días”. Se casó con la poeta Anita Pescha. Murió en Comodoro Rivadavia el 10 de febrero de 1987 Es, sin dudas, uno de los principales escritores patagónicos. Obtuvo numerosos reconocimientos, como el primer premio de poesía de la Biblioteca Avellaneda de Comodoro Rivadavia, el primer premio de cuentos en el primer concurso patagónico de cuentos de la Dirección de Cultura del Chubut, el primer premio de poesía en el Concurso del Cincuentenario de Comodoro Rivadavia, primer premio en teatro, con Anita Aracena, de la Dirección de Cultura del Chubut, segundo premio en ensayo de la Dirección de Cultura del Chubut, segundo premio en ensayo en la “Semana del Arte” de Rawson, menciones especiales en el concurso Isernia de Poesía, premio F. Colombo de Buenos Aires, premio Meridiano Artístico de Rosario, primer y tercer premio en el concurso de “Vosotras”, diploma de honor de Unesco filial Brasil y primer premio del Concurso Patagónico de Poesía de 1967. El presente cuento fue tomado de su libro “Papa botas altas” (Gprocultura, Comodoro Rivadavia, 1986).
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martes, 31 de marzo de 2015

EL POEMA DE HOY




SUR (*)


Por Lili O.P. de Patterson




Gastaré los latidos de los días y los gestos,
con la mirada gravitaré sobre el tiempo,
con verdades maduras, caminaré las señales
para hallar el ritual de los sueños
en el vuelo de las águilas que anidan
en torres de silencio.
Gastaré los silencios y los miedos
dormidos en las piedras.
Gastaré las reverencias para cubrir
los cuerpos desnudos de sus muertos.
Gastaré las palabras de los hombres
para enredar en sus barbas
las brújulas sin SUR.




(*) Poema incluido en la obra "Brisas del Sur", edición de los autores Lili Patterson, Oscar R. Ferro y Mónica Morris - Bahía Blanca, 1986.

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sábado, 28 de marzo de 2015

NUEVAS OBRAS RECIBIDAS





“SERÁS DOS”, DE ELENA PASO (*)




   Comentar una obra literaria es tarea difícil; y más cuando se trata del género poético, apto para las interpretaciones subjetivas. La prudencia indica que, en estos casos, es mejor callar y dejar que cada lector saque sus propias conclusiones. Sin embargo, hay oportunidades en que las obras que se reciben muestran tal creatividad, que merecen correr el riesgo para contribuir a hacerlas conocer.

    Tal es el caso de “Serás Dos”, el último poemario de Elena Paso; un volumen compuesto de tres entramados de versos que se enlazan unos con otros transformándose –casi– en un solo poema indiviso. Esas tres partes se llaman “Serás Dos”, “De dos cosas viento” y “Río predecible”. En todas ellas se encuentra presente, ya sea en forma sublimada, metafórica, intuida o real, la Patagonia.

   En una primera lectura, tres aspectos resaltan en la obra de Elena. El primero es una permanente referencia al desdoblamiento de la percepción, a una visión binaria de lo circundante; enunciada ya desde el inicio por la frase de Jaques Prevert elegida como lema: “De dos cosas luna / la otra es el sol”. La idea se reitera en el verso inicial de la obra (“Serás dos / sentenció el chamán”), en las reiteradas alusiones “a la otra” (“y si soy yo, mi otra?”); en la enigmática línea “neneos, chupasangre y jarillas vigilan el desierto”, que se repite aislada hasta llegar al pareado “neneos, chupasangre y jarillas vigilan el desierto / y nosotros libros y ciudades”. A lo largo del texto parece revelarse la contraposición de dos mundos; no enfrentados entre sí, sino complementarios. 

    Otro aspecto que se destaca es la apelación a todos los sentidos físicos, que transmiten sin filtro los estímulos que recibe la poeta a su ser íntimo, a través del conjunto de los órganos sensoriales –de esos órganos que se reflejan en la ilustración de la tapa de Alberto Brandi: ojo, nariz, boca, mano, oído–, para transformarse en palabra escrita. El resultado es un permanente juego de imágenes de todo tipo –visuales, táctiles, olfativas, sonoras, de sabor– que fluye de cada una de sus páginas.

   Un tercer punto de consideración, es aquel que bien expresa en la contratapa del tomo su comentarista, Federico Goldchluk: “En la escritura de la autora hay una mezcla de registros. Por momentos su poesía es más seria, de descripción detallada, y por momentos salta a un coloquialismo de expresividad intensa”. Esta gama no sólo abarca los significantes sino también los significados; porque los versos de Elena reflejan desde la descripción de sensaciones sencillas y directas, hasta hondas reflexiones que dejan pensando.

   Algunos fragmentos de su contenido permitirán apreciar la plasticidad del lenguaje:


Mar sereno que vienes a mí

todo prístino

todo llano.

Serás Atlántico en otro lado.


Mar sereno que vienes a mí.

Puro encuentro.


Caminarte la orilla de punta a punta

chapoteando olvidos.

Sentarse en la arena

jugarle carreras al viento

y tan sólo con la mirada ganar.

(De “Serás dos”)



Cuando miro las bardas

lo demás pierde sentido

transcurren silencios

minutos horas

o el mientrastanto

en que sauces llorones acarician el río

río que no vuelve

el viento tampoco.

(De “De dos cosas viento”)


   Según confiesa la autora, no guarda este volumen todas sus últimas creaciones; pues muchas de ellas tuvieron destinos varios antes de que el libro se plasmase. Entre esos destinos también se cuentan las páginas de Literasur, donde los lectores ya pudieron disfrutar anteriormente las obras de Elena. Ahora, con este poemario, podrán tener una idea más cabal de su riqueza creativa y gozarán, sin dudas, de un refrescante momento de buena poesía.


J. E. L. V.



(*) Serás Dos, de Elena Paso. Publifadecs, General Roca, 2014.


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miércoles, 25 de marzo de 2015

EL CUENTO DE HOY




EN ASUNCIÓN VENCIÓ LA NOVIA RUSA

Por Nadine Alemán (*)



Me gustan las milanesas pero desconfío de los lugares de paso desde que Avalle encontró catorce cucarachas y la cara de una laucha en el aceite usado que retiraba para hacer biodiesel. Qué vergüenza llevarme a la escuela en la catramina esa.
Marcelo prefiero ir caminando, los chicos me siguen por el olor a fritanga.
––¡Bueno, nena, pero te siguen…!
Es tan alto en volumen de la tele. No hay ISO 2001 que cambie esa costumbre en este país. Y el ministro bigotudo diciendo que las raptadas se van con algún novio, que lo sigue internacional, que pim y que pam. Buscan a las que realmente se van con algún novio, las que se pierden con aros de perlas y tienen el pelo finito; lacio.

Qué extraña paz encuentra la gente en estos lugares, a ningún camionero le caen mal los dos huevos fritos con cebolla y el tremendo pedazo de carne recalentada a las seis de la tarde. Nadie patalea porque hay una barata Raft y no la primerísima Sprite. Antes con suerte, había una Gini de pomelo, medio tibia. Y con ese medio litro aguanten hasta Neuquén, faltan trescientos kilómetros no más.
Nunca pudimos sacarle a papá la idea de que comer bien es comer mucho. Paquetón de fideos, paquetón de galletitas molidas. Vamos a La posta del camionero que ahí se come bien, chicas, pidan ciervo que acá es barato.
––Basta, Lucho, eso no es ciervo, eso es guanaco, no vayamos a enfermar a las nenas, y no me macanees a mí que yo estuve tres años en la capital y sé de comida…
–Ustedes tienen el problema de muchas, Marga: son pobres y pretenciosas.
Y seguíamos camino con los amortiguadores vencidos y la tierra insistiendo en la caja de la F100. Después claro: portazo y vómito, portazo y vómito, hasta tener la suerte de encontrar algún arroyo para enjuagarse la boca.
“Rosa M deja a José B. porque te arranco los pelo. Sandra C”. La dudosa privacidad del baño público entrena igualmente la mano de la denuncia indiscreta. Me dijo Anita que en España se avivaron y ponen publicidad en la puerta del baño, del lado de adentro, para que la gente no escriba grafitis.
Tengo granos y picaduras en las piernas, no me gusta apoyarme en los inodoros, y más al norte, hay letrinas.
(¿Por qué no me miras bien, playero?)
Una rusa flacucha se escapó de la trata en Asunción, y el ministro de bigotes dice que si no se escapaba, en la frontera con Argentina el personal se hubiese dado cuenta. ¿De qué se van a dar cuenta? Si las viejas trafican pavadas y estos no levantan un corpiño  en una valija por vergüenza. Así cualquiera. Es cuestión de poner medias y bombachas sucias arriba y abajo podés poner lo que quieras.
Lo mejor es que esta chica cuente sus historia en un libro… si, financiado por el Fondo Editorial de Cucucho para que la gente se entere y se cuide, así jamás este delito alcanza este país.

Esto no es pollo, a mí no me engañan, esto es jote, un jote cazado con el tranquilo acierto de una gomera entrenada. Pero jote. Y ese frasco no tiene jabalí a veinte pesos es chancho turístico no más.
El clavo no marca la puerta, o el barniz incoherente que no me deja escribir.
“Soy María C. me llevan a…”, dale clavo infeliz, grabá. Que la próxima sea una chica con celular por Dios, una universitaria, una con miedo, una solidaria.

Para qué el portapapel higiénico. Para qué el barniz insistente en la puerta. Por qué Sandra C pudo marcar la puerta con su mensaje inútil y yo no puedo. Por qué tengo el brazo así por Dios. Por qué no entra nadie.

Qué espera un tipo que acepta una piba raptada, drogada en una cama sucia de paso y paso y paso.
Tengo cuatro minutos.
La banderola de la libertad incierta me grita un balazo seguro. Por lo menos mi última declaración va a quedar marcada. En el paredón trasero de la estación de servicio. Rojo fuga.





(*) Escritora de Esquel. Este cuento está tomado de su libro “El cura y la sucia” (Editorial La Fábrica de Libros, Buenos Aires, 2011).
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