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jueves, 26 de noviembre de 2015

EL MICRORRELATO DE HOY





EPITAFIO

Por Gonzalo Salesky (*)


Cuando supo que se acercaba la hora, se decidió a escribir su epitafio. Para ser recordado en el lugar donde vivió siempre, para plasmar algún pensamiento agradable o simplemente para despedirse. Quería dejar algo. Lo necesitaba. Como una especie de consuelo ante su inminente partida.
No sabía qué le esperaba allí, del otro lado. Por más leyendas o historias que supiera, lo aterraba el hecho de comenzar su último viaje sin saber el destino. 
Al fin tuvo la frase exacta entre sus labios y sólo en ese momento sintió que podía partir. Tranquilo, ligero de equipaje y sin cuentas pendientes. Cerró los ojos, y luego de esos nueve meses que le parecieron eternos, nació



(*) Escritor de Córdoba, de raíces familiares patagónicas. Este micro-relato resultó finalista del I Premio Nacional de Narrativa Breve “Villa de Madrid” (España).


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lunes, 23 de noviembre de 2015

EL CUENTO DE HOY


"Cuidando la toldería" - Obra de Francisco Madero Marenco


EL DUELO

Por Fernando Nelson (*)


Cuando el hijo del cacique montó su caballo y se perdió en el sendero, no imaginó que iba cabalgando rumbo a la muerte.

Tal vez por eso (porque no lo sabía) lo apuró para alejarse de los toldos. Se trataba de una tarea menor y cotidiana: llegar a las Salinas Grandes para subirse al anca de su picazo negro y concentrar la mirada sobre el nuevo fuerte de los Huincas. Había que esperar las carretas con civiles para volver con los malones. No ignoraba  que los invasores los estaban doblegando: demasiados hermanos muertos ya en tantas  encerronas; demasiadas leguas de campo perdidas ante el fuego atronador de los fusiles y ahora –también- de los cañones.

Pero esa mañana, al dejar atrás la tierra seca salpicada de matas, al pisar su caballo la interminable superficie del salitral, no buscó el lugar de siempre: se quedó en silencio y acariciando a su potro para que estuviera quieto. Miró hacia la derecha, hacia el raleado  monte de juncos. Su instinto de guerrero avezado le sugirió la presencia de una sombra, de alguien escondido. Mientras escudriñaba las ramas vio moverse algo y de pronto apareció un jinete –un jinete solitario– que el nativo reconoció como un gaucho alistado en el Ejército; venía montado en un caballo pampa como él, y como él también lo montaba en pelo, y sus armas eran la larga lanza, las boleadoras en la mano izquierda y el cuchillo en la cintura. Los diferenciaba la ropa, y el lancero supo que ese gaucho no era un gaucho más. No sólo su aspecto era rudo y temerario: el haberse presentado solo frente a él hablaba por sí mismo: nunca antes un blanco lo había buscado para una franca pelea a muerte, y menos allí, esperándolo en medio de la nada. Un mal presentimiento lo hizo encomendarse a Soychu.

Los dos hombres se miraron un instante. Cuando el Huinca comenzó a avanzar y acomodó la lanza en su mano derecha, el indio tuvo la seguridad de que sólo tenía que ponerse a tiro para chuzarlo con su propia tacuara. Y no podía fallar porque no le gustaba ese hombre que lo había estado esperando como si no conociera el miedo.

 No le gustaba que viniera montado en un caballo pampa como el suyo, con la cola tusada –también– a media altura.

 Por último, no le gustaba que el otro tomara al caballo de las crines, ultrajando la costumbre de su gente.

Ambos se aproximaron en pequeños rodeos que dibujaban sus monturas, para ser un blanco difícil de encontrar con la lanza o con las boleadoras. El gaucho movió el brazo derecho, lo suficiente para que el otro interpretara que iba a arrojar la lanza impredecible. Por eso  el guerrero se apuró; por eso la arrojó primero, aún sabiendo que estaba un poco lejos. El gaucho movió apenas su cuerpo y la tacuara mortal pasó de largo y fue a perderse en el monte de juncos. Recién el Huinca apuró a su potro, mientras su adversario tomaba las boleadoras, que no pudo usar: el afilado acero del gaucho –que era la punta de su lanza inexorable- ya había sido tirado, ya había  cortado el aire, ya se le había clavado en el pecho, y el hijo del cacique lanzó apenas un quejido antes de desplomarse hacia atrás en una caída pesada y definitiva, y su caballo, confundido, salió al galope por la plena salina como si el fantasma del indio lo fuera espantando.

El hombre blanco desenfundó el cuchillo y se quedó esperando, quieto en su montura, habituado como estaba a las sorpresivas artimañas de los indios. Recién cuando el otro dejó de moverse y quedó de costado agarrando  la lanza que lo había abatido,  se apeó con cautela. Se agachó y sus manos buscaron la cadena y la medalla que el nativo llevaba en el pecho. Al verlas de cerca vinieron a su mente los tiempos lejanos en que él y su madre habían sido aprisionados por ese grupo de salvajes, los que la habían violado y matado; recordó que él mismo había tenido que sobrevivir como cautivo: allí había conocido al hijo del cacique. Lo había visto aprender las artes de la guerra, y él mismo había aprendido con sólo mirarlo, hasta escapar una noche de lluvia cuando contaba doce años. En los veinte que luego habían transcurrido, decidió quién debía pagar por el daño recibido, y de qué modo. Agradeció a Dios que lo hubiera acompañado en esa tarea improbable, montó su overo, y se alejó despacio hacia el poblado.

  


(*) Escritor chubutense, radicado en Puán (Buenos Aires)
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miércoles, 18 de noviembre de 2015

LA NOTA DE HOY




CULMINACIÓN DE GASULLA

Por Jorge Eduardo Lenard Vives



   El Premio Eugenio Nadal de novela es el más antiguo que se otorga en España. Fue adjudicado a escritores de la talla de José María Gironella, Francisco Umbral y Miguel Delibes. En 1974 fue ganado por primera vez por un argentino, Luis Gasulla, con su obra “Culminación de Montoya”; una ficción cuyo argumento transcurre en la Patagonia.

   “Culminación de Montoya” es una novela intimista y profunda; que se inicia en la ventosa precordillera de Río Mayo y finaliza en los frondosos bosques neuquinos. El coronel Montoya, descendiente de una tradicional familia, carga la culpa de la muerte de su hijo y el suicidio de su mujer; sentimiento que lo conduce a una vida de degradación hasta el extremo de ser expulsado del ejército por su inconducta. Se confina en el sur para purgar su falta, acompañado de un tóxico y siútico asistente que obra como permanente recordatorio de su desgracia. Finalmente halla su expiación, con el sacrificio de su vida por una noble causa: la protección de una humilde mujer a la que ama. En el tono de la narración confluye un ambiente angustioso y una tensión ininterrumpida. Un comentarista español, Antonio Rodríguez, dice del texto:

   “Es un libro barroco, con un estilo muy cuidado, brillante y culto… una novela inolvidable, de una fuerza dramática tremenda, con un estilo deslumbrante y una factura impecable. Es un libro difícil de encontrar…, pero que vale la pena. Si lo veis por ahí, no lo dejéis escapar”.

   El autor de esta excelente novela, merecedora de figurar en un Canon de la Literatura Argentina, nació, de padre catalán y madre gallega, en Buenos Aires en 1917; y murió en esa misma ciudad en 2003. Conoció personalmente, y en profundidad, los parajes donde sitúa su libro; porque prestó servicios allí en la década de los cuarenta, durante algunos de los muchos años en que integró la Gendarmería Nacional.

   No fue “Culminación de Montoya” su primera ni su última obra. Desde joven se sintió atraído por la Literatura, y escribió numerosos poemas, cuentos y artículos, publicados en diversos diarios y revistas. Tuvo afinidad con el “grupo de Boedo”; y el escritor Luis Furlan lo incluyó dentro de la “Generación del 50”, adscripto al historicismo narrativo. Hacia 1958, la editorial Peuser publica su primera novela, “Conquista Salvaje”, que también discurre en la Patagonia. Su argumento se desarrolla a fines del siglo XIX, en el momento en que los pioneros se asentaban en distintos lugares de la región. En sus páginas se reúnen habitantes originales, colonos, aventureros y otros personajes de distinta catadura que comenzaban a aparecer en esas zonas duras e inhóspitas.

   A los pocos años de obtener el premio Nadal, publica el volumen de cuentos “Los Frutos Agrios”, que contiene relatos ambientados en diversas latitudes del país. Se incluyen cinco narraciones que transcurren en las tierras australes; una de las cuales, “Valle Huemules”, habla del pionero polaco Julio Koslowski. Como colofón agrega uno de los mejores poemas dirigidos a homenajear al trabajador rural sureño: la “Oda a tres ovejeros muertos en la nieve”:

“Eran tres los jinetes distanciados y parcos:
venían del último puesto de la estancia La Estrella
arreando ovejas sobre las mesetas albas de las nieves tempranas.
Tenían que ser muy hombres para venirse al tranco
cuando la vida exigía galopar sin freno bajo el cielo sureño…”

   Publicó posteriormente las novelas “Enésimo”, de ciencia ficción, "Horizontes Cerrados" y "El Solitario de Santa Ana". Esta última obra le requirió un detallado estudio histórico de nivel académico; resultando, en opinión de Julio Irazusta, el más completo relato novelado de la vida del naturalista francés Amado Bompland. También dejó una creación que aún aguarda editor, “De la estirpe de Cami”; sobre los avatares de una familia argentina de origen japonés.

   Entre sus muchos aciertos, “Culminación de Montoya” ostenta su título; que encierra en tres palabras la esencia de la novela. La culminación es el momento en que la vida llega a su perfección, a su cenit; es la ocasión oportuna para valorar el resto de la existencia. En el caso del penitente Montoya, fue la justificación de su triste existencia con una muerte heroica.

   ¿Fue “Culminación de Montoya” la culminación literaria de Luis Gasulla? Si bien parecería el apogeo de su producción, el valor artístico de “El solitario de Santa Ana” transforma a este trabajo en otro hito descollante de su carrera. Pero Gasulla, al contrario de la vacía vida de su antihéroe Montoya, tuvo una vida abundante en experiencias enriquecedoras; que lo llevó a tener sus frutos literarios pero también a formar una familia y dejar un linaje que llegó hasta nuestros días, conservando el gusto por la palabra escrita. Cuando el corresponsal del ABC de España en Buenos Aires, Pedro Massa, lo entrevistó con motivo de su galardón internacional, dijo de él:

   “Estoy seguro de no equivocarme si afirmo en redondo que Luis Gasulla es un hombre plenamente feliz: feliz por todo lo que lo rodea y por su vida sencilla y clara como se trasluce de su palabra sosegada y abierta”.

   Porque esa fue la verdadera culminación de Gasulla, reunir en su persona dos cualidades que lo exaltan como ser humano: haber sido en forma plena un hombre de bien y un genio literario.



Nota: el autor quiere agradecer al Dr Luis Alberto Gasulla, y al escritor y periodista Luis Gasulla, hijo y nieto respectivamente del autor de “Culminación de Montoya”, su valiosa y amable colaboración; sin la cual esta sencilla nota no podría haber sido escrita.



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sábado, 14 de noviembre de 2015

EL CUENTO DE HOY



NUDOS

Por Margarita Borsella (*)



    La ventana abierta dejaba pasar el aroma de los tilos -que eran hamacados por una suave brisa de otoño- al departamento de estudiante.
    El ambiente era perfecto.
    Con pinceles en las manos bajaba del cielo un mar de rojos y violetas que en ese momento bañaba a las nubes. Inesperadamente el timbre insistente lo interrumpió.
    En ese instante todos los sueños de su primera muestra en la Facultad de Bellas Artes, se derrumbaron como un alud.
   Tenía solamente dieciocho años; debía alistarse en la Marina y partir hacia el sur.
    Con la furia agazapada entre las manos que saltaron como locas sobre la tela, quedó la última pincelada roja.
    Solo el viento como un fantasma corría de un lado a otro en la inmensidad de ese mar helado que lo llevaba a lo desconocido, a lo inesperado, mientras el miedo enroscando a la garganta lo iba consumiendo.
    Si bien se alistó en un grupo de infantería de la Marina, lejos estaba del duro entrenamiento de los hombres del BIM-5 a quienes acostumbrados al frío y al viento, les era familiar esa costa que comenzaba a verse detrás de un cielo de plomo rayado de lluvia y tormenta.
    A medida que el barco se acercaba entre relámpagos del cielo y los misiles de los Harries que aparecían por todos lados, se encontró con el mismo infierno.
    Desde la enfermería, lugar que le habían asignado como ayudante, vio los primeros muertos que él mismo cubrió con frazadas, mientras otros caían al mar. Entre esa ilusión y desilusión, el frío el hambre y el cansancio no impidieron el seguir ayudando a respirar la última gota de aire a los caídos, sin importar el color de la tela que los abrigara.
    Días tras días, semanas tras semanas, fueron muchas las palabras acompañadas por el último aliento que guardó; pincelando el alma con los colores del dolor y de la incomprensión; del no saber por qué estaba allí. Igual las fuerzas llegaban a él para continuar; para estar.
    Las bombas atravesaron al barco y el mar se apoderó de muchos cuerpos que aún latían. El suyo era uno de esos.
    Con una pierna engangrenada por el congelamiento del pie, lo encontró el sol del mediodía en una playa aferrado al listón de madera que lo mantuviera con vida; solo el océano sabrá por cuánto tiempo.
    En la frontera del delirio, la vigilia y el sueño, súbitamente entre las crestas de las olas, como suplicándole rescate, vio la soga con la que cada nudo recordara a un compañero caído por las ráfagas del enemigo o caído por un abismo interior. Esa soga con la que saltara para escapar del fuego y le mantuviera el impulso vital por sobrevivir.
    Se aprehendió a ella; cada nudo cobró vida. Se arrastraban suplicando, gritando de frío, de hambre, de pena cuando veían caer cuerpos al terminar sus rastros sobre la tierra helada y ensangrentada.
     Despertó en una cama de hospital con la soga junto a él y una pierna menos, dispuesto a continuar el cuadro.
    Aún con los bramidos de la guerra entre las manos que nunca lo abandonaron, pegó la soga en la tela y con un grito de dolor, engrosó la pincelada roja de aquel atardecer de otoño.



(*) Escritora chubutense. Este cuento obtuvo el primer premio en el IV Certamen de Narrativa "Antonio Aliberti 2015" de San Antonio de Padua, provincia de Buenos Aires.
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domingo, 8 de noviembre de 2015

EL POEMA DE HOY

POEMA GANADOR DE LA CORONA DE PLATA-EISTEDDFOD 2015



Esencias de daffodils
“I wandered, lonely as a cloud / that floats on high o´er vales and hills
And all at once I saw a crowd / a host of golden daffodils…”
William Wordsworth


                                                            I

Desde los muelles urbanos no se vislumbran los valles
aunque estiren la mirada hasta agrietar las pupilas.
                                       Se ha agrisado el horizonte
                               y la aurora huele a sal.
Por debajo de sus pasos crujen quejosas las tablas
que han trajinado mercantes obstinados en partir
de este a oeste, vida en hebras, aromando el equipaje.
La voz del agua, por fin, se eleva en un eco antiguo,
con su canto cristalino de sirena los envuelve,
los pesca en su red de ensueño.
Rubio encanto, daffodils

Allende el mar… la semilla
Allende Dios… la ilusión

Catherine arropa niños.
                                                                                          David traza un overol.


                                             II

Desde la proa doliente, esculpida de odiseas
se apiñan las esperanzas deseosas por encallar.
Del confín llegan dorados espejismos de otro cielo
y un aire de hielo eterno, filoso, roza la piel.
Las manos de Catherine danzan tocando la espuma.
Se le hace como de seda, mantilla para acunar.
                                       David trepa loma arriba como quien toma un castillo
                                       y las matas se sacuden arrebatadas de viento…
                                       A él se le hace ver galeras saludando su llegar.
En cuna hecha de naufragios dormirá la madrecita
                                       y en laberinto de arena jugará su suerte el sastre. 

                   Bajo los suelos de invierno, cual soles aún no encendidos,
                                           sus sueños sin germinar (destino de daffodils).


                                                     III

          Desandarán, un día, la brecha hacia la vida
Será tras la ventana un ronroneo constante
de tu palo de amasar…
levarás con cada hogaza, Catherine, sueños de hogar.
                                    Y sumarás al susurro sibilante de los álamos
                                    el siseante discurrir de tus tijeras, David;
                                    cosiendo con cada traje, postales del porvenir.
                                    (El río te andará buscando, de tumbo en tumbo, 
                                                                                                                           perdido…)

                                        Y verán por fin el valle, de espigas reverdecido.
                                        ¡Iluminados jardines, vestidos de daffodils!



                                  SEUDÓNIMO: NARCISO

                                  AUTORA: VILMA NANCI JONES

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