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viernes, 13 de mayo de 2016

LA NOTA DE HOY





51 MILLAS SIN AGUA

                                   Por Jorge Eduardo Lenard Vives



Cuando Roberto J. Payró visitó Puerto Madryn en 1898, durante su excusión a la Patagonia plasmada luego en la obra “La Australia Argentina”, se conmovió ante una gran chapa de bronce adosada a la pared de la subprefectura que, como prohibición y amenaza a la vez, tenía grabado el siguiente aviso:

“DE AQUÍ HASTA LA COLONIA CHUBUT HAY 51 MILLAS SIN AGUA
D'ICI JUSQU'À LA COLONIE CHUBUT IL Y A 51 MILLES SANS EAU.
THE DISTANCE FROM HERE TO THE CHUBUT'S COLONY IS 51 MILES WITHOUT WATER.
VON HIER BIS ZUR KOLONIE CHUBUT SIND 51 MEILEN OHNE WASSER.
DA CUI ALLA COLONIA CHUBUT VI SONO 51 MIGLIE SENZA ACQUA.
D'AQI HATE A COLONIA CHUBUT HA 51 MILHAS SEIN AGUA”

A continuación el escritor agrega: “Y esta frase, que no invita ni mucho menos a internarse en aquellas regiones, está repetida en todos esos idiomas, para que nadie ignore la travesía que tendría que hacer en el mayor de los desamparos”. Uno de los primeros en sufrir esta triste realidad fue David Williams, quien, en pos del Valle prometido o quizás de los frondosos bosques sobre los que había leído, se extravió y murió en la meseta. Falleció a pocos kilómetros de la costa del río Chubut y a metros de la inmensidad del mar; cuyo líquido contenido era incapaz de calmar su sed.

La paradoja de los dos desiertos, ocre por un lado y azul por el otro, sumado a la advertencia del cartel en Puerto Madryn, llevó al autor de estas líneas a escribir, años atrás, un cuento llamado “51 millas, sin agua”. Allí se imagina la marcha de un par de aspirantes a colonos, cuyas ilusiones frustra la aridez del terreno. Las últimas frases del relato dicen: “El hombre que había sido herrero avanzó con el agua hasta la cintura como queriendo alcanzar el horizonte. Su mente estaba extraviada: lo único que quería era sumergirse en esa enorme masa de agua y calmar la sed bestial que lo torturaba. Trastabilló en la arcilla de la restinga y se hundió dentro de un canal profundo que dividía el suelo rocoso. Tal vez luchando un poco podría haberse salvado. Pero ya no tenía voluntad de vivir. La meseta, la inanición, la falta de agua y la soledad le habían quitado el más mínimo indicio de voluntad. Se dejó morir.”

Tal como sucedió con Payró, el letrero causó una desoladora impresión a Teodoro Caillet Bois; quien recuerda el momento en su libro "Los Viajes de la Sarmiento 1899/1931". Refiere allí la navegación que realizó a los mares australes en 1898; en cuyo transcurso, según el autor, hizo una “Breve escala en Madryn, durante la cual —dice mi libreta de apuntes— sopla constantemente viento muy fuerte de tierra, arruchado a veces-, produciendo un raro zumbido en el aire. Costas de aridez espantosa; matorrales achaparrados color rojizo, como calcinados...: tal mi primera impresión, algo extraña y muy poco halagüeña, de la Patagonia. Madryn se compone de cinco casas: la subprefectura, galponcito desierto, con un inquietante letrero previniendo en seis idiomas a los desertores en ciernes que de aquí a la colonia del Chubut hay 51 millas sin agua…”

El “inquietante letrero”, el “aviso prohibitivo y amenazante”, era un cabal símbolo de la Patagonia. Luego de cumplir su función admonitoria, los azares del tiempo lo llevaron a ser expuesto en una sala del Museo Naval Nacional de Tigre. Allí esa obra, producto de un previsor funcionario cuyo nombre la Historia no recuerda pero que a lo mejor salvó muchas vidas, puede ser visto por los visitantes en el entorno verde y exuberante del Delta del Paraná; que torna exótica la severidad de la prevención escrita en castellano, francés, inglés, alemán, italiano y portugués. Llama la atención que la frase no esté traducida a la lengua más oída por entonces en aquellas latitudes; el galés. Tal vez fue porque los que hablaban ese idioma, no necesitaban del consejo; sabían muy bien de la aspereza del trayecto. La conocían no sólo por la tragedia de David Williams, sino por la experiencia de su primera marcha para unir el golfo y el valle, en 1865. Fernando Williams, en su valioso trabajo “Desde las colinas de Jerusalén. Desierto y literatura en la colonia  galesa de la Patagonia”, describe esa marcha:

“El contingente permaneció a orillas del Golfo Nuevo por poco tiempo, ya que el destino final era el valle del río Chubut… las vicisitudes del traslado mostraron a los colonos la rigurosidad… del territorio... Para los que emprendieron el trayecto por tierra, el desconocimiento del monótono terreno significó que… en vez de llegar en dos días, estuvieron cerca de cuatro días perdidos en el campo. Esta situación se vio agravada por la falta de agua, que puso a muchos al borde de la muerte…”

“Al inicio de la travesía, Richard Jones anunciaba: teníamos que cruzar decenas de millas de campo seco para alcanzar el valle donde pretendíamos establecernos. Más adelante, en el medio de la travesía, señalaba: Considérese, por un momento cual era nuestra situación: en el medio del desierto, sin un bocado ni un sorbo de nada, y por lo tanto la muerte acechando en todas direcciones”.

El investigador también recuerda la versión del Himno galés que Robert Meirion Williams compuso en 1867 al dejar la Patagonia. Esos versos, que rememoran la fiereza del “anialwch” donde la Colonia semejaba un oasis perdido, pueden servir de adecuado colofón a esta nota:

“Los hijos de Gomer pensaron seriamente / en establecer una colonia para los dignos galeses /
en tierra de la Patagonia… / A pesar de arrojar las semillas y las plantas,/
para que crecieran benéficas en la tierra, / no había en ésta casi nada,/
(salvo) la sequedad devoradora, venenosa, y el viento /y se marchitaron, no brotaron como antes.”





Nota: el autor de esta nota comprobó que el cartel de bronce está en el Museo Naval de Tigre. También Patricio Donato confirma la presencia en su blog “Bahía sin fondo” (24/07/13). Respecto al interesante trabajo de Fernando Williams, se tomó sólo lo referido a la  marcha desde Madryn al Valle; pero su tesis desarrolla una profunda idea referida a la relación entre los colonos y la Patagonia. Sobre el cuento “51 millas, sin agua”, obtuvo una mención en un concurso de la editorial neuquina Bekar. Como curiosidad, se sabe que fue coincidente la estadía en Madryn de Payró, a bordo del “Villarino”, y de Caillet Bois, en la Sarmiento. Finalmente, la palabra galesa “anialwch” quiere decir, por supuesto, “desierto”.
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miércoles, 4 de mayo de 2016

EL POEMA DE HOY







Va a dar de nuevo…

Por Jorge Baudés




Encrespado, con sus lenguas como un fauno emergiendo del averno
abrió las fauces de esponjosa lava, vertió sobre la arena tentáculos de espuma
y con inusitada vehemencia, desgarró la playa.

Trémulos, impensados testigos en desatada furia
curvaron su anterior estirpe, nativos tamariscos.
Desgajados, perplejos, inconcientes.

Próximo a ellos, el Puerto y sus bajeles.
Tronchada pesca, condenados a un retorno anticipado.
Eludiendo escarchas de sal y olas traicioneras

se acerca un navío, esquivando bancos de arena agazapados.
Lanza cabos hacia un muelle que resiste el cobijarlo
y extrema la pericia en su quehacer, el marinero.

El viento se apodera del entorno y funda el señorío
Por un momento…hasta el cielo ha sido hecho prisionero.
Parece que Dios mezcló las cartas nuevamente, y va a dar de nuevo…


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sábado, 30 de abril de 2016

EL POEMA DE HOY




LA PUERTA DE LOS GALPONES

Por Cristian Aliaga (*)



Los menos, aquellos
esa vuelta desnudos
por la penumbra.
Aquellos, los más queridos
ajenos para la distancia.
Los menos, que vuelven de madrugada
por las calles arrasadas bajo el viento.
Golpean a una inmensa puerta
de los galpones que nunca se abren,
los galpones de chapa oscura
en medio de la pampa.

Prácticamente, un silencio,
pero un punto escaso,
un puentecito roto hasta la muerte.

El instante tibio, pero justo,
en que se cruza el umbral
de no poder más.
Dormido sobre un tirante,
junto a la chapa del galpón
que vibra menos con el viento.



(*) Escritor de Comodoro Rivadavia. De la cuarta parte, “Pampa del Castillo”, de su libro “No es el aura de Kant” (Ediciones Último Reino, Bs As, 1992).


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miércoles, 27 de abril de 2016

EL POEMA DE HOY




LA PLUMA ROTA

Por Carlos Sacamata (*)



Hubiera dado tantas cosas Madre
por tener el sosiego de tu rostro,
por tener la caricia de tus ojos,
por lograr tan siquiera imaginarte.

En la densidad de mi noche fría
prosa la muerte los versos sin calma,
sólo tu alma Madre, ay… me llama
y morir quiero con salvaje alegría.

Podré decirte tantas cosas Madre
Que la eternidad me parece poca,
Podré llorar contigo la pluma rota,
Que me dio la vida para buscarte.

Hubiera dado tantas cosas, Madre,
por lograr tan siquiera imaginarte.





(*) Escritor de El Calafate, fallecido en el año 2013. Fue director durante varios años de la revista literaria “Chaltén”, gestor de numerosas actividades culturales, como el concurso literario David Aracena y permanente difusor de las manifestaciones artísticas regionales en distintos ámbitos, entre ellos el educativo. Dejó varios libros; como “De Cuerpo y Alma”, “Recordando el viento”, “El picadero”, “Linaje Sacamata” y el poemario “Aoni Kosten”, prologado por Rodolfo Casamiquela. Este poema está tomado de la antología “Santa Cruz. Sus escritores de fin de siglo” (Subsecretaría de Cultura de la Provincia de Santa Cruz, Río Gallegos, 2005).


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miércoles, 20 de abril de 2016

EL RELATO DE HOY





UNA CRÓNICA PARA EL GUANACO


                                                      Por Jorge Castañeda (*)



Centauro de leyendas, sofrenando el galope por los escoriales, orejas alertas en la estepa, por las mesetas, en las planicies, mangrullo viviente en la escarpada costa marina donde el mar de un azul infinito se repite incesante como tu especie vulnerada.

Lama guanicoe por los montes, atisbando el horizonte con ojo avizor entre las largas y curvadas pestañas, cuidando la manada de hembras, buscando por instinto ancestral el abrevadero para saciar la sed urgente cuando el sol canicular de la Patagonia agobia y fatiga.

Relincho arisco en el labio leporino, jugando a las escondidas entre jarillas y calafates, cérvido cuasi, camélido pequeño, dejando las huellas de tus pezuñas partidas como en las grecas que otrora se plasmaron en los petroglifos y las piedras tutelares, en las labores de las matras tan antiguas como tu especie o en la impronta estilizada de las cuevas.

Tótem y linaje para las familias que perpetuaron tu nombre en el abolengo de sus apellidos indios. Bravo, astuto y ligero cuando acosan los predadores, ecuestre y vulnerable arriba de los cerros cuando se recorta su figura enmarcada por el sol tramontano.

Hueque o luán, yoon, amrua o naú, por los faldeos de las montañas con su pequeño rebaño, con sus colas cortas y curvadas por los desérticos y ardidos arenales, arañadas sus verijas por las ramas de las plantas enanas del monte. En la trampa aleve de los desfiladeros donde le aguarda la muerte sangrienta que impone el cazador.

Ya chulengo, en el quillango laboreado con el dibujo de su panteón de dioses vencidos, en la ruca del mapuche, en los tientos, en los raspadores, utensilio útil, en el tendón tensado por el brazo fuerte del guerrero, sabrosa carne, en la piedra bezoar que usan sabiamente las machis o ya convertido luhán, figura estelar con las altas estrellas.

Guanaco, por el gualicho sombra errante de un tiempo distinto, por los pedreros o tal vez acosado y herido de muerte por la bala del cazador buscando el remanso de las corrientes de agua, para morir con cierta dignidad solitaria como algunos de tus mayores predadores: los hombres.



(*) Escritor de Valcheta. El relato fue tomado de su obra “Crónicas & Crónicas”.
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