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sábado, 25 de octubre de 2014

EL ADIÓS A UNA AMIGA



CARMEN LARRABURU





   Hoy amanecí, debido a una publicación en la red social, con la presunción de que algo terrible podía haberle pasado a Carmen Larraburu. De inmediato busqué, inquieta y movida por el afecto, una información fidedigna. Los medios a nuestro alcance, hoy, nos ofrecen la inmediatez de la información que, a veces nos negamos a creer.

   Carmen nos había dejado... Nos había dejado sin huellas de su partida. Tal vez en un acto tan sublime como realista, ella había previsto que quienes la queríamos, no nos viésemos sumidos en la angustia, la tristeza o la desolación de saberla herida, a punto de abandonar su manto corporal y volar al espacio que ella, ya en su imaginación, ya conocía.

   Nos habíamos contactado a partir de su deseo de mejorar su escritura. Pensaba que yo podía ayudarla en algunos aspectos técnicos. Después de encontrarnos personalmente y quedar ligadas ambas en el respeto y la admiración profunda, comenzamos a intercambiar correos con frecuencia. En cada entrega literaria que Carmen depositaba en mi buzón, me dejaba absorta; enfrascada en el mundo de magia y fantasía que recreaba con absoluta espontaneidad; y me lo entregaba en series, con personajes que tenían tanta vida como la vida que ella misma valoraba. Los colores y las formas que deslizaba a través de sus pinceles, ahora se sumergían entre las letras del teclado de su ordenador. Entonces yo, acostumbrada a la lectura, descubrí que el arte y la sensibilidad, la creación y la ternura, el ingenio y la imaginación (virtudes todas de no tantos) atravesaban el mundo espiritual y la vida misma de esta artista que, hasta entonces, sólo conocía a través de su actividad plástica. 

   Iniciamos así una relación frontal, de compartir nuestras experiencias artísticas pero, especialmente, de conocernos como mujeres, de confiar la una en la otra, de sentirnos identificadas a través de afectos comunes, de compartir proyectos... 

   Cada tanto, a media mañana en mi oficina, me anunciaban la visita de Carmen Larraburu. Y nada más traspasar el corto pasillo, sobrevenía la charla amena, la risa franca, una tarjeta con su última muestra o exposición, aquella que vendría, aquí, en playa, en el interior de la Provincia, o en México. Un regalo de Navidad, Las fotos de su nieta, la que la acompañaría en sus viajes; el recuerdo de sus adoradas hijas, la presencia (siempre) de su compañero. Otros nietos, más amigos, afectos de ayer y de siempre... 

   El mundo del arte se colaba entre las venas de esta mujer que de pronto mostraba su veta más aventurera y de allí se inmiscuía la más conservadora. Que podía hacernos reír con una ocurrencia sorpresiva o dejarnos sobrevolar, al instante, con el fantasma de una realidad cruda. Y sin embargo hacerlo desde la sonrisa y la resignación, desde la actitud inteligente y la experiencia de vida...

   La mujer de ojos grandes y mirada apacible partió tempranamente, dejándonos su legado artístico y su extraordinaria personalidad. Sin embargo -quienes tuvimos el privilegio de conocerla- lucharemos por mantener intacto el recuerdo de su sonrisa, de su voz, y su inexplicable capacidad de hacer de lo más difícil un acto de amor. 

    A su familia y afectos más cercanos, todo nuestro cariño.



Olga Starzak 





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