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martes, 5 de enero de 2016

EL CUENTO DE HOY




EL VIENTO SOPLABA

Por Héctor Roldán (*)





     El viento soplaba de oeste a este. El viento soplaba. Y soplaba la mayoría de los días y de las noches. Intenso, seco y profundo como el murmullo de misteriosas siringas revoleando en las cimas de áridos cerros. Pehuen lo escuchaba venir en rápidas ráfagas repletas de granos de múltiples tierras. Arena de la cordillera, polvo de cañadones escondidos, fragmentos milenarios de deshidratadas conchas marinas, semillas de ásperos coirones, hojas de calafates muertos. Y así podía clasificar en las ráfagas las cosas de este mundo una por una, y juntarlas con sus largos dedos, amasarlas con el jugo de las tunas y hacer su extraño brebaje.

     Guardado en su piel de estómago de ñandú, Pehuen lo llevaba mientras volaba de ráfaga en ráfaga buscando moribundo mortales abandonados en la meseta. Repartiendo milagrosas curas a aquellos que oraban entre los restos de tolderías arrasadas, o lloraban al lado de húmedos  naufragios. Aquellos hombres soñaban beber y despertaban del sueño repletos de una extraña sabiduría que los alzaba de las ruinas de ese día para mostrarles, por un instante, el dibujo perfecto del universo. Algunos renacían y caminaban kilómetros y kilómetros presos de un llamado. Pehuen los acompañaba hasta los bordes mismos de los pueblos donde los recibían con temor, azorados por los ojos oscuros y tremendos de esos sobrevivientes. Otros hundían sus manos en la tierra y tapaban sus cuerpos, amontonando a su alrededor piedras, construyendo el ultimo mirador de su vida, y morían cantando la canción que él les enseñaba, susurrándoles al oído. Los zorros devoraban sus restos y sus huesos descarnados donde la médula se pudría servían de resonante flauta para el viento que soplaba y soplaba.

     Pehuen era para todos la salvación y la perdición, sólo que él decía que era, simplemente, el viajero del viento, un anciano caviloso que gustaba de hacer sus brujerías, salvar de tanto en tanto a los creyentes y hundir de desesperación a los que negaba que su carne era sólo otro soplo más de la tormenta.




(*) Escritor santacruceño, radicado actualmente Buenos Aires. Este cuento es de su libro “El espectro de las cosas” (Rúcula Libros, Buenos Aires, 2009)
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sábado, 2 de enero de 2016

LA NOTA DE HOY




EL MILAGRO DEL RIEGO


Por Jorge Eduardo Lenard Vives




     Muchos de los colonos galeses que llegaron al Valle del Chubut en 1865 no eran eruditos en la ciencia de la agricultura. Para colmo venían de un país de clima húmedo, en el cual la abundancia de lluvias permitía el cultivo al secano. La pertinaz falta de precipitaciones pluviales sorprendió a los chacareros, cuyas cosechas fracasaban año tras año. Hasta que por fin, de la mano de Rachel Evans y de su marido Aaron Jenkins, llegó el milagro del agua. Como dijera un poco inspirado poeta:

Milagro del agua. ¿Cómo sucedió? Y veían
el agua alegre cantar en las zanjas.
¿Cómo sucedió? Y tomaron la azada
e hicieron canales y abrieron la tierra para regar sus plantas.

     La figura de este matrimonio de labradores que abrió el camino para que el valle tornase de estéril baldío en oasis feraz, fue objeto de la atención de varios escritores. Por ejemplo, de Oscar Camilo Vives; quien en su cuento “Una tierra ancha y buena” detalla así el momento álgido:

     Bajo la tarde que cae tibia, la luz solar se cierne sobre el valle revistiéndolo de una encalmada calidez. En un súbito impulso toma la pala y sale resuelta. El suelo arenoso de la orilla del río cede fácilmente al mordisco del afilado acero y poco a poco consigue excavar una somera zanja hasta el borde del terreno sembrado. Y entonces, de pronto, el agua, liberada, corre viva, ancha, rueda palpitante por la pendiente; se divide en arroyuelos alegres que arremolinados reptan juguetones… La mujer permanece callada ante el milagro que ha generado. Ahora todo estará bien. Esta será a tierra buena y ancha de la promesa y de sus esperanzas.

    También Alejandra Vilela en su excelente relato “Rachel corazón de viento (Año del Señor de 1867)”, describe la ocasión crucial, en forma distinta pero igualmente emotiva:

     Cuando llegó hasta el lote sembrado se dio vuelta y vio a Rachel alisando las paredes de la zanja. Sonrió ante la manía de prolijidad de su esposa. Fue a buscarla, le dio la mano y caminaron juntos hacia el río. Allí le dio la pala a ella para que cortara la pequeña compuerta de tierra. Había sido su idea, ella merecía el honor de dejar entrar el agua. Apenas clavó la pala comenzó a entrar el agua, que avanzaba lenta camino al trigal... Este año, la familia Jenkins-Evans tendría trigo. En este año, el valle del Río Chubut vería su primera cosecha. En este año del Señor de 1867, Rachel Evans había descubierto el riego.

     Cuando comenzó la colonización del Valle del Río Negro, pobladores galeses del Chubut migraron hacia aquella zona; y se destacaron en la construcción de los canales que permitieron la irrigación. Esto está muy bien narrado por Dora Noemí Martínez de Gorla en su libro “La colonización del riego en las zonas tributarias de los ríos Negro, Neuquén, Limay y Colorado”, que señala la importancia de las obras hechas por los chubutenses del siguiente modo:

     Esto era una prueba, una vez más, de la confianza que la Nación había depositado en los desolados territorios patagónicos. Y junto a la acción del gobierno estaba la pujanza del trabajo pionero, encarnado en esta oportunidad por el ingeniero Owen y sus galeses, quienes se perpetuarían en la historia de la Isla Grande de Choele Choel, como los grandes constructores de canales, cuyas obras fueron las únicas, que por muchos años sirvieron a la irrigación de las parcelas agrícolas…

     La epopeya del riego en los valles rionegrinos entusiasmó a Vicente Blasco Ibañez. En 1911, el escritor español invirtió su capital en una empresa colonizadora que dio lugar a la localidad de Cervantes. La aventura quedó reflejada en su obra “La tierra de todos”; cuyo argumento gira en torno al tema de esta nota. A modo de ejemplo se citan algunos párrafos:

     Al fin el gobierno había reanudado los trabajos. El río era vencido poco a poco, aceptando el obstáculo del dique y los canales de Robledo y Watson se empapaban con las primeras aguas, dejando correr por su lecho fangoso el riego vivificante… El milagro del agua realizaba un sinnúmero de milagros secundarios. Acudían a la muerta población hombres de todos los países, deseosos de roturar un suelo que podía después ser suyo. Una costra de verde tierno y luminoso iba cubriendo los campos antes polvorientos. Los matorrales secos y punzantes cedían el sitio los árboles jóvenes. Nutridos por la savia de una tierra dormida durante miles de años, y refrescados incesantemente por el agua que corría á sus pies, realizaban en el corto plazo de varias semanas prodigiosos estiramientos.

     Tampoco el poeta Raúl Entraigas escapó al influjo del maravilloso ingenio que permite trocar el desierto en campos fértiles. Así lo señala en “El poema del Río Negro”:

El agua fecunda
se volcó sobre el duro terreno
y se alzó, a su conjuro, la chacra,
cornucopia de tiempos modernos.

     Claro está que para los colonos de las tierras a orillas de los ríos patagónicos, el agua fue una bendición. Pero en otras oportunidades se trocó en pérdidas y tristezas, como consecuencia de las periódicas inundaciones que los castigaban hasta que fueron realizadas las obras hidráulicas necesarias para domeñarlos. Pero esa es otra historia, que merece ser contada a su debido tiempo.



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viernes, 1 de enero de 2016

lunes, 28 de diciembre de 2015

EL POEMA DE HOY



HE NACIDO EN EL SUR

   Por María Julia Alemán de Brand (*)



He nacido en el sur. En esta tierra
de campos infinitos… Y de un cielo…
En el día, los pájaros en vuelo,
Las estrellas cuando la noche cierra.

El que ha nacido aquí, tenaz se aferra
con todo su trabajo y su desvelo
al nativo solar: este es su suelo
y en él, es otra raíz que se sotierra.

A esta tierra de alerce y de jarilla
con montañas y mar por atavío
con perfumes de menta y de frutilla

yo la llevo tan hondo dentro mío
como llevan los frutos su semilla
o una rosa, la gota de rocío.



(*) Poeta chubutense. Este poema fue tomado de su libro “De mi tierra paisana” (Subsecretaría de Cultura y Educación, Esquel, 2008).



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miércoles, 23 de diciembre de 2015

EL MICRORRELATO DE HOY



LA PIEDRA

Por Carlos Dante Ferrari


     Estuvo en ese paraje desde el comienzo de los siglos. Formaba parte de una roca inmensa en la montaña. Luego vino aquel cataclismo provocado por la caída de un cuerpo celeste que sacudió la tierra, abriendo un foso de casi dos kilómetros de diámetro. La roca se dispersó en miles de fragmentos que rodaron por las laderas hasta la cuenca del nuevo valle.

      Muchos milenios transcurrieron desde entonces. Un río cruzaba ahora el collado y las piedras se pulían lentamente, arrastradas por su lecho. Eran días de guerra. Cierta mañana un joven la escogió en la orilla, junto a otras cuatro piedras lisas, para enfrentar al gigante. Cuando se halló frente a él, la extrajo de la bolsa para colocarla en la honda, apuntó y la lanzó con toda su fuerza. El proyectil hendió la frente del energúmeno causándole la muerte.

      La piedra justiciera rodó por el suelo y allí permanece aún, oculta en las pasturas. Está intacta. Sólo la sangre de Goliat ya se ha desvanecido, lavada por las lluvias y el tiempo.



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jueves, 17 de diciembre de 2015

LA NOTA DE HOY





COMENTARIO DE DOS LIBROS RECIENTEMENTE PUBLICADOS
“EL CHAMAN Y LA LLUVIA – LE CHAMAN ET LE PLUIE”
Y “LOS DUEÑOS DEL FUEGO” DE HUGO COVARO (*)



     Sin dudas, las dos obras de Hugo Covaro que aquí se presentan merecerían ser objeto de sendos comentarios individuales. Debido a la riqueza literaria que ofrecen, cada una de ellas amerita un análisis amplio de sus contenidos. Pero agruparlas en este único artículo permite cumplir un importante propósito: resaltar la figura del autor que, en forma prolífica y constante, consolida su posición como uno de los principales escritores patagónicos.

     “El chamán y la lluvia – Le chamán et la pluie”, es un libro del año 1996, entregado ahora en una remozada versión bilingüe francés–castellano. Además de posibilitar el reencuentro con un clásico de las letras regionales, por cuanto contiene el texto completo en español para beneplácito de los lectores nativos; revela una nueva tendencia de los literatos sureños, mencionada hace poco en este blog. Así como deben recurrir a la edición propia para ser conocidos en los ámbitos regional y nacional; apelan ahora a la traducción, a fin de trascender, por su propio esfuerzo, las fronteras del país.

     La historia de Payul el mago, habitante de una imaginaria pero reconocible comarca en la cordillera patagónica, a quien su abuela Laifil transmitió desde niño los inmemoriales conocimientos chamánicos, fue pasada a la lengua de Moliere por Jean Claude Parat. Como muestra de la calidad del trabajo realizado, se reproduce un párrafo en ambas versiones:

     “Arriba, del otro lado de la cordillera, luego de cruzar el costado sur del Pillanhue y reconocerse en el espejo esmeralda de sus aguas, le aguardará la caverna y su abrigo de minerales antiguos y los mensajes que el fuego le develará en luz cuando la fogata abra su cerrado párpado de cenizas”, reza el original; que, transliterado, dice: “La-haut, de l´autre coté de la cordillere, apres avoir traversé le flanc sud du Pillanhue et s´etre reconnu dans le miroir émeraude de ses eaux, l´attendra la caverne avec son vieux manteau minéral et les messages que le feu lui révélera dans la lumiere quand le foyer ouvre ses paupieres de cendres” (**).

     Este pasaje, que menciona la faz positiva del fuego como emisario de los mensajes órficos para Payul, contrapuesta con su rostro destructivo que acabó con la vida de Lanfil, incinerada en una pira bajo la acusación de brujería; permite pasar al comentario del otro libro. “Los dueños del fuego”, la más reciente creación de Covaro, enseña una vez más como el comodorense sabe captar la esencia de la Patagonia; aptitud de la cual dio sobradas muestras en sus anteriores obras. Según señala el mismo autor, “los dueños del fuego” no son los poseedores de la ambivalente llama ígnea; sino los dueños del fuego interior que llevan los artistas.

     Su protagonista, Ramón Martínez, personaje también de “Con los ojos del puma”, una anterior narración, emprende un viaje en pos de sus orígenes. La primera parte de su periplo lo encuentra peregrinando en su intento de reconstruir la figura de un padre que no conoció. La imagen de la madre muerta al darlo a luz, quedó de alguna manera impresa en su espíritu; como la sombra borrosa sobre la placa de vidrio de un viejo daguerrotipo. A su vez, la silueta de su abuela, que lo cuidó e inició al mundo, completa la figura materna; como si se confundiesen ambas mujeres en una sola. Pero el recuerdo de su progenitor se esfumó en el tiempo.

     Su derrotero lo lleva a obtener pistas que, al parecer, permiten completar sus memorias; y lo deposita delante de otro nómade, el catalán ciego que busca a un fantasmal amigo. Por esa camaradería de los desterrados, Ramón promete auxiliar al invidente y se embarca en una búsqueda que, de a poco, se muestra sin sentido; hasta que se interrumpe con un final súbito, en el que las dos vidas se volatilizan en la obscuridad:

     “La última vez que el ciego imaginó la presencia de su compañero, una luz dorada parecía armar el contorno de un hombre al que le faltaban las manos, los pies y la cabeza… Más allá de la oscuridad del ciego, venía la verdadera tiniebla. La natural sustitución de una noche por otra.”

     Sin embargo, las pesquisas son en realidad excusas para que Ramón y el ciego guíen al lector a lo largo de la historia y la geografía de la Patagonia, lo adentren en algunos de sus misterios y sus mitos, le muestren su cultura y sus tradiciones. Pero también es un subterfugio para llevar a quien lee sus páginas repletas de poesía, a compartir conceptos universales sobre las grandes cuestiones de la filosofía vistas a través de los ojos de los habitantes de esta tierra brava y lejana; que no por ello difieren del resto de la raza humana que mora, con sus mismos anhelos y sus mismos temores, en todos los rincones del orbe.

     Porque si hay algo que logra Covaro con estas dos obras, es mostrar su calidad de escritor consumado. Partiendo de una profunda asimilación de lo cotidiano, de lo regional, universaliza sus pensamientos y sentimientos. Y, como una suerte de voluntaria contrastación de su aserto, lo pone a disposición de los lectores de otras latitudes, para quienes las palabras del autor tendrán tanto sentido como para el patagónico amante de la lectura. Porque ese es un milagro de la Literatura al que Covaro accedió hace tiempo: describir lo próximo para explicar lo lejano.

J.E.L.V.


(*) “El chamán y la lluvia – Le chamán et la pluie”. Covaro, Hugo. La Duendes, Comodoro Rivadavia, 2015. “Los dueños del Fuego”. Covaro, Hugo. Editorial Universitaria de La Plata, La Plata, 2014.


(**) Nota: por dificultades en la edición, no se respetaron los acentos grave y circunflejo.
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lunes, 14 de diciembre de 2015

EL POEMA DE HOY




RAWSON: SI ME VOY DIGO

A Virgilio Zampini

Por Anita Aracena (*)



Rawson: pueblo de algas marinas,
del silencio más silencio.
Tú sabes que vine de lejos
de una ciudad que guarda mi infancia.
Donde los hombres hablan de torres y petróleo
y en las calles trepadas a los cerros,

los niños encienden fuegos en invierno.

Un día, hace mucho empecé a olvidar
las mesetas desoladas, las ventanas al viento.

(Ahora es tiempo de partir nuevamente)
 Rawson: voy a abandonar tus calles limpias,
 tu gente sentada en los días de verano, 
pronta a los recuerdos.

El chico del diario que viene a la mañana,
 comiendo una manzana.
pateando las piedras, recorriendo con aire de dueño 
las casas que recién despiertan.

Sé que no voy a escuchar más las claras campanas
de tu iglesia.
Estaré lejos de los atardeceres,
cuando los pescadores tienden sus redes.
y las canciones se esparcen
entre el sol y los rosados camarones.

Cuando ya esté lejos y me cueste aprender a vivir
 recordaré tus calles y estarás cerca.
Me bastará extender la mano

y como en sueños me veré nuevamente 
perderme en tus tardes.



(*) Escritora de Comodoro Rivadavia. Poema tomado de su obra “Cómo son de azules las palabras” ( G Pro Cultura, Comodoro Rivadavia, 1986).


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lunes, 7 de diciembre de 2015

EL POEMA DE HOY



LA  MESA  DE  MI  CASA

Por Gladys Naranjo (*)



Era  una  mesa  simple, generosa  en  madera,
enorme  en  mi  memoria  de  niña  de  diez  años.
Abrigaba  mi  infancia  por  sus  cuatro  costados
con  pan  fresco  y  hermanos  volviendo  de la  escuela.

   Un  frasco  con  bolitas, los  platos  de  la  cena,
los  libros, la  guitarra, un  juguete  olvidado:
feliz  cacofonía  donde  encontré  el  amparo…
y  el  gozo  inexplicable  del  olor  a  canela.

   La  garúa  de  otoño  se  ha  trepado  a  mis  ojos
y  me  deja  en  las  manos  nostalgias  que  de  pronto
se  me  vuelven  poema, pentagrama  y  recuerdos.

   La  Babel  trasnochada  se  repite  en  mi  mesa.
Su  música  tristona  la  cubre, y  la  atraviesa
desde  el  rincón  lejano, tu  cuaderno  de  versos.




(*) Poeta neuquina, radicada actualmente en la provincia de Buenos Aires. Este poema recibió el 1er premio en el Certamen Nacional de Poesía del Círculo de Escritores Marplatenses en el mes de agosto de 2015.
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jueves, 3 de diciembre de 2015

LA NOTA DE HOY




COMENTARIO DE UN LIBRO RECIENTEMENTE PUBLICADO
“CAMINO A RAPA NUI” DE RUBÉN RODRÍGUEZ LAMAS (*)


     La biografía es un subgénero del género didáctico que ha estado presente a lo largo de toda la historia de la Literatura. Su estilo ha abarcado muchas variantes; desde la novela biográfica hasta la descripción aséptica de la vida del personaje en cuestión, que deja al lector la responsabilidad de hilar sus propias conclusiones. Sea cual sea la forma que adopte, esta categoría literaria atrae a las personas que buscan en su lectura comparar sus propias  vivencias con las del protagonista, maravillarse o escandalizarse con sus acciones y, tal vez uno de los puntos más importantes, encontrar ejemplos o anti - ejemplos para analizar su propia existencia.

     En este nuevo libro, Rubén Rodríguez Lamas ensaya esa vertiente de la escritura; y reúne de nuevo sus dos pasiones: las letras y el deporte. “Camino a Rapa Nui” es la historia de Leoncio Urra, deportista chileno ampliamente reconocido en su país por sus logros personales en el mundo del básquetbol, pero también por su capacidad organizativa para atraer a la juventud a la práctica del juego. En un estilo que aproxima el relato a una nouvelle, ya que sobre los hechos puros se va tejiendo un entramado de pensamientos y sentimientos personales en los cuales el autor ha tenido que volcar su imaginación, se reconstruye el periplo del biografiado a lo largo de la geografía chilena; desde su natal Valparaíso hasta la Isla de Pascua, la Rapa Nui que da nombre al volumen. Como bien dice el título, parecería que la vida de Leoncio fue un camino que tenía su destino en Rapa Nui; una peregrinación cuyo objetivo era llegar a ese distante rincón de su país para introducir la práctica del deporte que fue su pasión. En este sentido, toda biografía es como una novela de iniciación; y así presenta Rodríguez Lamas el itinerario de Urra.

     En su deambular, el protagonista recala por un tiempo, cerca de diez años, en Punta Arenas; y esto es motivo para que el autor del libro pueda desarrollar otra de sus aficiones: el gusto por la Patagonia y las regiones australes. Así lo manifiesta al final del volumen, cuando en el último párrafo, recordando la estancia sureña de su biografiado, dice:

     “Por eso agradezco al lector… en especial a los que se entusiasman con las leyendas patagónicas y pueden sumergirse en las visiones de ese sur lejano, observando, con los ojos cerrados, la inconmensurable dimensión y belleza de los cielos australes.”

     Como un recurso estilístico particular, Rodríguez Lamas intercala textos que presentan las reflexiones íntimas y subjetivas del basquetbolista chileno con otras partes donde se narran, en forma más o menos ficcional, los sucesos objetivos de su vida. Un ejemplo del primer modo de redacción, es el siguiente párrafo; con el que se inicia el tomo:
     “Yo, Leoncio, he vivido la más grande de las historias y he logrado hallar respuesta a las vicisitudes de la vida. Algunas, por propia experiencia, aunque me acarrearan tristeza y desconsuelo; otras, buscando entre las piedras de mi propio camino, las que no me impidieron seguir ni limitaron y, en cambio, suministraron el apoyo necesario a mis cuantiosos objetivos y le dieron pujanza a mis logros más admirables y a los más controvertidos”.

     Siempre esas intervenciones personales son iniciadas con la prevención “Yo, Leoncio”; para advertir a quien lee que son reflexiones interiores, privadas. En tanto, un ejemplo del estilo que adopta Rodríguez Lamas al describir los hechos fácticos puede encontrarse en las siguientes frases, comienzo de uno de los capítulos:

     “Todo fue meteórico en su vida. Los cambios, las mudanzas, las emociones. La definición de adolescente le cupo como un sayo. Fue un tiempo de vaivenes y de saltos de un lado al otro, de querer tener todo, de desear abarcar todo y de creer poderlo todo”.

     Este libro, corregido por Marta Soave, diagramado por Liliana Manrique y con diseño de tapa –que muestra una imagen de los moai de Rapa Nui– de Franco Zullich, se presentó a mitad de año en la república de Chile; y más recientemente, a principios de noviembre, en Buenos Aires. La obra se agrega a la bibliografía del autor, que en sus anteriores creaciones, la novela “Mi cuñadito” y el texto didáctico “Maxi deportes”, introduce al mundo de las letras sus consideraciones sobre la actividad deportiva, y lo que ésta representa para las personas, como una dimensión espiritual para lograr la superación individual.

     Esta amalgama entre el deporte y la Literatura no es habitual; por ello es que una creación que logra esa síntesis, como es la que acá se comenta, siempre es bienvenida. Es el propio autor que en su novela “Mi Cuñadito” da una definición que valida esta unión entre disciplinas que parecen tan distanciadas. “El deporte”, dice allí el escritor, “es Arte en movimiento”. Sin dudas, esa comunión puede ser entendida de tal manera en la pluma de Rodríguez Lamas.


J.E.L.V.



(*) “Camino a Rapa Nui” de Rubén Rodríguez Lamas. Editorial Umbrales, Buenos Aires, 2015.



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domingo, 29 de noviembre de 2015

LOS POEMAS DE HOY




partes mínimas / minima naturae
(Fragmentos)

Por Esteban Moore (*)

“Cómo olvidar que lo sabemos
Tiempo que entreabre los párpados
Y se deja mirar y nos mira”

Octavio Paz


“Strahlenwind deiner sprache” 1

el viento que sopla desde el desierto cristalino tan blando como un terso cielo anunciará del
universo, infinitas desconocidas geometrías
el más pequeño de sus detalles
los dominios de una agregada luminosidad


“not things but minds”2

los glaciares en la lejana patagonia impulsan
el tamaño de su acumulado volumen
recreando bajo la magnitud de sus formas
una música de aguas


“confondant la nuit et le jour”3

la naturaleza de las ciudades
que despliegan en la planicie desolada sus abanicos circulares
no será nunca correspondida
de la vibración íntima que irradia del fuego esta ceniza calcinada


“Piedra como tú”4

esta enlodada piedra de metal
del tamaño de una ciruela del Alto Valle que comparte con la roca gris y los arbustos secos
las arenas de este territorio -a tus ojos en la distancia tendido
no recuerda sus orígenes sin embargo cuando tu boca pronuncia la palabra “meteoro”, fulgirá ella de la fosa profunda de tu voz
constelaciones numerosas


“The pebble/ is a perfect creature” 5

ese canto rodado que se desplaza lento en el repetido ciclo de las aguas
podrá exponer en la palma de una mano
el mudo resplandor de su apariencia
- al tacto inseguro de tus dedos –una estructura única


1-“Strahlenwind deiner Sprache”; “La ráfaga de viento de tu lenguaje”. Paul Celan, Sprachgitter, 1959.

2-“Not things but minds”; “No cosas sino mentes”. John Cage, Themes & Variations, 1982.

3- “confondant la nuit et le jour”; “confundiendo la noche y el día”. Jules Supervielle, Prophétie, 1925.

4-“Piedra como tú”. León Felipe

5-“The pebble/is a perfect creature”, “Este canto rodado es una perfecta criatura”. Zbignew Herbert, Selected Poems, 1968. Traducción al inglés de Czeslaw Miloz y Peter Dale Scott.


(*) Poeta y traductor, nació en Buenos Aires en 1952. En poesía publicó La noche en llamas (1982); Providencia terrenal (1983), Con Bogey en Casablanca (1987), Poemas 1982-1987 (1988), Tiempos que van (1994), Instantáneas de fin de siglo (1999), Partes Mínimas (1999), Partes Mínimas y otros poemas (2003), Partes Mínimas uno-dos (2006) y El avión negro y otros poemas (2007). Recibió numerosos premios por sus obras. En 2004 el Fondo Nacional de las Artes publicó una selección de su obra, “Antología poética”. Ha traducido a diversos autores de lengua inglesa. Coordinó talleres privados y en instituciones; y dictó diversos cursos y seminarios. Participó en varios festivales de poesía. Fue invitado en 1990 a la escuela de poesía The Jack Kerouac School of Disembodied Poetics, fundada por Allen Ginsberg, donde inició un proyecto de traducción; y a la Schüle fur Dichtung in Wien, Viena Austria, donde expuso sobre poesía y traducción. Colabora con publicaciones del país y del extranjero. Su obra fue parcialmente traducida al inglés, italiano, alemán, lituano y portugués e incluida en diversas antologías. Su blog: http://alpialdelapalabra.blogspot.com.ar/ 
Estos poemas, pertenecientes a su obra “Partes mínimas”, surgieron de sus viajes por la Patagonia.

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jueves, 26 de noviembre de 2015

EL MICRORRELATO DE HOY





EPITAFIO

Por Gonzalo Salesky (*)


Cuando supo que se acercaba la hora, se decidió a escribir su epitafio. Para ser recordado en el lugar donde vivió siempre, para plasmar algún pensamiento agradable o simplemente para despedirse. Quería dejar algo. Lo necesitaba. Como una especie de consuelo ante su inminente partida.
No sabía qué le esperaba allí, del otro lado. Por más leyendas o historias que supiera, lo aterraba el hecho de comenzar su último viaje sin saber el destino. 
Al fin tuvo la frase exacta entre sus labios y sólo en ese momento sintió que podía partir. Tranquilo, ligero de equipaje y sin cuentas pendientes. Cerró los ojos, y luego de esos nueve meses que le parecieron eternos, nació



(*) Escritor de Córdoba, de raíces familiares patagónicas. Este micro-relato resultó finalista del I Premio Nacional de Narrativa Breve “Villa de Madrid” (España).


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lunes, 23 de noviembre de 2015

EL CUENTO DE HOY


"Cuidando la toldería" - Obra de Francisco Madero Marenco


EL DUELO

Por Fernando Nelson (*)


Cuando el hijo del cacique montó su caballo y se perdió en el sendero, no imaginó que iba cabalgando rumbo a la muerte.

Tal vez por eso (porque no lo sabía) lo apuró para alejarse de los toldos. Se trataba de una tarea menor y cotidiana: llegar a las Salinas Grandes para subirse al anca de su picazo negro y concentrar la mirada sobre el nuevo fuerte de los Huincas. Había que esperar las carretas con civiles para volver con los malones. No ignoraba  que los invasores los estaban doblegando: demasiados hermanos muertos ya en tantas  encerronas; demasiadas leguas de campo perdidas ante el fuego atronador de los fusiles y ahora –también- de los cañones.

Pero esa mañana, al dejar atrás la tierra seca salpicada de matas, al pisar su caballo la interminable superficie del salitral, no buscó el lugar de siempre: se quedó en silencio y acariciando a su potro para que estuviera quieto. Miró hacia la derecha, hacia el raleado  monte de juncos. Su instinto de guerrero avezado le sugirió la presencia de una sombra, de alguien escondido. Mientras escudriñaba las ramas vio moverse algo y de pronto apareció un jinete –un jinete solitario– que el nativo reconoció como un gaucho alistado en el Ejército; venía montado en un caballo pampa como él, y como él también lo montaba en pelo, y sus armas eran la larga lanza, las boleadoras en la mano izquierda y el cuchillo en la cintura. Los diferenciaba la ropa, y el lancero supo que ese gaucho no era un gaucho más. No sólo su aspecto era rudo y temerario: el haberse presentado solo frente a él hablaba por sí mismo: nunca antes un blanco lo había buscado para una franca pelea a muerte, y menos allí, esperándolo en medio de la nada. Un mal presentimiento lo hizo encomendarse a Soychu.

Los dos hombres se miraron un instante. Cuando el Huinca comenzó a avanzar y acomodó la lanza en su mano derecha, el indio tuvo la seguridad de que sólo tenía que ponerse a tiro para chuzarlo con su propia tacuara. Y no podía fallar porque no le gustaba ese hombre que lo había estado esperando como si no conociera el miedo.

 No le gustaba que viniera montado en un caballo pampa como el suyo, con la cola tusada –también– a media altura.

 Por último, no le gustaba que el otro tomara al caballo de las crines, ultrajando la costumbre de su gente.

Ambos se aproximaron en pequeños rodeos que dibujaban sus monturas, para ser un blanco difícil de encontrar con la lanza o con las boleadoras. El gaucho movió el brazo derecho, lo suficiente para que el otro interpretara que iba a arrojar la lanza impredecible. Por eso  el guerrero se apuró; por eso la arrojó primero, aún sabiendo que estaba un poco lejos. El gaucho movió apenas su cuerpo y la tacuara mortal pasó de largo y fue a perderse en el monte de juncos. Recién el Huinca apuró a su potro, mientras su adversario tomaba las boleadoras, que no pudo usar: el afilado acero del gaucho –que era la punta de su lanza inexorable- ya había sido tirado, ya había  cortado el aire, ya se le había clavado en el pecho, y el hijo del cacique lanzó apenas un quejido antes de desplomarse hacia atrás en una caída pesada y definitiva, y su caballo, confundido, salió al galope por la plena salina como si el fantasma del indio lo fuera espantando.

El hombre blanco desenfundó el cuchillo y se quedó esperando, quieto en su montura, habituado como estaba a las sorpresivas artimañas de los indios. Recién cuando el otro dejó de moverse y quedó de costado agarrando  la lanza que lo había abatido,  se apeó con cautela. Se agachó y sus manos buscaron la cadena y la medalla que el nativo llevaba en el pecho. Al verlas de cerca vinieron a su mente los tiempos lejanos en que él y su madre habían sido aprisionados por ese grupo de salvajes, los que la habían violado y matado; recordó que él mismo había tenido que sobrevivir como cautivo: allí había conocido al hijo del cacique. Lo había visto aprender las artes de la guerra, y él mismo había aprendido con sólo mirarlo, hasta escapar una noche de lluvia cuando contaba doce años. En los veinte que luego habían transcurrido, decidió quién debía pagar por el daño recibido, y de qué modo. Agradeció a Dios que lo hubiera acompañado en esa tarea improbable, montó su overo, y se alejó despacio hacia el poblado.

  


(*) Escritor chubutense, radicado en Puán (Buenos Aires)
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