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jueves, 23 de febrero de 2012

LA NOTA DE HOY





LITERATURA SALESIANA


Por Jorge Eduardo Lenard Vives



El papel de los Salesianos en la Patagonia es bien conocido. La presencia en diversos ámbitos del quehacer regional de los integrantes de la Pía Sociedad de San Francisco de Sales, tal el nombre que Don Bosco dio a su congregación, ha sido - y es - importante. Uno de esos espacios es el de la Literatura sureña, a la cual los sacerdotes aportaron su inspiración.
Es el caso del Padre Alberto de Agostini quien, además de fotografiar y filmar los parajes que recorría en sus riesgosas expediciones, los describió en una profusa obra literaria. Desde 1923 a 1960 escribió veintidós libros que reflejan sus aventuras; entre ellos “I miei viaggi nella Terra del Fuoco”, de 1923, “Andes Patagónicos”, de 1941, “Esfinges de hielo”, de 1958; y “Treinta años en Tierra del Fuego”, de 1955. Además fue autor de numerosos artículos publicados en diarios y revistas de la Argentina, Chile e Italia.
Otro salesiano escritor, que volcó al papel sus estudios etnográficos e históricos, fue el Reverendo José María Beauvoir; autor de “Pequeño Diccionario del idioma fueguino-ona con su correspondiente castellano”, de 1901, “Piccolo album di ritratti di indigeni Fueghini e Patagoni e di varie vedute delle Missioni salesiani della Patagonia meridionale e della Terra del fuoco”, de 1907, “Los Onas: tradiciones, costumbres y lengua”, de 1915; y “Leyendas onas”, de 1921.
Se debe mencionar también al Padre Juan Esteban Belza; creador de “Rastros sudatlánticos”, “En la Isla del Fuego” - obra en tres tomos: “Encuentros”, “Colonización” y “Población”-, “Karukinká”, cuadernos de investigación histórica fueguina; y “La conquista espiritual de la Patagonia”, sobre la actuación de los salesianos en la región. Su último texto, del año 1981, fue "Sueños Patagónicos"; un homenaje a Don Bosco.
Pero tal vez el más prolífico de los autores salesianos es el Presbítero Raúl Agustín Entraigas; quien además reúne la condición de ser hijo de este suelo, pues nació en San Javier, Río Negro, en 1901. Su obra, iniciada en 1934, incluye poemarios del tenor de “Bajo el símbolo austral”, “Polvo de tiempo y de tiza” y “Patagonia, región de la aurora”; biografías al estilo de “Una flor entre hielos”, “El apóstol de la Patagonia”, “Monseñor Fagnano”, “Una flor de la Pampa”, “La azucena de los Andes” y “El mancebo de la tierra”; y ensayos, como “Verdades del barquero”, “El fuerte del Río Negro” y “Los salesianos en la Argentina”, de cuatro tomos.
Al igual que los sacerdotes tomaron la pluma para referir sus vivencias, algunos escritores laicos lo hicieron para mostrar el rol multifacético de los salesianos. Entre ellos figura el poeta Juan Castiñeira de Dios, nacido en Ushuaia en 1920. En su obra “El santito Ceferino Namuncurá” los homenajea con versos como éstos: ¡Ah, curitas misioneros, / que anduvieron en la llanura,/ muchos dejaron su cuero/ oreándose en los esteros/ por amor a la creatura”.
El profesor Clemente Dumrauf describe en un texto muy documentado, “Patagonia. Tierra de hombres”, vida y obra de los misioneros salesianos. Allí da a conocer muchos de aquellos sacrificados curas; entre ellos al Padre Mario Migone, que dejó su libro “33 años de vida malvinera”, reflejando su labor sacerdotal en las Islas entre 1905 y 1937; y al Padre Lino del Valle Carbajal, autor de “La Patagonia”; primera enciclopedia sobre la región, de 1899.
Por su parte, al escritor Germán Sopeña, conocedor profundo de la Patagonia, no le podía ser ajeno el accionar de la fraternidad de Don Bosco. Llama su atención la figura del Padre de Agostini, a quien dedica su obra póstuma, “Monseñor Patagonia”. “Venía imbuido de la misión y el sueño el fundador de su orden, el ya célebre Don Bosco, que había tenido una noche la extraña revelación que lo llevaría a proponerse la epopeya de crear colegios y misiones en la casi ignota Patagonia para transmitir educación y fe cristianas en esas regiones”, dice Sopeña al referirse a la persona de su biografiado.
“Misiones de la Patagonia” es una detallada reseña del accionar de los salesianos en la región. Su autor, Aquiles Ygobone, dice de los sacerdotes: “La tarea era inmensa, todo quedaba por hacer, pero el espíritu inquebrantable de Don Bosco los guiaba con su luz providencial, segura brújula del camino que debían recorrer”.
Mucho más puede decirse de los salesianos y la Literatura. Pero este artículo en algún momento tiene que terminar; y lo mejor es hacerlo con los versos que el Padre Entraigas utiliza para recordar a sus hermanos en el poema “De cara al Sur”, que menta la figura de Don Bosco:
“Él pasó por aquí, bien asentado
en el Pegaso blanco de sus sueños...
después fueron sus hijos:
Costamagna, Cagliero,
Milanesio, Beauvior, Bonacina,
y Fagnano el intrépido.
Ellos también trillaron esta senda
para ir de cara al Sur, rumbo al invierno...”



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sábado, 18 de febrero de 2012

EL CUENTO DE HOY





Aguateca




Por Olga Starzak




Sus manos se movían con destreza, en el deleite producido por el contacto de las yemas de los dedos con el barro blanco del que obtendría la  pieza sagrada. Todo su ser estaba involucrado en ese acto; revelaría el poder sobre las fuerzas enemigas. El artista solamente desviaba su mirada de la máscara que poco a poco iba tomando forma, para agregar pigmentos demolidos en la arenisca que dibujaría el rictus de la boca. Se esmeraba en alisar los  pómulos y otorgarle a la frente el indicio de la inteligencia del rey que, debajo de ella, escondería su rostro en el afán de ritualizar la ceremonia programada. Siempre que pudiera retornar, siempre que sus pasos fueran lo suficientemente estratégicos para eludir a sus perseguidores.

No muy lejos del hombre, otro también esperanzado, con dedicación trasladaba  sus dedos por los agujeros de una flauta de cerámica. El aire de sus pulmones debía salir con delicadeza para emitir los sonidos tan suaves que apenas hacían eco en ese terreno enclavado de  la selva. En el extremo del instrumento sostenido con pasión, una caricatura en perfecto tallado parecía otorgarle  a esa práctica el poder exultante de la música maya. Una música que hacía tiempo sonaba nostálgica en los oídos de los cortesanos.

A orillas del río y ante la amenaza de una captura, “Piedra Blanca” había desaparecido dejando detrás sus pertenencias y el mundo que lo había visto luchar, con fuerzas cada día renovadas, por aferrarse a lo más suyo: la historia que en esa tierra había decidido encerrar entre muros.

El artesano de  piel cobriza serpenteaba ahora entre callecitas angostas. Cauto, sondeó cada espacio del terreno que se le presentaba; y cuando las huellas  estuvieron frente a su rostro, inclinó el torso y apoyó las rodillas en el suelo. Excavó sólo lo necesario como para esconder la máscara  protegida por un telar; permanecería sepultada esperando el momento de ennoblecer a su destinatario.
 Desde allí pudo comprobar el preciso instante en que cesaron los sones  ejecutados por el artista. La imagen del firmamento ahora teñido de púrpura, había sido el llamado que concentró la atención del hombre. De cara al cielo, la visión cósmica le adelantó la tragedia. E hizo estallar su flauta en un gemido agonizante.
Se levantó con  premura y apoyando ambos brazos en la roca que se erguía a pocos metros, reposó unos segundos. Sólo el dios patrono de los escribientes, desde su majestuosa figura,  podía comprender sus  pensamientos.
Cuando retomó la fuerza grabó en una estela signos que aunque no lo sospechaba, alguna vez serían descifrados.

Y así  aguardó la noche.

Gritos desaforados provenientes de los guardias interrumpieron la labilidad de su  sueño, y pronto provocaron la furia. Sabía que la conflagración  final estaba a punto de suceder. La sangre sesgaría esa tibia naturaleza.

El silencio se había apoderado de Aguateca. Desplomado sobre las huellas indelebles  que ocultaban los tesoros más valiosos, algunos minutos antes, el cortesano escuchó por última vez el rugido del jaguar.

Impávida bajo la tierra aún sacudida por la violencia, la máscara ya dormía su sueño premonitorio. Ese sueño que se comenzaría a develar siglos más tarde, en el comienzo de este otoño húmedo del trópico, cuando el grupo de arqueólogos comenzó las excavaciones que dieron con la sepultura secreta.




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lunes, 13 de febrero de 2012

EL RELATO DE HOY





                                          
             Una foto del año 1915



Fernando Augusto Bruno ROBERT había llegado de Francia a los 25 años, con su novia Lucia Garriguez de 17, y una formación cultural acorde con sus pretensiones de inmigrante adelantado. Desembarcó en Patagones, cumplió su sueño de casarse en Argentina, así lo hicieron en acuerdo con su pretendida, que también soñaba con tener muchos hijos; sueño que, atento a la fotografía, cumplió con amplitud. Alumbraba el primer sol del siglo XX y don Fernando, en estrecha amistad con Mario Tomás Perón, convinieron trasladarse a la Patagonia y dedicarse a la cría de ovejas en una zona naturalmente privilegiada por la exuberancia de sus pastizales. El joven matrimonio Robert acrecentó su familia y se aposentó en Camarones constituyendo, muy cerca, un establecimiento ganadero donde ya varios inmigrantes habían elegido para su vivienda; el manantial, el arroyo, el agua surgente que aparecía en cada quebrada serpenteando entre plantas y flores, fiel reflejo de persistentes lluvias y de inviernos cálidos a pesar de las nevadas que llegaron a tapar postes de telégrafo, problema para los guarda hilos, oficio que ya no existe, expulsado por el progreso de las comunicaciones.
Los primeros años, quizás décadas, fueron la expresión fulgurante de una naturaleza pródiga que se volvió plañidera cuando las aguas de los manantiales aparecieron salobres, más tarde se escondieron, se cortaron los arroyos, y sólo escarbando la tierra se conseguía el agua formando lo que llamaban aguadas que estancadas, que solamente con la limpieza cotidiana sirvió durante años para el consumo de los animales. Se perdió el berro, la achicoria y otras plantas que nacían silvestres en los manantiales de agua dulce y servían para las exquisitas ensaladas, acompañando el asado de nuestros gauchos. La calidad de vida de aquellos pioneros al arruinarse las quintas, se derrumbó. Todo ello, a consecuencia de iniciarse un período de cambio climático a intervalos de dos o tres años, las lluvias, y con más notoriedad la nieves no se hicieron presentes, que se retiraron paulatinamente de esa amplia zona hasta casi la pre-cordillera.
Comenzó la instalación de molinos de viento con poderosas bombas para extraer el agua de pozos cada vez más hondos y las perforaciones dieron lugar a una escalada de progreso industrial y una mano de obra especializada; el Molinero, que hoy es habitué de la campaña y auxiliar de las ovejas que ansiosas esperan su llegada; ¡se ha roto un molino! 



El viento ha hecho estragos en la rueda del molino y la bomba que arroja agua desde el pozo, está siendo reparada por el Molinero; las ovejas esperan; el cielo límpido no ofrece esperanzas de lluvias y al molino concurrirán a saciar su sed de varios días, desde varias leguas a la redonda.
El hombre, que ha jugado sus cartas al destino, ya definitivas en la cría de ovejas en el campo patagónico, resigna sus apetencias de éxito y entabla su diálogo silencioso con el cielo azul de todos los días, a veces más alegre que los nublados de ceniza que un volcán arroja desde muy lejos. El destino ha recurrido a medios tendenciosos y no muy legales para vencer la impronta del poblador patagónico; hombre tenaz, aguerrido y de espíritu invencible. Se intentó combatir el guanaco, para preservar el agua y aprovechar su piel en la famosa chulengueada, consistente en perseguir su cría, en ese tiempo, muy valiosa. En la foto se ve una guanaca, madre desorientada en la búsqueda de su cría, el chulengo que ha sido cazado desde la cuadrilla.



Solapada actitud del hombre en detrimento de la fauna que le ayuda a soportar las sequías; acá sale con su paso tranquilo el ñandú que en las correrías también ha sido alejado de sus nidos, la disgregación de sus pichones (charitos) que, reunidos, pueden llegar a ser decenas y de varias posturas, todos al cuidado del ñandú macho que los cuida como atendió su nido que la hembra le dejó. 



Toda la fauna, al igual que la flora, interviene en la partida contra el destino que se ha aferrado al cambio climático en una Patagonia que sin nieves de invierno, sin lluvias de verano, ve manifestarse las estaciones del año sólo por la intensidad del  frío o el calor. Otro personaje tan nuestro, herido por las naturales circunstancias adversas en los campos, es el Puestero, y nadie puede hablar del último puestero porque los campos, las estancias, hay que cuidarlos; pero el hombre ha quedado solo, sin la compañía de sus familias que conformaban una realidad social y un aliciente para su alma, una alegría de vivir, ver crecer los hijos. Hoy el Puestero recibe de su familia, visitas; mientras él sale todos los días a recorrer aguadas y molinos. 



Ahí va rumiando soledades el puestero, en su zaino bien cuidado y su perrito compañero; ¿en qué piensa?... En el bullicio de su hogar allá en el pueblo, en los guardapolvos blancos de sus nenes ya listos para la escuela, las promesas de regalos si este año llueve, según la radio lloverá, comprará la bici para los varoncitos y las muñecas a las nenas. Quizás los faldeos se cubran de flores, un ramo para ella juntará en una canasta que, entre tejidos de mimbre azul, ya preparó y dice: “flores para mi amor”.



                            Jorge Gabriel Robert -  febrero 2012















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miércoles, 8 de febrero de 2012

EL RELATO DE HOY





Mesas de café


Juan Bautista Vallés




Pasé  buenas horas de mi vida en mesas de café.
Me inicié en el Abasto Bar de la mano de mi padre.
Vi, con enormes ojos, partidos de damas y de dominó, y escuché los silencios de las piezas de ajedrez.
Me asombré de hombres que masticaban recuerdos que se enredaban en las columnas de humo de los cigarrillos infinitos. Trepaban, por los dibujos de esas nubes ascendentes, ranchos miserables de tierras áridas, rostros de mujeres secados al sol y ojos de madre lejana. También miradas de niños extrañando un padre y variados paisajes vástagos de caprichos de la naturaleza.
El bar tiene un solo sonido en el que se incluyen el que brota de las fichas de dominó colocadas sobre las mesas, pedidos de mozos de saco blanco, comentarios alegres o de bronca, y una vitrolera extraña a mis experiencias.
Tiene también muchos silencios como los de amores frustrados o imposibles ahogados en alcohol, la pasada del quinielero, el riego de esperanza a los sueños de jugar en la primera de San Lorenzo o el de lograr un buen negocio.
Alguna vez el tiempo se lo llevó y el Abasto se fue con su memoria al reino de los silencios. Parece que primero lo abandonaron los hombres que lo frecuentaban y lo acunó entonces la soledad.
Iguales sonidos de bar encontré en las mesas del Café Tortoni cuando ya mis manos escribían llantos del corazón, porque éste ya había amado.
En esas mesas de la Avenida de Mayo garabateaba libretas de tapas negras, soñando que a mi alrededor bailaban versos de Fernández Moreno y se podrían quedar a vivir en el papel.
Las tapas frías del mármol de cada mesa no enfriaban, sin embargo, los ánimos de los políticos de la contra comentando noticias y rumores siempre  favorables a sus ideas. Y compulsivamente ensayaban susurros conspirativos de nunca alcanzar.
Ecos de mesas de billar andadas por bolas y tacos de madera distraían de murmullos de enamorados que, en uno de los reservados del fondo, tejían sueños más benévolos que la realidad actual.
Yo también asenté mis codos y apoyé la cabeza entre mis manos tejiendo anhelos que sabía inalcanzables.
Igual posición me encontré repitiendo en las mesas del Touring destejiendo la vida pasada, buscando sueños que fueron y recuerdos que son.
Y hallé ruidos iguales y otros nuevos.
Y mesas redondas y cuadradas.
Pero mesas de café que no son iguales a las otras. Éstas no tienen vida, aquéllas son compinches de amores conversados, de pérdidas y duelos elaborados en la alterada paz íntima.
Mesas silenciosas para seres que esconden tras miradas ausentes tantas alegrías y tantos dramas como caben en una vida.
En cualquiera de estas mesas en las que eché anclas alguna vez, quisiera hoy apoyar un codo, prender un cigarrillo y pedir un café.
Ver en un instante de magia sentados a amigos y compañeros de tantas otras veces.
Recordar charlas y discusiones con pasión.
Tener en estas arrugas que rodean mis ojos hoy, la mirada de aquellos años de juventud.
Y dejar así inmóvil que el tiempo se agote.
Hasta que un mozo –o un ángel guardián- se acerque y me diga ¡ya cerramos!


Playa Unión, 1997

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miércoles, 1 de febrero de 2012

EL POEMA DE HOY






ACUARELAS DE UN AMANECER PATAGÓNICO

Por Camila Raquel Aloyz de Simonato (*)



El ardiente sol se eleva
rasgando la oscuridad con sus
aceradas espadas
derramando los colores de la aurora
sobre nubes, cielo y tierra.


Rojo, escarlata, coral
argentados azules
aterciopelados negros
grises perlados, van cambiando
su tonalidad.
Anaranjados, amarillentos dorados
pálidos verde limón
diluyéndose, mezclándose
borrándose, palideciendo
en claro
límpido
azul.



(*) Escritora de Comodoro Rivadavia, autora de “Raigambres sureñas (Lo que el viento no arrasó)” - edición del autor, Comodoro Rivadavia, 1984, “Poemas” (1976) y “Habíaunavez. Cuentos”. Docente con una amplia carrera como directora de la Escuela Bilingüe, San Julián (1945/49), profesora de idiomas extranjeros en el Colegio Nacional “Perito Moreno” (1949/67) profesora de la cátedra de inglés en la Universidad “San Juan Bosco” (1963/65) y profesora fundadora del Liceo Militar “General Roca” (1967/77), todos en Comodoro Rivadavia. El presente poema pertenece a su libro“Raigambres sureñas”.
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sábado, 28 de enero de 2012

LA NOTA DE HOY




                YO GRAMÁTICO: UNA CRONICA DEL BUEN HABLAR

Por Jorge Castañeda (*)

Yo, médico. Yo, catedrático. Así supo titular sus libros el bueno de Baldomero Fernández Moreno y  para no ser menos “Yo, gramático” me place titular a esta crónica del buen hablar.
Amerita sacarme el sombrero ante la riqueza del idioma de Miguel de Cervantes, porque el castellano, -al decir de una vieja sentencia- “es muy rico en expresiones idiomáticas”.
Tiene reglas y también excepciones a las reglas. Tiene musicalidad y también luz y color en las vocales: ejemplo de ello dan las obras literarias de don Ramón del Valle Inclán y Ramón J. Sender, para los cuales por ejemplo la a era una vocal blanca.
Yo quisiera como Rubén Darío tomar “un vaso de bon vino” con Maese Gonzalo de Berceo (su apellido es mi seudónimo): escribir tras los vitrales mester de clerecía o tal vez caminar por la campiña conversando como al pasar de “vaqueras hermosas” con el buen Arcipreste.
Echar los versos en “celdillas iguales” o volcar las palabras de la prosa como “gemas preciosas en el saco de terciopelo”.
Escribir lento pero bien; publicar poco y espaciado “porque no se puede echar libros al mundo como quién fríe buñuelos”  como solía decir el manco glorioso de Lepanto; tener muchas lecturas y buenos escritores porque “hacen falta muchos dómines para cultivar la buena prosa de la conversación”.
¿Y qué me cuentan de Roa Bastos y José Camilo Cela?  Esos enseñan a escribir como nuestro compatriota Jorge Luís Borges. Y también Gabriel Miró, un orfebre de la palabra. Y Marechal con el cual hubiera querido sentarme a la mesa del banquete. ¡Oh, Severo Arcángelo, vulcano en pantuflas, padre de los piojos, abuelos de la nada!
Tengo al alcance de mi mano la “Gramática de la lengua castellana”. ¡Qué rigor y justeza para cada vocablo!
¡Qué suenen salvas de culebrinas; qué me acerquen támaras de jacintos; qué hojas de acanto coronen mis sienes!
Afuera el muladar de la quintería desordenada y la aladrería dispersa. Desparpajado y desenvuelto me desternillo de risa. Hago aspavientos. Encuentro mi punto álgido y tirito de frío. Voy al trastero y desempolvo los cachivaches. Me fumo una cachimba. Me calzo los quevedos y desecho el impertinente. Me restriego los dientes con dentífrico concentrado. Coloco una calcomanía en la luneta trasera de mi automóvil. En la esquina de mayor tránsito dirijo el tráfico de rodados y peatones. En la abacería cercana adquiero la quincalla de poco valor y en la rosticería los manjares para el buen yantar a chila come. Me extasío inverecundo ante la dehiscencia de una flor. Tomo el arco y la clava, la primera para alcanzar los temas elevados y la última para los asuntos gallináceos. Si me tratan a mansalva estoy contento. Si es con alevosía me siento defraudado. Si me hacen una zancadilla otra vez me levanto. Prefacio o introito lo mismo de da. Quiero agregar un escolio al tratado. Tiemblo, estoy carambanado. Me pierdo en aguas de borrajas. Subo al carajo. Si hablo tartajeo.
La saeta y el carcaj. La nasa y los pescados. La baca y los petates. El sedal y la caña. La perspectiva y el escorzo. Las estrellas y el astrolabio. La bomba y la adala. La carabela y la falúa. El péndulo y los zahoríes. La vaquería y la dehesa.
Es inane escribir tantas fruslerías; tengo las manos llenas de baratijas. No me asustan los endriagos porque no soy medroso. Y si de embelecos se trata me gustan “los fraguados en la boca”.
“Escudos pintan escudos/ cruzados hacen cruzados/ y tahúres muy desnudos/ con dados hacen condados”. ¡Oh, don Luís de Góngora! Y Baltasar Gracián, tejedor de naderías.
Enalbardo el asno. Paso el alfolí de las ofrendas. Echo los óbolos en el gazofilacio.
Nunca me permitiría escribir “la baca es un hanimal forado de kuero” aunque me divierte la literatura de César Bruto. Elaboro como Juan Filloy palíndromos y digo como Cortázar “salta Lenín el atlas”.
Pongo mi capa en el suelo para que no tengan el mal gusto de suprimir la ortografía.
En Felipe IV, 4 quiero hollar los umbrales de la Real Academia Española.
Pero basta ya. ¡Qué avenamiento de palabras!

(*) Escritor rionegrino. De su libro inédito “Crónicas & Crónicas”.




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martes, 24 de enero de 2012

EL RELATO DE HOY





PENSÉ EN MI LUGAR


Por Héctor Roldán (*)



Pensé en mi lugar. Yo, hombre desarraigado, negador de tradiciones, rebelde de cualquier causa, escéptico, hiriente comentarista de ajenas creencias, pensé mi lugar. Aquel lugar que inútilmente soslayé durante centenares de años y que ahora, en esta inmortalidad profunda, a millones de eones de aquel pedazo de tierra, apareció ante mis ojos desde algún rincón oscuro de mi memoria. ¿Qué representa este recuerdo? ¿Por qué vino ahora que el universo se está contrayendo? ¿Ahora que veo como las estrellas colapsan unas con otras? Me he quedado solo. Será esta soledad última la que disparó desde el fondo de los lóbulos de mi cerebro esta imagen: un niño de espaldas en la tierra contemplando el círculo celeste de la creación. Puedo decir que he vuelto fugazmente a ese instante. A ese instante, ahora que contemplo la ausencia intuida más allá del cataclismo galáctico del cual soy testigo. Único testigo. Ausencia que intuyo como la sombra que siempre me ha acompañado a lo largo de mis días sin fe, sin iglesia, sin comunión. Era, en la perfecta sensación del sinsentido, la risa sarcástica en los actos de emoción religiosa. Era, en la concentrada individualidad de la que hacía gala, la sombra oscura de las fiestas, la disonancia en los ritos. Pura orfandad ensoberbecida.

Pero, ahora, habiendo dejado de lado la rutina de mi vida, veo en su reiteración algo más que pura nada, sino actos de curiosa magia, que constituían un orden, una danza, un alfabeto. Y el mundo, las cosas, se humanizaban ordenándose para el conflicto o para el placer de mi existencia. Eso pensaba ahora que el fin estaba llegando, que contemplaba que lo uno se volvía lo otro y, que aquel sentido cuidadosamente preparado por mí, por mis padres, mis abuelos, todos mis ancestros y todos los otros, por todos los animales, las plantas, los buenos, los malos y los más o menos, por todas las mujeres, por todos los niños, y por todas las cosas del espíritu que usábamos para apuntalar la existencia, mi existencia; se iba diluyendo o explotando, consumiéndose. Más allá, la sombra. La boca feroz del lobo Fenris que venía a cumplir el cometido planificado desde el primer acto de la creación donde la vida ya pergeñó su muerte futura, ese periplo. 

Viaje que yo negaba para no ser parte de este Apocalipsis. De este estallido, de esta inquietud material de las células, de este devenir insoslayable. Sin embargo, en la caída final, aquellos viejos fantasmas venían para darme una guía, una espada y poder decir, pensar, sentir que este era el fin del mundo. De otro modo no lo habría podido decir y estaría extendiéndome en el caos sin sentirlo, sin llorarlo, sin pensarlo. Así vi, las trompetas sonando en cada rincón, escuché la oración y esperé por un último instante de redención mientras todo desaparecía. Desaparecía. Todo. Menos el amor. Menos este amor que siempre vivió en mí aún yo ignorándolo, negándolo y que en este día, el último día, me permitía conocer la infinita dimensión de la tragedia.



(*) Escritor santacruceño. De su blog “El espectro de las cosas”.

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sábado, 21 de enero de 2012

Lluvia - Federico García Lorca

La lluvia tiene un vago secreto de ternura,

algo de soñolencia resignada y amable,
una música humilde se despierta con ella
que hace vibrar el alma dormida del paisaje.

Es un besar azul que recibe la Tierra,
el mito primitivo que vuelve a realizarse.
El contacto ya frío de cielo y tierra viejos
con una mansedumbre de atardecer constante.


Es la aurora del fruto. La que nos trae las flores
y nos unge de espíritu santo de los mares.
La que derrama vida sobre las sementeras
y en el alma tristeza de lo que no se sabe.

La nostalgia terrible de una vida perdida,
el fatal sentimiento de haber nacido tarde,
o la ilusión inquieta de un mañana imposible
con la inquietud cercana del color de la carne.

El amor se despierta en el gris de su ritmo,
nuestro cielo interior tiene un triunfo de sangre,
pero nuestro optimismo se convierte en tristeza
al contemplar las gotas muertas en los cristales.

Y son las gotas: ojos de infinito que miran
al infinito blanco que les sirvió de madre.

Cada gota de lluvia tiembla en el cristal turbio
y le dejan divinas heridas de diamante.
Son poetas del agua que han visto y que meditan
lo que la muchedumbre de los ríos no sabe.

¡Oh lluvia silenciosa, sin tormentas ni vientos,
lluvia mansa y serena de esquila y luz suave,
lluvia buena y pacifica que eres la verdadera,
la que llorosa y triste sobre las cosas caes!

¡Oh lluvia franciscana que llevas a tus gotas
almas de fuentes claras y humildes manantiales!
Cuando sobre los campos desciendes lentamente
las rosas de mi pecho con tus sonidos abres.

El canto primitivo que dices al silencio
y la historia sonora que cuentas al ramaje
los comenta llorando mi corazón desierto
en un negro y profundo pentágrama sin clave.

Mi alma tiene tristeza de la lluvia serena,
tristeza resignada de cosa irrealizable,
tengo en el horizonte un lucero encendido
y el corazón me impide que corra a contemplarte.

¡Oh lluvia silenciosa que los árboles aman
y eres sobre el piano dulzura emocionante;
das al alma las mismas nieblas y resonancias
que pones en el alma dormida del paisaje!.

(Enero de 1919)

Lluvia - Federico García Lorca

La lluvia tiene un vago secreto de ternura,

algo de soñolencia resignada y amable,
una música humilde se despierta con ella
que hace vibrar el alma dormida del paisaje.

Es un besar azul que recibe la Tierra,
el mito primitivo que vuelve a realizarse.
El contacto ya frío de cielo y tierra viejos
con una mansedumbre de atardecer constante.


Es la aurora del fruto. La que nos trae las flores
y nos unge de espíritu santo de los mares.
La que derrama vida sobre las sementeras
y en el alma tristeza de lo que no se sabe.

La nostalgia terrible de una vida perdida,
el fatal sentimiento de haber nacido tarde,
o la ilusión inquieta de un mañana imposible
con la inquietud cercana del color de la carne.

El amor se despierta en el gris de su ritmo,
nuestro cielo interior tiene un triunfo de sangre,
pero nuestro optimismo se convierte en tristeza
al contemplar las gotas muertas en los cristales.

Y son las gotas: ojos de infinito que miran
al infinito blanco que les sirvió de madre.

Cada gota de lluvia tiembla en el cristal turbio
y le dejan divinas heridas de diamante.
Son poetas del agua que han visto y que meditan
lo que la muchedumbre de los ríos no sabe.

¡Oh lluvia silenciosa, sin tormentas ni vientos,
lluvia mansa y serena de esquila y luz suave,
lluvia buena y pacifica que eres la verdadera,
la que llorosa y triste sobre las cosas caes!

¡Oh lluvia franciscana que llevas a tus gotas
almas de fuentes claras y humildes manantiales!
Cuando sobre los campos desciendes lentamente
las rosas de mi pecho con tus sonidos abres.

El canto primitivo que dices al silencio
y la historia sonora que cuentas al ramaje
los comenta llorando mi corazón desierto
en un negro y profundo pentágrama sin clave.

Mi alma tiene tristeza de la lluvia serena,
tristeza resignada de cosa irrealizable,
tengo en el horizonte un lucero encendido
y el corazón me impide que corra a contemplarte.

¡Oh lluvia silenciosa que los árboles aman
y eres sobre el piano dulzura emocionante;
das al alma las mismas nieblas y resonancias
que pones en el alma dormida del paisaje!.

(Enero de 1919)

miércoles, 18 de enero de 2012

EL POEMA DE HOY






SON LAS 6 P.M.

Por Jorge Baudés (*)





Son las seis pe eme.
Parten presurosas 
dejando tras de sí estelas nervadas.
Forman bandas, grupos, algunas van solas 
atrapando un cielo que se desvanece. 
Son las seis pe eme.
Agitan las alas sosteniendo al viento 
oteando un refugio adonde ahuecarlas.
¿Qué dejan detrás? ¿Qué estarán buscando? 
Ni ellas lo saben, designio instintivo.
Repiten el rito. Prosiguen su vuelo… 
Son las seis pe eme. 
Ya el cielo recobra su transida calma.
No se ven gaviotas, 
las tragó el ocaso. 





(*) Escritor chubutense.

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jueves, 12 de enero de 2012

EL POEMA DE HOY





DOS SONETOS PARA EL RÍO CHUBUT (*)

de Virgilio Zampini



                           I


Hubo una vez -quién puede decir cuándo-
un nombrador tehuelche en tus orillas;
los siglos le narraron las sencillas
maneras que uno tiene de ir nombrando.


Con los ojos de pájaro buscando
el territorio de las maravillas,
no sin asombro, el indio, de rodillas,
bebió tus aguas y te fue llamando.


La soledad, el viento, la meseta,
se volvieron palabra por tu cauce
¿quién puede decir cuándo? Pero el sauce


sintió de pronto que era una silueta
espejadas, con risas, en tu frío.
Supo tu nombre, para siempre, río.




                       II


Y otros hombres vinieron al misterio
de tu sinuoso trazo. Fue el hispano
conquistador que edificó el imperio
de los Césares con su sueño vano.


(¿Para qué permitir que naufragara
el afán de los oros y las glorias
de aquel monarca que se imaginara
escribir, a tu vera, otras historias?)


Y fue el galés, cantor de libertades,
que dio su espalda, firme, a los retornos, 
para plantar, de frente, tus ciudades.


Así hubo paz en todos tus contornos.
¿La espada? ...Fatigado desvarío.
Hay mujeres y versos. Y hay un río.




(*) Corona del Eisteddfod del Chubut - año 1972

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lunes, 9 de enero de 2012

EL POEMA DE HOY




CIELO PATAGÓNICO


de Amilcar Amaya (*)



Quién puede sustraerse al encanto
del misterioso embrujo de tu cielo,
inmensidad tendida como un velo
más allá de los sueños y más alto.


De día te cubre luminoso manto
llenándonos de paz y de consuelo,
de noche, las sombras y desvelos
y encendidas estrellas para el canto.


Quién no sintió vibrar su fantasía
deslumbrado por sus atardeceres
junto al mar, meseta o cordillera


o sintió que su alma estremecía
ante la magia de tus amaneceres,
magia renovada en cada espera.



(*) El autor nació en San Javier, provincia de Río Negro. Egresado de la Escuela Normal "Eliseo I. Schieroni", de Viedma, ejerció la docencia en Río Negro, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego. Este poema mereció la Corona de Plata del Eisteddfod del Chubut en el año 1988.
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jueves, 5 de enero de 2012

EL POEMA DE HOY




Enjambres humanos

por Carlos Dante Ferrari


Ahora mismo, allí fuera
hay una multitud de seres marcando 
sus pisadas
bajo la tenue oscuridad
y la llovizna
por las frías aceras.
Seres de toda edad y condición
que se entrecruzan
sin verse, sin oírse,
sin rozarse 
siquiera.




Seres que merodean 
sin rumbo ni destino
como enjambres humanos
cegados de furor
y ensordecidos
por el bullicio urbano.


Van colmando los cines, 
burdeles y tabernas,
se paran y caminan
 a veces titubean.


Luego invaden los parques,  
inundan los paseos, 
desandan avenidas
y cruzan diagonales 
arrastrando sus almas 
como pueden
por las calles perdidas.


Yo sé que están allí
porque acabo de andar 
por esas mismas calles
bajo una fina lluvia 
y el relumbre 
de luces mortecinas.


¿Se habrán cruzado, acaso, tus pasos
y los míos
mientras buscabas tu sitio
en la colmena?


Vengo de allí trayendo 
a rastras
como siempre 
el peso inseparable
de mis penas.

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lunes, 2 de enero de 2012

LA NOTA DE HOY





GRETA GARBO, BLASCO IBÁÑEZ Y LA PATAGONIA



Por Jorge Eduardo Lenard Vives




Greta Garbo, una de las divas del cine tanto mudo como sonoro, no necesita presentación. Tampoco Vicente Blasco Ibáñez, reconocido y prolífico novelista de la primera mitad del siglo XX. Como es sabido, Literatura y Cine van de la mano. Fue así que Hollywood reunió por primera vez a la actriz y al escritor en 1926; cuando Monta Bell dirigió a Garbo en “The Torrent”, adaptación de la obra “Entre naranjos” del autor español. Su argumento giraba en torno al ambiente rural de la ibérica Valencia. Ese mismo año la industria cinematográfica los juntó de nuevo; y esta vez el guión tenía como tema la Patagonia.

“The temptress” se basó en la novela de Blasco Ibañez “La tierra de todos”, título con el cual la película fue conocida por el público de habla hispana. Dirigida inicialmente por Mauritz Stiller, fue finalizada por Fred Niblo. La cinta, sin sonido, incluía en su reparto a Antonio Moreno, Lionel Barrymore y Roy D´Arcy, interpretando los principales personajes masculinos.

El filme cuenta la historia de la hermosa Elena, “femme fatale” que siguiendo a su marido el Marqués de Torrebianca, prófugo de una quiebra dolosa en París, y a su amigo el ingeniero Robledo, arriba a la Argentina. Precisamente, al Alto Valle del Río Negro. Allí su belleza cautivadora provoca diversas vicisitudes que llevan a un dramático final. Vuelta Elena a Europa, Robledo la reencuentra varios años después en la capital de Francia donde se inició la historia; ya marchito su encanto y viviendo en la pobreza.

La película parecería merecer el galardón de ser el primer film sobre un libro ambientado en la Patagonia. La obra en la cual se basa es un típico novelón que incluye una clásica persecución a caballo en pos del bandido “Manos Duras”; raptor de Flor del Río Negro, la querida hija del estanciero don Agustín. Publicada en 1922, intervienen en su trama muchos y variados personajes, como el francés Canterac, el italiano Pirovani, el andaluz González, apodado “Gallego”, el norteamericano Watson, el criollo Moreno; habitantes todos del campamento agrupado en torno a la presa que Robledo intenta construir sobre el río Negro, para abastecer los canales que van a permitir regar el valle y hacerlo productivo. Tras la figura de Elena y su influencia sobre los pobladores del rústico sitio, aparece, como telón de fondo, la dura vida en la región y el papel de la inmigración europea en la Argentina de principios del siglo XX.

Pero, más allá del argumento, lo destacable de la novela es la presencia de varios temas patagónicos. Uno de ellos es el mito del prehistórico saurio morador de los lagos cordilleranos: “Entre los escasos habitantes acampados al pie de la Cordillera se heredaba la convicción de que existen aún en ciertos lugares del desierto patagónico bestias enormes y de formas nunca vistas, últimos vestigios de la fauna que surgió al principiar la vida en el planeta. Algunos juraban sinceramente haber visto de muy lejos al plesiosaurio hundiéndose en el muerto cristal de los lagos andinos ó pastando en la vegetación de sus riberas”.

Otro es la exploración del río Negro por el Alférez Villarino: “Sólo los que conocemos la corriente de este río podemos comprender lo que representó aquella expedición, curso arriba y con buques de vela. (...) Buscaban el mar que los indios aseguraban haber visto con sus ojos, y efectivamente, al final del Limay, continuación del río Negro, se desemboca en un mar que es simplemente el lago Nahuel Huapi...”

Pinta también el verano austral: “Aquí reinaba el verano, un verano patagónico, violento y ardoroso, sobre una tierra que rara vez conoce las lluvias y en la cual todas las estaciones son extremadas, descendiendo el termómetro durante el invierno muchas unidades por debajo de cero. La tierra yerma parecía temblar bajo el sol.”

Pero además agrega muchos otros detalles: la mención al Gualicho, “el terrible demonio de la Pampa”, “el diablo pampero, maligno y enredador”; la referencia a varios lugares de la zona, como Choele Choel, El Bolsón, Neuquen; la descripción precisa de una marcha en la desértica meseta, “una llanura siempre inmensa, siempre igual”...

¿Cómo pudo escribir el célebre autor de “Los cuatro jinetes del Apocalipsis”, con tanto detalle, una obra ambientada en nuestro sur? Porque vivió aquí. En 1910, Blasco Ibáñez dejó España con rumbo a la Argentina. Preso de un arrebato fisiócrata, al estilo de Bouvard y Pécuchet, encaró un emprendimiento rural en Corrientes llamado Nueva Valencia. Aunque el pueblo permaneció, la empresa se malogró desde el punto de vista económico. No se arredró; poco después volvió a intentarlo... en la Patagonia. Se dirigió – como Robledo - al Alto Valle del Río Negro; y allí organizó un establecimiento agrícola, cuyo nombre recuerda su interés por lo literario. Volvió a fracasar como colono. Pero de su paso por la Patagonia dejó un pueblo, Cervantes, que lo reconoce como su fundador; y un libro. Que no es poco.