DUDA
Por Rubén Héctor Ferrari (*)
Mi amigo Pepe siempre
tuvo una manera de ser poco común. Yo lo
conocí cuando iniciamos, al mismo tiempo, la escuela primaria. Tenía una
abrumadora facultad imaginativa que disparaba sobre quien quisiera oírlo o, más
bien, ante los muy pocos que le prestaban atención. Entre estos últimos, estaba
yo. Mi interés por él, a raíz de sus razonamientos tan particulares, se trocó
en afecto y se acentuó con el transcurso del tiempo. La verdad es que me caía
simpático José Ruiz.
Más tarde, en la secundaria, su
interés se inclinaba hacia la historia y obtenía las mejores calificaciones.
Pero esa predilección cambió en el quinto año del bachillerato. Lo sedujo el
desarrollo de la asignatura introductoria al conocimiento de la filosofía.
Entonces, sus fantasías afloraron con una intensidad sorprendente.
A mí no me atraían
para nada las especulaciones presocráticas ni las subsiguientes. Simplemente,
sin subestimarlas, no me gustaban. Otros compañeros se burlaban de Pepe con
diversas pullas y eso lo estimulaba para buscar mi compañía. Todo lo que me
contaba de sus lecturas, que sobrepasaban en mucho las prescripciones del
programa, constituían para mí un verdadero fárrago, provocándome cierto rechazo.
Entonces simulaba comprensión con ocasionales gestos de entendimiento. No
obstante, la primera vez que sus “lecciones” lograron captar mi foco
atencional, se produjo cuando habló de la doctrina de “Los Eternos Retornos”.
Me explicó que, según
ella, el universo nace y perece cíclica y continuamente, que grandes pensadores
se habían inspirado en las estaciones del año porque siempre se repetían, tal
como le sucedería a uno mismo si caminara en círculo, volviendo
indefectiblemente al punto de partida.
Por si algo faltara
para alimentar sus inagotables digresiones, en el plan de la materia estaba
prevista la lectura obligatoria de la obra de Federico Nietzsche “Así habló
Zaratustra” y la profesora había adelantado que, en particular, la tercera
parte titulada “El Convalescente”, era muy atrayente. Esa misma tarde nos
encontramos, tal como lo hacíamos habitualmente, en la plaza del pueblo.
Yo estaba sentado en
las gradas del monumento a Colón cuando lo vi llegar con pasos acelerados y una
cara que denunciaba su excitación.
—¡Lo leí, lo leí!
—gritaba, mirándome con ojos desorbitados.
— ¿Qué leíste Pepe?
— ¡La tercera parte,
la que más atrapa! La obtuve en la
biblioteca “Sarmiento” y allí es donde afirma que, por el “nudo de las causas”,
él será creado de nuevo y que volverá eternamente a una misma e idéntica vida, para enseñar acerca del retorno de todas las cosas.
Terminó su
comentario, que expresó como si lo estuviera leyendo y respirando con cierta
agitación. Nunca supe si el pronombre “él” hacía referencia al autor o a Zaratustra.
— ¿Y vos pensás que
todo eso es cierto?-— pregunté con miedo a que me diera un patatús.
—Por supuesto, sobre
todo después de una rarísima experiencia que tuve hace una semana atrás—.
Aguardó unos instantes, como esperando una reacción que no llegué a manifestar.
Me miraba fijamente cuando dijo: “¿Te acordás del matrimonio de portugueses que
tenían una carnicería en la esquina opuesta a la farmacia?”
—Sí, los recuerdo;
siempre añoraban a su querida Lisboa. Yo era muy chico cuando mi madre solía
mandarme con un papelito para comprar allí la carne. ¿Cómo me voy a olvidar de
sus muertes por haber dejado un brasero encendido en el dormitorio?
—Está bien, eso
ocurrió hace ya diez años—, dijo con seguridad.
Luego, Pepe extendió su brazo en
silencio, para señalar hacia la carpa cercana que el Club Social y Deportivo
del Sur, levantaba todos los años para sus famosos bailes de carnaval.
“La otra noche" —continuó—, "pasadas ya las veinticuatro
horas, yo me acerqué a la entrada. El ruido de la orquesta 'Alborada' era
estruendoso y una gran cantidad de parejas bailaba en la pista de cemento.
¡Entonces los vi danzando!” —exclamó.
— ¿A quiénes viste,
Pepe? —susurré.
__ ¿Guardarás este secreto, Raúl? —inquirió
ansioso.
—Sí! —respondí con firmeza.
Recién entonces me
confesó mi amigo: “A ellos, los de la carnicería. Se movían en un espacio
central y tenían una enorme sonrisa de felicidad. Lo sorprendente fue que,
cuando todo indicaba que chocarían contra otros bailarines, ellos directamente
los traspasaban y reaparecían al otro lado, como si no advirtieran nada, tal
como lo harían cruzando una calle vacía, sin temor a que algún obstáculo lo
impidiera. Enseguida noté que su conjunto de movimientos no eran compatibles
con ninguna de las piezas que se ejecutaban. Parecían más bien corresponderse
con algo similar a 'El Danubio azul' de Strauss”.
Me quedé en una línea
divisoria entre el asombro y el terror mientras que, sin un saludo de
despedida, él se alejaba caminando con marcada lentitud. Esa fue la primera y
última vez que hablamos sobre el tema.
Hasta finalizar el curso mantuvimos
pocos y cortos diálogos. Durante ellos, Pepe se expresaba con manifiesto
recato, como dando por supuesta mi situación de no poder aceptar su versión del
texto. De ser cierto lo que pienso, su sospecha no estaría desacertada, puesto
que siempre consideré increíble el episodio y sólo el resultado de su
imaginación creadora.
Ni qué contar cómo se
lució en el examen oral y último de la asignatura. ¿Casualidad o causalidad? se
preguntarían los estudiosos de temas concernientes a cuestiones difíciles de
explicar. Pero lo cierto es que para él, brotó del bombo la bolilla V, cuyo
contenido refería a la temática nietzscheana.
A mí me mandaron a
marzo con las primeras preguntas. Siempre recordaré que al salir un poco
abrumado del colegio, por el largo pasillo con sus paredes llenas de leyendas
escritas con lápiz, yo anoté la siguiente: “Aquí yacen los restos de un
estudiante que cayó luchando tras la barricada de un cuatro”.
Debe haber resultado
muy pintoresca esta suerte de epitafio, ya que varios de mis condiscípulos
todavía lo repiten de memoria. José Ruiz nunca la recitó y estoy convencido de
que obró así, inducido por el pudor que le producía la abismal diferencia entre
las evaluaciones de nuestros exámenes.
Pocos años después,
aún frescas las vivencias de la adolescencia, llegó para los dos la edad de
cumplir con el servicio militar obligatorio, pero ambos quedamos liberados de
esta imposición como consecuencia de diferentes franquicias legales.
Luego, casi al mismo
tiempo, iniciamos nuestros respectivos noviazgos. Él salía con Elena, una amiga
íntima de mi amada Margarita. Los cuatro asistíamos juntos a la confitería, al
cine y a los bailes.
Cuando ellos se
casaron, Marga y yo fuimos sus testigos ante el Registro Civil. Él fue el
encargado de ofrecernos esta distinción.
—Raúl Martínez —me
dijo en tono solemne—, vos siempre fuiste y serás mi mejor amigo y lo mismo
sucede entre Marga y Elena. Por eso, esperando que acepten, pedimos sus testimonios.
La fiesta
celebratoria resultó hermosa y emotiva, con una pareja resplandeciente de
alegría que ya había anunciado su partida de viaje de luna de miel. Sería esa
misma madrugada, utilizando el viejo Ford A de la familia Ruiz.
Después de la
trasnochada nos reunimos por la tarde con Marga en la confitería. Los dos
confesamos estar contentos pero cansados por los efectos del prolongado
festejo. Entonces ella me entregó un sobre.
—Dejaron esto para
que lo abriéramos cuando ellos ya estuvieran en camino hacia la cordillera.
Lo leí en voz alta:
“Queridos amigos, nos vamos de viaje y lo hacemos confiados en que siempre habrá un puente
para cada dificultad y que ustedes nos acompañan, porque habitan en nuestras
almas. Con afecto. Pepe y Elsa.”
Cuando nos llegó la
infausta noticia supimos del lugar y las causas del accidente fatal. Todo había
sucedido apenas cruzaron el río Neuquén, desde la localidad de Plottier rumbo a
Cipolletti (Río Negro).
Niebla, asfalto y el
conductor dormido de un camión que circulaba en sentido contrario, fueron los
factores que, combinados, dieron lugar al choque frontal en el que nuestros
amigos perdieron la vida en forma instantánea.
Con los años, nuestro
dolor por la trágica e inesperada desaparición de dos compañeros tan íntimos,
se fue aquietando lentamente.
La unión con Marga nos
trajo la alegría de nuestros hijos Marcela y Luis y mientras ellos crecían, mis
actividades comerciales nos fueron brindando una moderada prosperidad
económica.
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Hoy cumplimos diez
años de casados. Ha sido Marga quien durante la mañana me propuso que
celebremos el acontecimiento, mientras exhibía, agitándolas con su mano, dos
entradas para el baile que esta noche
tendrá lugar con motivo del inicio de la primavera.
Desde aquel triste
acontecimiento que he relatado, descartamos esta particular reunión social que
ha sugerido mi esposa. Pero su idea me atrae extrañamente, a partir del momento
en que reflexiono que tal vez, en el mismo origen de la palabra que expresa a
la estación —primera verdad—, se encuentre escondida una revelación.
El pueblo ha crecido y
el club deportivo ya tiene su propio salón de fiestas.
Llegamos temprano,
antes de que la orquesta “Alborada” —ahora con otro director— irrumpiera con las clásicas notas del
pasodoble. Ingresamos a su ritmo en la vorágine convocante del movimiento
inicial de parejas, sin detenernos hasta el primer intervalo. Y así continuamos
a los compases de tangos, milongas, valses y toda variedad de músicas
sincopadas.
Amanece y ya estamos saliendo. A la
luz mortecina del primer farol callejero, Marga, tomándome de la mano, me
detiene y expresa:
—Raúl, algo en tu cara me
indica que estás como decepcionado. Además permaneciste largamente abstraído.
¿Acaso esperabas algo más de esta diversión?
Miro sus ojos
increíblemente azules y reanudamos la marcha. Yo no respondo…
(*) Escritor de Gaiman (Chubut)
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2 comentarios:
Rubén, leí con sostenida atención este lindísimo cuento. Te busqué entre sus líneas y no te encontré. Creo que es ese, precisamente, el mejor logro de un escritor.
¡Nos seguís sorprendiendo!
Cariños
Hace rato que no puedo agregar algún comentario a las muy buenas obras que se han publicado en el blog. Era mi intención hacerlo, porque no sólo es una forma de reconocer al autor sino también una manera de contribuir a la difusión de la Literatura (y, en este caso en particular, de la Literatura regional). Parecería que la Literatura crece y se transmite a partir de los lectores. Una forma que adopta esta difusión es cuando quien lee la obra explicita sus opiniones, para que otro lector analice el texto teniendo en cuenta un punto de vista distinto. Y también sirve para el escritor, porque le permite contemplar su obra desde el otro extremo del fenómeno literario.
Por una cosa u otra, no pude cumplir hasta ahora este propósito; pero este cuento de Rubén Ferrari es una buena oportunidad para reiniciar con las pretensiones de crítico literario. En mi opinión, “Duda” reúne dos aspectos que hacen a la buena Literatura: está muy bien escrito y se inspira en un tema de fuste. Rubén ya ha demostrado su calidad artística desarrollando ambas características en sus obras anteriores; y, para placer del lector, las repite en esta narración. Podría mencionar, como puntos positivos, la amenidad y agilidad del texto, el acertado desarrollo de los diálogos, el final justo. Sin embargo ahora preferiría hablar de la trama, que entrelaza fantasía y filosofía, como lo han hecho muchos grandes escritores.
El eterno retorno nietzscheano - en realidad el origen del concepto es más antiguo, como lo muestra el simbólico uroboros -, ha admitido muchas lecturas; y también varias escrituras. Borges, Hermann Hesse y Milan Kundera le dedicaron algunas de sus páginas. La teoría del “big bang”, y su consecuente “big crash”, le da cierto apoyo científico. Mircea Eliade lo analiza como mito, como concepto religioso. En el relato de Rubén, su eterno retorno parecería apuntar a una diversidad de universos sólo visible para los que tienen la sensibilidad necesaria – como era el caso de Pepe pero no el de Raúl, para desilusión de éste. Los espectros que ve Pepe en la pista de baile estaban repitiendo su vida, pero en paralelo. Que es una forma bastante singular de interpretar el eterno retorno de lo mismo; apreciación que puede dar lugar a interesantes disquisiciones, de esas que se hacen entre los diletantes de la filosofía y los amigos. Que, a veces, son las mismas personas. Por eso, podría decirse que “Duda”, más que un cuento fantástico es un cuento filosófico.
Espero que pronto tengamos en el blog otra obra de Rubén. Los lectores de Literasur, sin duda, lo agradecerán.
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